Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Dogmas

El sábado pasado por la noche veía ociosamente la televisión (¿hay otra manera de verla?), cuando se anuncio la transmisión de la película Forrest Gump, con el inefable Tom Hanks en el papel estelar. De momento deseché la idea, primero porque ya la había visto y, segundo, porque en el cine me había parecido de lo más cursi y dulzona, prejuiciado como estaba ya en contra del inocente pero ácido ex comediante de Saturday Night Live. Desalentado por la raquítica oferta de otros canales, decidí, para variar, darle una segunda oportunidad.

Confieso que la cinta me gustó mucho, la actuación de Tom Hanks me pareció estupenda, pero sobre todo disfruté enormemente el recorrido por los momentos más relevantes de la historia gabacha y por algunos de los paisajes más hermosos de su geografía.

Pero más allá de la autocrítica obligada, fueron otras las razones que me animaron a escribir esta posible monserga, para el puñado de lectores de este espacio.

Forrest Gump es, como decía, una road movie que recorre no sólo caminos, sino épocas paradigmáticas en la historia contemporánea de Estados Unidos: desde un encuentro con Elvis Presley, pasando por la entrada por primera vez de dos estudiantes negros, custodiados por la Guardia Nacional, a la universidad de Alabama; la llegada del hombre a la luna; la guerra de Vietnam; el hippismo sesentero; hasta los asesinatos o atentados en contra de los Kennedy, Martin Luther King Jr., George Wallace, Gerald Ford y Ronald Reagan. Intercalada entre esos episodios, transcurre la vida de Forrest Gump quien, con su errante biografía, justifica imágenes de paisajes, pueblos y regiones norteamericanos de espectacular belleza, que llegan a su clímax con la loca y catártica carrera final del protagonista.

Al final, recordé con envidia la enorme cantidad de películas gringas con características similares. Cintas que con sus historias y escenas retratan, con generosidad o severidad, historia, cultura, valores e idiosincrasia de nuestros vecinos norteños. La fortaleza de su industria fílmica ha podido, en primer lugar, sí, entretener a su a menudo complaciente audiencia, pero también, construir un documento invaluable sobre prácticamente todos sus momentos y personajes más importantes y representativos.

Por eso es relativamente fácil, para los norteamericanos, pensar en referentes mucho más claros sobre su pasado y, especialmente, sobre el significado colectivo que tuvieron y tienen para ellos como nación.

Mi envidia nació al tratar de recordar productos de nuestra cultura popular (no ensayos, tratados, análisis e investigaciones, que esos sí abundan, al menos), que nos ofrezcan algo similar a la mayoría de los mexicanos. Muy pocos.

Si intentamos reconocernos a través de las películas, programas de radio y de televisión o de las imágenes fotográficas de las revistas que han producido los medios de comunicación mexicanos a lo largo de la historia reciente, nos encontraremos ante una tarea difícil y limitadísima.

Todo lo que recordamos de nuestro pasado reciente, recurre forzosamente a las versiones del régimen corporativo mexicano, en cada momento, de los libros de texto, de medios informativos con tendencias cuestionables, escasas todas en documentos objetivos y de la más elemental pluralidad. Es decir, que lo que la mayoría entendemos como “mexicano” pasa forzosamente por el filtro casi exclusivo del poder, sobre todo el político, con todos sus dogmas.

Es una verdadera desgracia nacional la ausencia casi total, en este ámbito, de interpretaciones, percepciones, miradas y lecturas generadas desde la sociedad civil, libres de la manipulación del poder político, incluso aquellas que pudieran haber financiado hegemonías menores.

Es fácil entender así la escasa participación social en México, la indecisión y temor de los ciudadanos por involucrarse en los asuntos que determinan el rumbo y destino de nuestra sociedad. Si todo lo que nos ha sucedido a lo largo de la historia ha estado determinado por las hegemonías políticas y económicas, ¿para qué participar? Si nada o casi nada depende de los ciudadanos, ¿para qué tanta molestia?

La democracia debería, pronto, detonar las historias civiles que ayudan a cambiar la historia.

[email protected]

468 ad