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Víctor Cardona Galindo

PÁGINAS DE ATOYAC

*Ayotzinapa, una historia de lucha (Primera parte)

Sin la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Atoyac no sería el mismo. Los maestros egresados de esa institución le han puesto la cereza al pastel en la historia reciente. Lucio Cabañas, Carmelo Cortés, Decidor Silva y Rubén Ríos Radilla pasaron por esas aulas. Cada año valientes, aguerridos y creativos maestros atoyaquenses egresan de ese centro del saber. De los caídos el 12 de diciembre de 2011, Jorge Alexis Herrera Pino era originario de la Y Griega, y ahora cuatro de los 43 desaparecidos son de esta tierra del café.
La historia de la Normal desde su fundación es una historia de lucha. El gobierno ha intentando desaparecerla desde hace más de medio siglo. Si no fuera por el arrojo y valentía de sus estudiantes, su existencia fuera un recuerdo. La escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos es única en su género en todo el estado de Guerrero, y sólo hay 17 en el país, está ubicada al sur-poniente de la ciudad de Tixtla. Desde su fundación ha sido uno de los centros de la educación rural, promotora del cambio social y económico de las comunidades campesinas.
Beatriz Hernández García, en su libro La Maestra escribió que la primera Normal Regional se fundó en 1922 por el maestro Isidro Castillo en Tacámbaro Michoacán y que “Por gestión del señor profesor Adolfo Cienfuegos y Camus se creó la Escuela Normal Rural de Tixtla, Gro., cimiento de la actual normal de Ayotzinapa. La carrera era de cuatro semestres y se recibían alumnos con sólo certificado de primaria”.
Dicha institución fue establecida por el profesor Rodolfo Alfredo Bonilla en marzo de 1926 con el nombre de Escuela Normal Conrado Abundes, y funcionó primeramente en el centro de Tixtla. Dice Beatriz Hernández que “El 1° de marzo de 1926 la Escuela Normal Regional de Tixtla, Gro., abre sus puertas en la calle del Empedrado. La casa que ocupa es propiedad de la señora Otilia Cienfuegos, Vda. De Campos, quien cobra la módica renta de $15.00 mensuales. Se inscriben en el primer grupo cuarenta y cinco alumnos con certificado de instrucción primaria elemental”.

Los orígenes

El periódico Así Somos número 42 recoge que se iniciaron los trabajos con un total de 27 alumnos, que “al no contar con mobiliario de ninguna clase se vieron precisados a llevar sillas y mesas, así como materiales que sirvieron para improvisar el mobiliario necesario”, y para mejorar las condiciones de vida de los alumnos inscritos, a principios de 1927 se abrió el internado con gran pobreza por falta de recursos económicos y materiales suficientes, el que funcionó con una organización de tipo familiar, pero al mismo tiempo en ambiente de libertad y cooperación en las diversas tareas que demandaba la institución.
Luego, el día 1 de septiembre de 1930, llegó a Tixtla el apóstol de la educación Raúl Isidro Burgos quien se hizo cargo de la dirección de la Normal, y el médico y profesor Rodolfo A. Bonilla fue trasladado a la Normal de Actopan. El profesor Burgos fue presentado por el entonces director de Educación Federal Rafael Molina Betancourt.
“Desde la fecha de su fundación, hasta el día último del mes de febrero de 1932, la Escuela Normal Rural ‘Conrado Abundes’ estuvo funcionando en la ciudad de Tixtla, pues el 1° de marzo de este mismo año el nuevo director de la Escuela Normal, el maestro rural Raúl Isidro Burgos Alanís, organizó su traslado en masa a los fértiles terrenos de la ex hacienda de Ayotzinapa, mismos que habían sido cedidos por las autoridades municipales de la ciudad de Tixtla y ratificada dicha donación por el un decreto expedido por el C. Gobernador del Estado, Gral. Adrián Castrejón”, escribió Raúl Mejía Cazapa en el libro Escuela Normal Rural de Ayotzinapa: notas sobre su historia.
En este lugar, bajo techos construidos improvisadamente por maestros y alumnos, y aprovechando las viejas chozas que se encontraban ahí y que antes sirvieran a los campesinos, la Escuela Normal Rural Conrado Abundes continúo su labor educadora iniciada en el centro de la ciudad de Tixtla seis años antes.

El sacrificio solidario

Los estudiantes internos de aquella época sacrificaron sus energías, su preparación y su salud en aras del acarreo y extracción de la mayor parte de los materiales de la región; incluso redujeron su de por sí pobre dieta alimenticia para dedicar los ahorros a la construcción de las instalaciones de la escuela. Desde entonces, quedó manifiesto el espíritu de sacrificio que han tenido los estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
Para reconstruir, los estudiantes derribaron lo que quedaba del casco de la vieja hacienda de Ayotzinapa. “Sudorosos y cubiertos de polvo, los muchachos descargan zapapicos sobe las vetustas paredes que aún lucen a trechos su desteñido tapiz”, escribiría Beatriz Hernández.
“Como por milagro de magia o de encantamiento, la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Gro., fue surgiendo al pie de este hermosos valle no sólo como la plasmación de un ideal quijotesco, sino también como un verdadero monumento de más firmes y seguras esperanzas. Y así después de dormir en el suelo o en camas improvisadas de varas, de comer parcamente, de recibir clases debajo de los árboles y de trabajar sin descanso de seis a seis, vinieron para las Escuela mejores días y las primeras comodidades para alumnos y maestros, arrancadas al cerro pedregoso y desforestado con entusiasmo y gran sentido de responsabilidad”, dice Mejía.
Los primeros internos enfrentaron el paludismo. “La excesiva humedad permanente permitía la existencia de enormes cantidades de zancudos palúdicos que, en enjambres, perturbaban el sueño de los estudiantes y los inoculaban los gérmenes nocivos del paludismo”, asentó Hipólito Cárdenas en libro El caso Ayotzinapa o la gran calumnia.
Beatriz Hernández recoge una anécdota: “Las tierras de la vieja hacienda de Ayotzinapa, cedidas por el H. Ayuntamiento después de vencer la oposición de los naturales que las cultivaban, se siembran de caña. Para evitar el robo de la planta, comisiones de alumnos vigilan por las noches. Provistos de escopetas, rifles, palos y machetes, y embrocados en sus sarapes, rondan todo el campo. Obscura es la noche. El cielo está encapotado. Relampaguea. A lo lejos suena un disparo, seguido de un grito: –¡Enemigo al frente…! ¡A…lerta! –¡A…lerta! –Contestan de distintos rumbos y el alerta se repite cada vez más cerca del lugar del disparo”.
“–Por aquí entraron; yo los vi, eran dos bultos; deben de estar escondidos entre la caña –Dice el centinela que dio la voz de alarma”.
“–Vamos, muchachos, alisten sus armas –Ordena el jefe de la guardia, y todos se dirigen cautelosamente al lugar señalado. Se oye un ruido; tiemblan las piernas y castañean los dientes (…) –¿Quién anda allí? –Grita el más valiente. El ruido sigue. Se disparan al aire las armas. Dos vacas salen corriendo del cañaveral. Sonoras carcajadas turban el silencio de la noche”.
Ramiro Duarte recuerda la Escuela Regional Campesina de Ayotzinapa a fines de los años treinta, “El internado era un semillero de mentes jóvenes, donde la camaradería, el trabajo material y el estudio nos hacia conocernos más de cerca y ahí, tanto había compañeros de la región de Tierra Caliente, como de la región montañosa de Tlapa, como bullangueros costeños de la Chica y de la Grande; un hombre anciano dirigía la escuela, el gran educador y misionero del abc, en los medios rurales e ilustre hombre, el maestro Raúl Isidro Burgos”.
“La excelsa labor educativa del maestro Raúl Isidro Burgos le valió que en vida, por iniciativa de los propios alumnos normalistas, se sustituyera el nombre de Escuela Normal Rural ‘Conrado Abundes’ por el de Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Éste fue el merecido reconocimiento al maestro rural que no escatimó tiempo en la organización de sus alumnos para que en el campo se rozaran hombro con hombro con los campesinos, apoyándolos”, comenta Mejía.
En 1934, el alumnado era mixto. Las alumnas, llegadas de diversos lugares del estado de Guerrero, dormían en la planta alta; los hombres, en la planta baja. Las clases, en el amplio comedor, pues faltaban construir aulas para las clases diarias.
“Para el año de 1934, la secretaría de Educación Pública dispuso un nuevo programa de preparación para los futuros maestros rurales de la república y cambió el nombre de Escuelas Normales Rurales por el de Regionales Campesinas, con un plan de estudios de tres años en vez de dos”.

La lucha democrática de Los Tortugos

Desde su fundación, la Normal de Ayotzinapa gozó de una práctica democrática donde los alumnos tuvieron los mismos derechos que los docentes. Se elegía la sociedad de alumnos y participaban todos en la elaboración de los reglamentos internos. Durante la dirección de Hipólito Cárdenas, estas prácticas mejoraron con el agregado de que se informaba a los normalistas del diario acontecer, fortaleciendo en los estudiantes su capacidad de análisis.
“Llegó a la escuela el culto ingeniero Hipólito Cárdenas Deloya, quien hizo una transformación radical a la misma y comenzaron a mezclarse ideas de hombres extranjeros terminados en IN y TOV como Stalin, Bugarín, Molotov, etc., y a llegar la literatura rusa con nuevas ideas que encontraron ‘adictos’, así como a formarse las células comunistas donde se trataban las marchas de la escuela que los mismos alumnos nos imponíamos y algunos otros asuntos emanados del Buró Político del Partico Comunista Mexicano (PCM) cuyo principal dirigente era era el finado Hernán Laborde”, escribió Ramiro Duarte Muños en su libro Copra. Una visión social del cultivo coprero en la Costa Grande a mediados del siglo XX.
De hecho, la fundación del Partido Comunista Mexicano (PCM) en Guerrero se le atribuye, además de a Hipólito Cárdenas, al profesor atoyaquense Silvestre Gómez Hernández, Miguel Arroche Parra y a Pedro Ayala Fajardo. El PC tuvo en la Normal de Ayotzinapa su principal bastión.
Aunque el Partido Comunista ya tenía presencia en Ayotzinapa desde antes de la llegada de Hipólito Cárdenas. Cuando Othón Salazar llegó a esa Normal entró en contacto con el periódico del Partido Comunista, La Voz de México, “lo que le permitió enterarse de las noticias de la vida nacional. El profesor Raúl Isidro Burgos, director de la Normal, recordaba que el estudiantado era muy radical, que existía una célula del PCM que controlaba la dirección estudiantil del alumnado. Su consejero áulico era el profesor Palemón Moncayo, él influyó mucho en la formación de Othón”, recogen Noé Ibáñez y Catalina Isabel Cabañas en el libro Othón Salazar Ramírez una vida de lucha.
Cuando Ramiro Duarte Muñoz egresó de la Normal fue enviado como maestro a la comunidad de El Ciruelar municipio de Atoyac. Ya para 1943, Isidoro Meza encabezaba una célula del Partido Comunista en la cabecera municipal a la que se integró. Luego por motivos de su actividad política el profesor Meza sería asesinado en Acapulco.
Desde los años treinta, la escuela Norma de Ayotzinapa ha organizado huelgas para hacerse escuchar por los gobiernos del estado y federal. Por ello, tal vez, la historia de represión a la Normal de Ayotzinapa venga desde 1940, cuando el Ejército tomó las instalaciones, detuvo a los maestros y al comité estudiantil. Durante el asalto, los militares desnudaron a los normalistas y los encarcelaron durante tres años. El motivo fue haber izado una bandera rojinegra en la explanada de la escuela.
Por eso ahora las actividades de los normalistas de Ayotzinapa están íntimamente ligadas a esa tradición de más de ocho décadas de lucha y también a la vida del guerrillero Lucio Cabañas Barrientos. Por eso Los Tortugos, como se les llama a los estudiantes de esa Normal, tienen que ser consecuentes, defender su institución y la educación publica con uñas y dientes. Siguiendo el ejemplo que les dejó el guerrillero atoyaquense a su paso por la Normal donde fue dirigente estudiantil.
“Era el mes de febrero de 1956 cuando un joven campesino como de dieciocho años de edad llegaba a la Normal de Ayotzinapa –comenta Vicente Estrada Vega entrevistado por Simón Hipólito–. Tanto el director como los maestros solamente nos daban clases una a dos veces por semana, ya que se iban de asueto. Eso disgustó a Lucio, que una tarde nos reunió para decirnos que procedíamos del sector más pobre del país, el campesino, que si nuestros padres con grandes sacrificios y quitándose el bocado de la boca nos mandaban a estudiar para cambiar en algo nuestra situación, que no era justo que siguiéramos el juego al director y a los maestros, que deberíamos llamarlos y exigirles puntualidad. Así se hizo y una tarde llamamos al director y maestros a una asamblea, donde les exigimos puntualidad. Como no quisieron, solicitamos su remoción de la normal, y la logramos”,

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