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Tomás Tenorio Galindo

La desesperación del PRI

El PRI está desesperado frente a la posibilidad de perder el gobierno en las elecciones de febrero de 2005. La mejor demostración de que teme a la derrota son los arrebatos persecutorios dirigidos contra integrantes de ese partido por apoyar al candidato del PRD.

Le sobran motivos al PRI para estar preocupado. El proceso electoral interno del PRD para seleccionar a su candidato no fue sólo un notable ejercicio de democracia partidaria, algo que el PRI no hizo; ahora es, además, un parámetro invaluable para establecer la correlación de fuerzas entre ambos partidos en la víspera del inicio de las campañas.

La elevada votación alcanzada por el PRD en la elección abierta de su candidato a gobernador, cifrada en alrededor de 260 mil sufragios, en efecto representa una amenaza muy seria para el partido en el poder. Con esa cantidad de votos, el PRD asegura por lo menos el 60 por ciento de la votación que requiere para superar al PRI en la elección del 6 de febrero; y la obtención del resto le es perfectamente posible en los cinco meses que faltan para los comicios.

En este momento existe entre el PRI y el PRD un empate técnico electoral. Sin embargo, las tendencias castigan al PRI y premian al PRD por lo menos desde 1997. La consecuencia lógica de esta onda expansiva del PRD es que en 2005 obtenga la gubernatura. Los datos así lo indican.

Entre las elecciones federales de 1994 y 1997, el PRI sufrió en Guerrero una pérdida de 4.5 puntos porcentuales, mientras que el PRD obtuvo un incremento de 7.8 puntos. A partir de entonces, el PRI no ha podido detener la declinación de su votación, y el PRD no ha dejado de aumentarla.

En las elecciones para gobernador de 1999, el PRI obtuvo el triunfo por una diferencia de 14 mil votos. El PRI obtuvo 415 mil 877 votos y el PRD 401 mil 635. El PAN reunió en esa ocasión 14 mil 227 votos.

En las siguientes elecciones que son comparables, las de 2002, las cifras para diputados locales situaron al PRI con el 41.55 por ciento de la votación (377 mil 880 votos), frente a 40.84 por ciento del PRD (371 mil 482 votos). La diferencia es realmente insignificante. Pero en la elección de alcaldes de 2002, el PRI obtuvo menos votos que el PRD. Mientras el PRI contabilizó 373 mil votos, el PRD contó 389 mil; 16 mil más.

En la elección de diputados federales de 2003, el PRI sacó en Guerrero 258 mil 458 votos (41 por ciento); el PRD, 240 mil 713 (38.19 por ciento); y el PAN, 37 mil 618 (5.97 por ciento). La ventaja de menos de tres puntos porcentuales a favor del PRI es igualmente insignificante.

Para tener una idea clara de la curva que han seguido las tendencias, conviene recordar que en las elecciones de alcaldes de 1993, el PRD contabilizaba apenas 26 por ciento de la votación, frente a 61 por ciento del PRI. En el lapso transcurrido de entonces a la fecha, la oposición ha venido conquistando cada vez más ayuntamientos y más espacios legislativos. Acapulco, Iguala y Zihuatanejo son plazas que el PRI no ha podido recuperar. Es por eso que se puede concluir que existe hoy un empate técnico, con las tendencias favorables al PRD.

Para que el PRI gane en febrero necesita un milagro. Ese milagro puede provenir de alianzas legítimas con otros partidos, de la manipulación de la votación desde el poder o de la puesta en práctica de recursos fraudulentos el día de la elección. En cualquier caso, el PRI competirá por primera vez sin saber cuál será el resultado de las elecciones.

De lo que hay pocas dudas es de que el PRI empezó mal la temporada. La escisión de uno de sus precandidatos, que arrastró consigo a una corriente de priistas, le está resultando más cara de lo que quizá parecía. Si el peso de esta corriente en votos puede ser reducido –aunque ya sabemos que la lucha será voto por voto–, las formas empleadas por el PRI magnifican el impacto político del conflicto y le causan un severo daño.

El PRI no puede permitirse, porque la sociedad ya no lo admite, enviar un mensaje de agresividad política en la coyuntura que se avecina. La única forma que tiene de retener el poder, es por la buena. Otra vía solamente traería complicaciones que el estado no está en condiciones de soportar ni de tolerar. Después de haber estado siempre en el poder, es difícil asimilar la posibilidad de la derrota. Sin embargo, eso es lo que el PRI necesita: asimilar con sensatez y sapiencia que podría perder el gobierno. Un partido no puede ser moderno si no se somete a la posibilidad de perder. Después de todo, con ello no se acaba el mundo.

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