Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*De tripas corazón

La semana pasada, las ganas de gritar eran enormes y contagiosas, de dolor, rabia, temor, impotencia, inconformidad, por lo que todos o casi todos, incluido este escribidor, gritamos, luego de que las noticias de Iguala nos escupieron en la cara.
Sin embargo, en este espacio me pareció más prudente, responsable y necesario el silencio; así que hice de tripas el corazón y me aguanté el grito editorial.
Y es que, ¿cómo gritar sin acusar, condenar y sentenciar ante semejante atrocidad? Era muy fácil dejarse llevar por la ira, contagiarse de la estridencia cáustica y buscar culpables a modo sin esperar evidencias concluyentes. Cuando urge la expiación, siempre se encuentran chivos.
Y es que, ¿cómo juzgar desprovisto de prejuicio y ánimo vengador, con tan pocas pruebas y certezas, con tantas versiones, argumentos, rumores y sospechas? Necesitaba serenarme y dejar que el silencio y los días me reconstruyeran claridad, lucidez, sentido común y buen juicio.
“¿Qué lectura le debemos dar, tocayo?”, me preguntó retórico un buen amigo y mejor colega, acerca de los hechos en Iguala. Luego de que me compartió sus tres lecturas (que no mencionaré porque pa’l caso da igual, ya que ustedes imaginativos lectores son capaces de elegir las propias, pero cada una repartía motivos y culpas entre los involucrados directos e indirectos), le pregunté: “¿sabes qué es lo peor?, que ninguna suena descabellada, ninguna suena inverosímil”, con un susurro acongojado que pareció compartir, pues acongojado susurró: “sí, ¿verdad?”.
Así que, entripado pero callado, me dediqué a esperar más y mejores certezas, para poder articular una opinión mínimamente razonada y clara sobre lo sucedido en Iguala.
Sin embargo, los primeros días el proceso fue más difícil de lo que esperaba, por culpa de los afanes especulativos o catárticos de los feisbuqueros en mi red social, de la que no pude alejarme, por más aconsejable que parecía. Lo peor fue que esos afanes, aunque igual de intensos y recurrentes, no fueron homogéneos. Estaban los feroces gritos detractores de policías, autoridades y gobiernos, por sus complicidades, omisiones o ineptitudes; tan feroces como los anteriores, estaban los gritos detractores de los normalistas (ayotzinapos, les decían peyorativos) por su vandalismo radical; estaban los gritos apocalípticos pesimistas que auguraban que “esto ya valió madre” y estaban los gritos religiosos compasivos que oraban por las víctimas, sus familias y el futuro del estado.
Pero lo que más complicó mi proceso silencioso y temporal fue la noticia de la desaparición de 43 de los estudiantes de Ayotzinapa, pues elevó la intensidad de los afanes y la estridencia de los gritos antes mentados. “¡Pinches policías, autoridades y gobiernos, son peores que los criminales!”, gritaron los primeros; “¡sí cómo no, el clásico cuento de los desaparecidos, seguro están en sus casitas o escondidos por ahí!”, gritaron los segundos; “¡Jesús santo, que Dios los ampare, pobres muchachos!”, gritaron los terceros.
Pero la tarde del sábado pasado, un twitt del corresponsal de la revista Proceso, Ezequiel Flores, unió a todos en un pesado silencio: “fuentes oficiales confirman el hallazgo de una fosa clandestina con un número indeterminado de cuerpos en Iguala”.
La reacción la describió bien mi broder Juanca Moctezuma en su muro de Facebook: “tras conocerse que los cuerpos hallados cerca de Iguala podrían haber sido de los estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, casi todos los que habían posteado opiniones contra la ‘violencia extrema’ que emplean los normalistas (boteo, bloqueo de vialidades, secuestro de autobuses, acciones de la lucha política de quienes han sido avasallados), se mantuvieron en silencio, como reconociendo que es injustificable asesinar de tal forma a estudiantes. Al menos entendieron de lo que se trata la discusión de que el Estado use su fuerza para acallar las voces disidentes. Mostraron un rasgo de humanidad. Eso se agradece”.
También lo agradeció este escribidor, en busca de silencios reparadores. Pero mi broder se encargó de regresarme a donde estaba cuando concluyó su comentario con una predicción pesimista y cínica, pero sin duda predecible: “sin embargo, estoy seguro de que hoy, esos mismos, volverán a vociferar tras saberse que lo más seguro es que los restos hallados no pertenezcan a los muchachos desaparecidos”.
Pero hasta ahora, la única certeza es que en la fosa había 28 mujeres y hombres asesinados con violencia. Por eso, luego de leer lo escrito por Juanca Moctezuma, lamenté en mi muro de Facebook: “si se confirma que los cuerpos son de los muchachos de Ayotzinapa, terrible. Pero si no son, peor aún, porque seguirían en calidad de desaparecidos y habría que investigar quiénes son los muertos hallados en la fosa”.
Como leen, apreciables lectores de este espacio, sólo me atrevo a romper el silencio con un susurro acongojado para un recuento de lo vivido la semana pasada, pero creo que vale, más que vale, porque, como lo señaló el senador Armando Ríos Piter al presentar el posicionamiento del Grupo Parlamentario del PRD en el Senado de la República sobre los hechos acontecidos en Iguala, “los crímenes contra los normalistas de Ayotzinapa se suman a las más negras horas de la vida nacional”.
Por eso, por ahora, al menos a mí, la grilla y las especulaciones políticas no me importan tanto como parecieran importarle a tantos; por ahora, lo único que realmente me importa es que los culpables intelectuales y materiales de tantos crímenes no queden impunes.

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