Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

  Extravíos  

En mis ultimas dos o tres colaboraciones sabatinas he tratado de explicar algunas de las razones más importantes, a mi juicio, de la profunda confusión y de la clara disgregación de la sociedad mexicana contemporánea. Reconozco que el intento ha sido torpe e inconsistente, principalmente porque ¿cómo puedo explicar algo que no acabo de entender?.

En todo caso, el ejercicio me ha servido para abundar sobre temas que pocos, muy pocos de los que dicen representarnos, consideran en sus agendas políticas, aunque sea a un nivel secundario.

Pero antes de confundirlos mas, estoicos lectores, debo reparar un poco mis titubeantes argumentaciones anteriores, sintetizo las dos preguntas fundamentales con que me empeño en distraerlos impunemente:

1. ¿Quiénes somos?

¿Por qué los medios de comunicación se ocupan, casi exclusivamente, de informarnos sobre los haceres y decires, no importa su grado de irrelevancia, de nuestros gobernantes y políticos? ¿En dónde están las historias de los mexicanos de a pie, sus problemas, opiniones, denuncias y aspiraciones?.

¿Quién se ocupa de dar voz a los que no la tienen? ¿En qué canal, radio, revista o periódico se muestran los rasgos de nuestra identidad: qué dice la niña embarazada, el joven desempleado, el anciano desamparado, la madre confundida, el bracero resentido, el burócrata enajenado, el obrero sin horizonte? ¿En dónde están las historias del estudiante destacado, del empleado ejemplar, de la madre de hierro, del padre esforzado, del científico exitoso, del líder honrado?.

Me preocupan las ausencias, aun más críticas en estos tiempos. A muchos amigos les pregunto: ¿con qué político mexicano te sientes identificado, en cuál confías?. Las respuestas coinciden en el silencio, la expresión sarcástica o en nombres como Ana, Belem, Iridia.

2. ¿Hacia dónde vamos?

Los acuerdos económicos, de darse, lograrían estabilidad, crecimiento, disminución de la pobreza, oportunidades, empleo. Nada menor ni desdeñable, pero insuficiente a la hora de definir metas colectivas ni carácter futuro.

Los acuerdos políticos, de darse, lograrían gobernabilidad, posibilidades reales de cambios, armonía y consolidación democrática. Tampoco conquistas ordinarias, pero también insuficientes para darle rostro y temperamento al México que aspiramos.

Me preocupa tanto tiempo, esfuerzo y costo que las fuerzas vivas nacionales invierten en la construcción de acuerdos básicos de convivencia política, de reglas democráticas. Me preocupa, y por momentos desalienta, porque la transición democrática mexicana parece un proceso mucho mas lento y volátil de lo que esperábamos.

Hasta el momento, política y economía han demostrado ser factores de división y encono, pretextos para agravios y desencuentros, sin que ofrezcan aun justificación suficiente.

Han sido causantes, además, de la inmovilidad, el desamparo y la desunión que muchos mexicanos compartimos. No nos congrega la política, ni el gobierno, ni la economía, ni ninguno de sus actores. No hay líder, bandera, causa ni meta a la vista que integre y cohesione el esfuerzo de la mayoría de los mexicanos.

Francamente, a muchos poco les importa estrategia y sistemas económicos, a muchos les da igual qué partido, grupo o persona tiene el poder. Qué mas da, mientras haya empleo, salarios dignos, servicios eficientes, educación de calidad, capacidad de ahorro, seguridad pública, certeza de futuro.

A lo que sí debemos oponernos, hasta el más entusiasta de los globalizadores mexicanos, es a sacrificar nuestra identidad, a abandonar la definición de nuestro proyecto de nación en el intento. Podemos ser consumidores fieles, respetuosos seguidores de las leyes del mercado, si así logramos superar rezagos, escasez e inequidad social. Pero no a cambio de lo que nos distingue culturalmente.

Estoy seguro de que la enorme mayoría de los mexicanos no desean ser gringos ni europeos comunitarios, aunque compren, produzcan o vendan como ellos. Los mexicanos queremos ser modernos, civilizados, eficientes y productivos, como cualquier otro habitante de la aldea global, pero no confundirnos entre una enorme masa uniforme, mecánica y homogénea.

No me opongo al libre mercado ni a la globalización económica, si es, en efecto, el único o el mejor camino. No me resisto a inscribirme en la masa consumidora que ese sistema demanda. Pero exijo, al menos, que las recompensas por tanto esfuerzo valgan de veras la pena.

No esperemos entonces a que la inercia feroz de la mercadocracia diluya, aun más, la idea de lo que queremos ser en el futuro próximo.

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