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Gil Florente Castellanos

El PRD y las alianzas

El Partido de la Revolución Democrática (PRD) ha sido proclive a la conformación de alianzas con otras organizaciones políticas en momentos coyunturales de corte electoral. Esta alternativa de participación en actos electivos responde –dicen sus impulsores– a la necesidad de sumar votos para la conquista del poder político y al logro de la gobernabilidad; propósitos que en ocasiones no se alcanzan, porque la unión de las partes no siempre ayuda, a veces perjudica. Esto sucede cuando los partidos que se coaligan no se identifican con los principios sustentados por su praxis y entonces, mediante la presión, exigen la incorporación de sus propuestas, produciendo la inestabilidad y la infuncionalidad del modelo gregario.

Ahora bien, cuando el interés es electivo, las alianzas tienen reducida vigencia y paradójicamente su catabolismo inicia al momento de alcanzar el objetivo, es decir, cuando se realizan los comicios, porque a partir de ahí, se acelera el proceso de descomposición, impulsado por la rebatinga de canonjías. Por ello, el argumento de que las alianzas electorales ayudan a construir la gobernabilidad favorable al nuevo representante del ejecutivo es falso. Son las alianzas que establece la organización en el poder con sus pares ideológicos y con base en convenios de beneficio mutuo, lo que propicia un estado apropiado de gobernabilidad, y esto sucede, obviamente, después de las elecciones.

Está comprobado que las coaliciones resultantes de sumatorias simplistas no ayudan a insertar en el panorama electoral a las fuerzas políticas representativas de la sociedad. Lo que logran es dar vida artificial a los partidos sin membresía y sin base social que han encontrado en la acción trepadora su modus vivendi y operandi, pues les permite seguir percibiendo parte del presupuesto que el IFE distribuye para conservar la supuesta pluralidad partidista; les permite también colocar en el ayuntamiento y las cámaras a regidores, diputados y senadores que rigen y legislan sin representatividad y que la mayoría de las veces se vuelven comparsas del grupo en el poder, condición que los lleva a adoptar como práctica, la negociación oculta, negando con ello el principio de la democracia, que reclama la visibilidad del poder.

Esta reflexión viene a cuento por el acuerdo que aprobó el Consejo Estatal del PRD en su sesión extraordinaria realizada este 28 de agosto en Chilpancingo, con el que mandató la búsqueda de alianzas con todos los partidos “opositores”.

Sin duda, en su momento, los argumentos de los consejeros proaliancistas fueron convincentes y por ende generadores del acuerdo mayoritario; pero las experiencias del pasado con las coaliciones y los hechos recientes relacionados con éstas, demandan su revisión. En tal dirección aporto mi comentario.

La idea de los consejeros fue enviar un mensaje de vocación unitaria a la opinión pública, mostrando la disposición del PRD de aliarse con el PAN, Convergencia, PT y PRS, independientemente –se dijo– de la ideología, las prácticas políticas de corte oficialista y de las actitudes antidemocráticas y deshonestas de sus dirigentes, porque “se trata de sumar no de restar”, y de lograr la gobernabilidad del nuevo ejecutivo.

Es evidente que quien está sumando voluntades de los votantes potenciales es Zeferino Torreblanca Galindo; muchos de ellos son militantes del PRD, pero la mayoría son ciudadanos que no tienen dicho rango, y éstos no esperan el mensaje del partido, sino de su candidato, incluso la base social perredista asume tal conducta. Por esta razón durante la campaña electoral del PRD habrá de concertar alianzas de facto con sindicatos, clubes, colegios y organizaciones sociales no gubernamentales, así como con ciudadanos no organizados para construir el blindaje popular del candidato donde se estrellen el aparato fraudulento priísta y los obuses de la guerra sucia. En esta perspectiva, no es relegable la alianza institucional con los demás partidos, con aquellos que en realidad se inclinen por la alternancia y por el logro de la transición democrática en Guerrero, condición que implica una coalición selectiva que adicione compañeros de viaje honestos, dejando atrás a los obstructores. Pero veamos si los convocados quieren y deben caminar juntos:

1.-El PT se descartó al aliarse con el PRI. Esta intención fue evidente desde que estableció los plazos para tratar el asunto, condicionando la alianza al pedimento de Zeferino, cuando la dirigencia petista sabe que la decisión corresponde a los partidos; además antes que el dirigente del PT anunciara su adhesión al PRI, lo hizo Héctor Astudillo, por lo que las razones justificatorias petistas rayan en la falsedad.

2.-La dirigencia del PAN no ha dicho que se aliará con otros partidos, ello evidencia su intención de contender en forma independiente. Sin embargo, el Comité Municipal del PAN en Acapulco ha hecho pública su simpatía por la candidatura de Zeferino, posición que no ha variado y se entiende sigue en pie, pues no ha habido pronunciamiento a favor de Porfiria Sandoval, candidata oficial del citado organismo. Esta circunstancia garantiza una alianza de facto con la base social panista; en esa búsqueda debe ocuparse el PRD porque el acuerdo institucional tienen como limitante la decisión de evitar acercamientos con el PAN, mientras persista el golpeteo foxista.

3.- El PRS ha sido aliado histórico del PRI. Por ello sorprende su disposición de coaligarse con el PRD, su adversario perenne. Lo hace –dice su dirigente– en la búsqueda de la alternancia. No es por ahí. Percibo en esta variante aliancista una maniobra para infiltrar a la coalición prozeferinista a fin de entorpecer su desarrollo y lograr información confidencial útil para los estrategas priístas. No deben olvidar los consejeros perredistas que la próxima contienda es de estado y el PRI opondrá una férrea resistencia para seguir detentando el poder; entonces, la infiltración de las organizaciones políticas no es algo inusitado. Se dirá que estoy equivocado. Ojalá sea así. Lo prefiero.

Pero la historia no se equivoca: en 1988, consumado el fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas, fue el ferrocarril, un partido similar al PRS, el primero que se apartó de la coalición frentista, reconociendo el triunfo de Salinas de Gortari ¿Pretende el PRD que esto suceda a su candidato? ¿Por qué correr ese riesgo si quien atrae a los votantes es Zeferino? ¿Qué gana el PRD aliándose con un partido que en la cámara le hace contrapeso?

4.-Si de competir en alianza se trata, el único partido afín es Convergencia. La fórmula PRD-Convergencia ya se experimentó en otras entidades con buenos resultados; aunque es oportuno señalar que los votos que han fortalecido al partido naranja han sido los de castigo que la membresía perredista ha emitido, patentizando su inconformidad por la imposición de candidatos antipopulares. Sin embargo, entre los dos institutos políticos hay más coincidencias que diferencias y esto propicia un acercamiento factible, garante de una alianza sincera, aunque innecesaria, puesto que hoy, el movimiento zeferinista es el que mueve la conciencia de los demócratas, fortaleciendo la esperanza.

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