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Federico Vite

Un hombre bueno es difícil de encontrar (Primera de dos partes)

Algunas de las notas de Flannery O’Connor parecen anatemas en contra de los bisoños encumbrados como artistas. La escritora nos saluda con estas advertencias: “Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión respecto de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana. Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el inicio, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa. No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don, las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Estoy segura que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre ‘cómo se escribe un cuento’ ”.
Con este párrafo seguimos pensando que algo malo le ha pasado a la literatura mexicana, no sólo por la dificultad con la que se publica, en alguna de las editoriales de alto impacto, un libro de cuentos, sino por el hecho de que el arte de narrar en corto se entiende como un género de entrenamiento para quienes planean una novela. Lo esencial del cuento radica en la magia de la mirada. El cuento, más que una sobremesa del lector, bien podría entenderse como una petición de principios para volverse un escritor maduro, pero, amparado en la soberbia reflexión de O’Connor, me sumo a la idea de que un buen cuentista posee las habilidades irrepetibles de un observador profesional. Es un tipo intuitivo que busca en el motor de sus historias la corporalidad de sus personajes. La acción de ellos sirve para evidenciar con actos la visión del mundo en una temporalidad breve. “Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas”, señala la espléndida Flannery. Pensemos en un cuento de ella para tener claro las sentencias referidas, por ejemplo, Una visión del bosque.
Tenemos a un anciano de 78 años, el señor Fortune, y su nieta de 9 años, Mary Fortune Pitts. Al final del texto, una pelea entre ellos culmina con la muerte de la niña, estrangulada y golpeada, y el infarto del viejo. El anciano tiene entonces, al sentir la tranquilidad que antecede a la muerte, esa visión del bosque: “Su mirada recorría imponente los desnudos troncos de los pinos hasta llegar a las copas. Crecía con tal rapidez que el viejo tenía la sensación de que algo lo arrastraba por el bosque, de que él mismo corría a toda velocidad con aquellos horribles pinos hacia el lago […]. Miró alrededor desesperadamente en busca de ayuda, pero en el lugar no había nadie, sólo un enorme monstruo amarillo, tan inmóvil como él, que, a su lado, se zampaba en la arcilla”. Flannery señala, en sus notas, que si el bosque es algo, tiene que ser entonces el símbolo de Cristo. Camina a través del agua, está bañado de una luz roja, y al final del cuento tenemos es la visión del viejo. No importa la pelea, el conflicto entre las dos fuerzas, sino el final, no sorpresivo sino revelador. Un cierre negro que da continuidad a la enunciación del mal en toda la obra de O’Connor. Lo importante, para ella, es dar testimonio de que la estupidez máxima sólo es el primer escalón para ascender a esa alienación de la maldad. Flannery buscaba cincelar en nuestra imaginación una sola imagen: “los delgados árboles habían engrosado hasta convertirse en unas filas oscuras que marchaban a través del agua y se alejaban en la distancia”. Se necesita ser muy necio para no descubrir en las páginas de Una visión del bosque una sólida propuesta estética sobre la maldad. La autora nos revela que hay una promesa en cada acto violento. Lo que está sobre la mesa es simple, para esta autora sureña y gringa, el cuento es un género idóneo para indagar el misterio del hombre y la herramienta principal para su oficio es la profesionalización de la mirada. En la siguiente entrega, veremos uno de los textos más conocidos de O’Connor: Un hombre bueno es difícil de encontrar. Que tengan buen martes.

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