Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

La Orquesta Minerva dirigida por Alberto Escobar

 Agrupación que amenizó durante casi media centuria la vida social acapulqueña

 

Banda militar

El general Silvestre Mariscal establece en Acapulco la capital del estado en 1916, primero como gobernador designado por el primer jefe Venustiano Carranza y un año más tarde por elección. Despachará en una casona que luego ocupará el Hotel Monterrey, en la calle Felipe Valle, mientras que el Congreso sesionará en un área vecina cuando vote la Constitución del estado del 27 de septiembre de 1917. La firmarán por Acapulco los diputados Nicolás Uruñuela y Simón Funes.

Aunque primero tenedor de libros y luego profesor de primaria, Mariscal poseía un espíritu guerrero amante de las trompetas y timbales atronando los aires con fanfarrias triunfales. El caballo era su arma y por tanto la marcha Dragona su favorita. Gustaba escucharla con su propia banda de música, siguiéndolo desde Atoyac de Álvarez, su terruño.

Será a fines de 1917 cuando aquella agrupación musical se desintegre tomando sus maestros, entre ellos el director, caminos diferentes. El grueso buscarán aquí quien los dirija y no podrán encontrar a un mejor músico que Isauro Polanco. Don Isauro y su violín, acompañado sólo por una guitarra, había puesto la nota alegre y brillante en los jolgorios acapulqueños de principios de siglo.

El grupo adoptará el nombre de Minerva y lo integrarán Alberto Escobar, Adalberto Jiménez, Rufino Bello, Domingo Martínez y Cándido Apac, entre otros. Cuatro años más tarde sobrevendrá la ruptura asumiendo la dirección el maestro Escobar, conservándola                             hasta su muerte.

Los miembros de la nueva orquesta Minerva eran en 1921 (gráfica) Gobén Tapia Jiménez (contrabajo), Lamberto Nava (cornetín), Germán Nava (violín), Rufino Bello (helicón), Enrique Apac, El Toronjo (batería), José Parra (guitarra). En el centro, con clarinete, Alberto Escobar. Las ausencias y deserciones serán cubiertas a través de los años por el maestro Miguel Chavelas, trompetista y subdirector de la secundaria federal; Jesús Chucho Larriera Donjuan y otros recordados solo por su apodos: Gacho, Lapo, Chaneque, Basura y Chón Boquitas.

Salones de baile

Don Alberto Ponce instala en el Barrio Nuevo, fundado en terrenos donados por él mismo en lo que es hoy el IMSS, un salón de baile bautizado con el nombre de Teresita. No otra cosa que un cercado con hueso de palapa y en medio una plancha circular de cemento. La clientela era reclutada mediante voceo con megáfono en el centro de la ciudad y transportada en un camión de redilas por cortesía de la empresa.

Las damas entraban gratuitamente mientras que los caballeros cubrían a la entrada una cuota de 15 centavos, con derecho a una tanda de cuatro piezas. No había devolución para quienes por tímidos no agarraban pareja en la primera redada.

–¡Taratariutariu!–, la trompeta pedía atención y entonces el maestro de ceremonias –el mismo sujeto rengo ocupado en trapear la pista–, anunciaba con voz chillona: ¡La tanda va a comenzar, adentro bailadores!

El maestro Escobar marcaba con su saxofón la entrada –¡un, dos, tres, cua..!– dando paso a la marcha Acapulco, del paisano Walter Escudero, rúbrica por años de la orquesta. La primera tanda incluía, por ejemplo, los fox trots Mi querido capitán, ¿ Dónde estás corazón? y Desdén, así como el danzón Juárez, versión mexicana del cubano Martí no debió de morir. Y así hasta que el cuerpo y los centavos aguantasen.

Un consejo de nuestro hombre para los bailarines de danzón: portar un paliacate en la bolsa trasera derecha del pantalón, con una punta colgando, para hacer notar el movimiento de la cadera. Nunca deberá exagerarse.

Don Beto mantenía contacto con colegas suyos de la ciudad de México, quienes lo mantenían al tanto de las novedades musicales nacionales y extranjeras. No será extraño por ello escucharle en algún momento Always, de Irving Berlin; Who, de Jerome Kern; el charleston Yes sir, that’s my baby, y los tangos A media luz y Fumando espero. Begin the beguine, la pieza que Cole Porter habría escrito en Acapulco, bebiendo martinis secos en El Mirador, será también bandera de la agrupación.

La orquesta Minerva estrenará localmente en 1928 la opera prima de Agustín Lara, Imposible, y mucho después María Bonita, nacida aquí mismo en 1945. Pianista prostibulario, Lara dará a su primera producción el ritmo de danzón cubano, pues no debe olvidarse que su obligación era propiciar la danza. Así estimulaba en los señores la líbido (vulgo, cachondería) y las muchachas se ocupaban por ende con mayor frecuencia.

Otro estreno de Escobar será el danzón Acapulco, de Gus Moreno, obligado en las noches excitantes del metropolitano y legendario Salón México (1920-1962). El mismo que inspirará la suite orquestal de tal nombre, escrita por el estadunidense Aaron Copland, y el de los letreros irrepetibles: “No se limpie las manos con las cortinas” y “No tirar colillas porque se queman los pies las damas”.

Chico Alcaraz

Las cosas no eran del todo diferentes en las tardeadas dominicales organizadas por Francisco Chico Alcaraz, en el barrio de El Capire, amenizadas por el maestro Herminio Messino y su orquesta La Especial.

Variaba un poco el ceremonial y el precio, diez centavos por tanda. Las damas sentadas alrededor de la sala y los caballeros parados en el centro. El propio Chico hacía las veces de maestro de ceremonias proclamando, luego de una llamada a cargo esta vez                             del clarinete:

–¡Atención, bailadores! La tanda va a comenzar! Los hombres tengan listos sus diez fierros en la mano izquierda.

Alcaraz mismo recorrería la pista presentándose ante la pareja para que el galán soltara displicente la o las monedas. Habrá quienes lo hagan con gran estilacho.

La Quebrada

El club Thalía, integrado exclusivamente por damas, tendrá su propia orquesta dirigida en 1910 por don Gumersindo Lobato, compositor, arreglista y orfebre. Llegará a ser alcalde de Acapulco y su hijo Enrique, también orfebre, lo será hasta en dos ocasiones.

La orquesta Minerva será una de las dos que amenicen mientras duren los bailes de La Quebrada, famosos por pluriclasistas, elegantes, alegres y sin broncas. La otra era el Conjunto Acapulco de Teodoro Teddy Vargas, también distribuidor de publicaciones. Ambas instituciones se dividían la chamba en un Acapulco bailador de todo los ritmos pero particularmente de los provenientes de Cuba.

Los acompañamientos fúnebres se hacían con una dotación menor –apenas saxofón, guitarra y violín– con un repertorio breve: Las golondrinas, Dios nunca muere, Rayando el sol, Adiós a Guadalajara (hoy simplemente Adiós, de Alfredo Carrasco) y por supuesto las piezas favoritas del o de la difuntita.

Otros lugares donde se bailó en diversas épocas del puerto. El Paraíso, de Manolo Herrera en Caleta; salón El Aterrizaje, de Chava Nogueda, en Pie de la Cuesta; el salón de los Iturburu, en Dominguillo; Las Cazuelas, en la colonia Progreso y en esa misma colonia otro con su nombre.

Entre las orquestas más solicitadas del último cuarto de siglo acapulqueño figuran: Los Hermanos Chinos, del Espinalillo, dirigida por Ethel Diego, autor de Mi regalo, entre muchas obras; El Círculo Social Sanmarqueño, bajo la batuta de Gal de los Santos; la de Nacho Nogueda, dirigente del sindicato de músicos, la de Mardonio Ramírez, el conjunto de Nacho Malanco y finalmente la Kiyumba de Macario Luviano, un músico, él, de excepción.

Toros y serenatas

Durante la década de los 50 y 60, el conjunto de don Beto Escobar cubrirá como banda las ceremonias                             oficiales –con obertura invariable de la marcha Acapulco– las serenatas en el Zócalo y las corridas de toros, primero en la plaza de madera de Juan Torreblanca, en Dominguillo, y más tarde en Caletilla. También las clausuras de cursos escolares y los bailes de la sociedad acapulqueña. Su repertorio era por ello amplio y diverso. Para matar el aburrimiento entre tanda y tanda, el maestro gustaba de jugar póker, su otra pasión después de la música, unas veces con apuestas y otras de a mazote.

Cantantes acapulqueñas como María de los Ángeles Rosas, Noemí Torreblanca, Evelia Soberanis y Arturo Escobar García, su sobrino, tendrán en la Minerva el mejor y discreto apoyo melódico para el lucimiento de sus voces. Mucho atrás, el conjunto había animado las películas mudas proyectadas en los cines Salón Rojo y 20 de noviembre. Las escenas de amor con solos de violín a cargo de Germán Nava; las vaqueras con Caballería ligera y las de guerra con la marcha de                             Zacatecas.

Hombre generoso

Don Alberto venía de los Escobar de La Venta, aunque había nacido en el puerto. No tuvo descendencia en su matrimonio con Petra Aguilera pero se hizo cargo de la educación de sus sobrinos Héctor, César, Ana María, Dioema y Minerva, hijos de su hermano Herculano; así como de Arturo, Ana María y Jaime, de su hermano Crispín. Fue un hombre cordial, amable y generoso, según el testimonio de varias generaciones del barrio de El Capire, donde habitó toda su vida. Una calle de El Coloso lleva justamente su nombre.

Durante una ceremonia luctuosa en honor del maestro, en el panteón de Las Cruces, el gritón de la orquesta Delmer (del mercado, pues), hará esta ofrenda:

–¡Heeey, familia… danzón dedicado al maestro Alberto Escobar y a las once mil vírgenes que lo acompañan!

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