Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Marchando (y arengando) bajo la lluvia – CRONICA

Óscar Ricardo Muñoz Cano

Cientos de botas al unísono resuenan y hacen eco. Órdenes marciales que de inmediato se obedecen. Uniformes azules que se mueven sincrónicamente, como uno solo. El Centro de Convenciones que horas antes era un recinto cultural con su feria del libro, ahora da cabida a cientos de agentes del Estado un día antes de la marcha en demanda de la presentación de los 43 jóvenes de la Normal de Ayotzinapa desaparecidos desde el 26 de septiembre en Iguala.
Al unísono, y desde algún rincón del gobierno del estado, se emite una alerta que de inmediato es replicada en los medios: peligro, miles de personas se manifestarán en las calles de Acapulco y arrasarán cual plaga bíblica con comercios y establecimientos, atacarán a cualquier cosa que se mueva y se comerán a sus hijos; por favor ocúltese, recuerde, los ayotzinapos son el mismísimo diablo.
No es de extrañarse entonces que la otrora Perla del Pacífico amaneciera este ayer envuelta en un aura fantasmal, desierta, y en cierta forma hasta deseada: sin tráfico, sin ruido, incluso hasta limpia. Voy más allá: fresca como pocas veces.
En las redes sociales, los nuevos activistas de escritorio y los opinótecnócratas (Ángel Aguirre dixit) se aprestaban a narrar el día en que Acapulco colapsaría finalmente.
Tres son las salidas de la marcha, advirtieron: Pie de la Cuesta, La Cima, y La Base; dos los puntos en conflicto: La Diana y el Centro de Convenciones.
Cerca de las 12 del día miles de personas iniciaron el recorrido por la calzada Pie de la Cuesta, en las inmediaciones del Diario 17, apretujadas en la estrecha calle que conduce a la Vía Rápida y que da acceso a la avenida Costera.
–Mira –dice un normalista de Oaxaca–, vamos a marchar junto al mar, mientras a la distancia, decenas de coches buitre amarillo con blanco con la leyenda “No a la violencia” se aprestan estratégicamente “para lo que el gobierno disponga, faltaba más”.
Pero las consignas escritas en sus pancartas, tienen réplicas en esa otra arena llamadas redes sociales:  “Váyanse a su pueblo, aquí nadie los quiere, en la forma de pedir está la de dar”, se lee en los posts, ahí donde los normalistas no pueden responder, puesto que durante su avance, sólo los siguen las miradas curiosas de la gente detrás de sus ventanas, en sus balcones, sobre la misma calle.
Los más, incluso, se aprestaron a darles agua, café y comida, como los empleados del 100% Natural junto a la Universidad Americana, o los de La Casa de los Abuelos, ya por en el Centro de Convenciones.
“A mí me caen gordos estos muchachos –aseguró la señora Roselia–, pero eso de que se chingaran a tantos y de un jalón no se lo deseo a nadie”, comentó mientras les repartía naranjas.
Algunas personas fijaron números: que si fueron 35 mil, que 40 mil, pero en verdad es que si sólo fueron unos cuantos miles, los gritos y las consignas se dejaron escuchar; tan solo al cantar en el Asta Bandera con el puño en alto el Venceremos chileno con su Desde el hondo crisol de la Patria / se levanta el clamor popular / ya se anuncia la nueva alborada / todo el pueblo comienza a luchar, o después, cruzar por el Crystal y sentir el “Ayotzi vive, la lucha sigue”, “Ayotzi, aguanta, Guerrero se levanta” dejó la sensación de que por una vez miles de acapulqueños compartieron una lucha social adueñándose de las calles.
(Y uno termina imaginándose las protestas de Juan R. Escudero de principios del siglo XX, de los copreros en 1967 que terminó en una masacre y recordando las movilizaciones antiprivatizadoras ruizmassieuistas y el furor cardenista en la elección de 1988).
Luego de las primeras pintas, en Soriana de Papagayo, o aquella en contra del cachorro Figueroa, Rubén para no variar, y en muchos de los Oxxo de la avenida Costera, las alarmas parecían encenderse y más ante la ausencia de cualquier autoridad vigilante (ojo, que los halcones de la maña en motoneta no cuentan) pero es ahí cuando reparo en un pequeño grupo relativamente aislado y que se acababa de incorporar al grupo compuesto principalmente por maestros y miembros de la CETEG y grupos afines.
Con las caras tapadas, haciendo una especie de corral, y casi en silencio a no ser por las propias arengas a favor de la movilización, portaban carteles con las imágenes de sus 43 compañeros desaparecidos: los normalistas de Ayotzinapa y sus familias.
La imagen no concordaba por ejemplo con la de aquellos muchachos que en 2011 rumbo a Chilpancingo le dieron baje a quien esto escribe, pero tampoco cazaba con otra, una más reciente, la de un grupo de 43 jóvenes que detuvo la policía en Iguala para entregárselo a un cartel del narco.
La marcha se alargó y daba la impresión de que era enorme; mientras un grupo alcanzó La Diana otro apenas estaba cerca al Papagayo; la lluvia se sumó a la protesta y obligó a cientos de personas a buscar refugio e incluso, a abandonarla.
“Aguirrín, ojetín; Aguirrón ojetón” se escuchaba entre el golpeteo de las gotas sobre el monumento a La Diana; “el pueblo se cansa de tanta pinche transa”, que flotó de a poco entre tanto charco en el asfalto.
Mientras, lo mismo manifestantes, reporteros, fotógrafos y curiosos se arrebataron desde bolsas de plástico o pendones ya sea de la Feria del Libro, La Nao o los de Mundo Imperial para usarlos como improbables paraguas.
Unos metros antes del Centro de Convenciones, la ansiedad calentó los cuerpos y aquellos muchachos que tímidamente portaban palos para controlar a quienes pretendían hacer desmanes más allá de las pintas, se aprestaron a marchar al frente, en espera de lo inevitable, a donde las botas, las órdenes y los uniformes ya no estaban.
Ante reporteros, un normalista de Ayotzinapa explica que aceptan vivir bajo el estigma de vándalos, pero asegura que sólo así su voz, que es también la del pueblo, es escuchada por el gobierno; “la lucha de nosotros no es contra el pueblo, aquí la autoridades tiene que dar la cara y no echarnos a la gente encima”.
Un alto para comer en la calle, otro para tomarnos la foto, otro para analizar desde el Toks cercano la posibilidad de reabrir la feria del libro del Ayuntamiento, y hacer que la vida siga, pero una vez que concluyó la marcha, entre los asistentes, los ausentes, entre los agoreros del desastre y los defensores a ultranza de los normalistas, nos dimos cuenta de que juntos, todos no tenemos idea de responder desde dónde recordar esta época de la que se es testigo y posiblemente hasta actor.

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