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Heliodoro Castillo Castro:

 

 Ismael Catalán Alarcón  

“Señores, ustedes quedan libres y pueden irse a sus casas a trabajar para sus familias. Díganle a sus compañeros que no acepten que el mal gobierno tenga en este pueblo, elementos a su servicio y que se pongan a trabajar; que los doce reales que les paga el gobierno como soldados, los dejen olvidados. Deben recordar que la misión de nosotros los revolucionarios es hacer que la tierra sea libre para que la trabajen ustedes los campesinos; que los dueños de la tierra sean todos los que tienen necesidad de ella. No habrá latifundistas que les quiten el derecho de cultivarlas…”.

Esta fueron las palabras del general zapatista Heliodoro Castillo Castro, en ocasión de que Tirso Salgado y otro soldado apodado El Naco, pretendían fusilar a dos campesinos que nada tenían que ver con la revuelta civil a la que Castillo se había incorporado en 1912.

El general Heliodoro Castillo Castro nació en Santiago Tlacotepec, el 3 de julio de 1887, siendo sus padres el señor Lucio Castillo Alarcón y María Castro Aguilar.

De niño apoyó a su padre en actividades agrícolas y ganaderas en Tlacotepec, donde terminó su instrucción primaria que por esa época era solamente de cuatro años. Cuentan que cuando era pequeño, Heliodoro se distinguió por ser despierto, activo y bastante disciplinado.

Justamente en Tlacotepec, Moisés Castillo, primo de Heliodoro, se declara enemigo del gobierno en el año de 1912. Invita a sus parientes Heliodoro, Fausto y Narciso Castillo, para que se integraran a los alzados. Estos aceptan. Su primera acción rebelde consiste en desarmar a dos soldados del gobierno. Días después, Fausto, Narciso y otros son aprehendidos y fusilados; sólo Heliodoro logra salvarse arrojándose valientemente sobre los que formaban el cerco.

A su paso a hurtadillas por Yextla, La Escalera, Puentecilla, Huerta Vieja, El Duraznal, La Laguna, La Reforma, El Naranjo y La Hierbabuena, entre otras poblaciones de la región, Castillo va sumando adeptos, armas y pertrechos a la causa revolucionaria. Es en La Hierbabuena donde sus correligionarios lo eligen como su jefe; nombramiento ratificado semanas después por el general zapatista Jesús H. Salgado.

En el poblado sierreño de Chiltepec ocurrió un acontecimiento curioso que manifiesta su bien ganada fama de hombre justo y valiente: un tal Tirso Salgado y otro hombre al que apodaban El Naco, tenían hincados, listos para fusilarlos, a dos hombres que la gente del pueblo decía eran pacíficos. Castillo les dice: “Alto. A los hombres no se les mata como a perros. Vénganse para acá. Yo me hago responsable de ellos”.

Otro ejemplo que pinta la grandeza del general Heliodoro Castillo, refiere que en una acción bélica efectuada en las inmediaciones de Tlacotepec, las tropas revolucionarias derrotaron a un grupo de soldados gobiernistas e hicieron prisioneros a 37 de ellos, entre los que estaba el subteniente Rubén Infante. Por esos días, Castillo recibe una dolorosa carta de su madre en la que le informaba que el gobierno había fusilado a su hermano Samuel Castillo. Por toda respuesta, Castillo formó a los prisioneros que tenía en su poder: “Mi hermano Samuel fue capturado por elementos huertistas en Tlacotepec. Estuvo preso sin ningún delito. El único delito que le aplicaron es que soy su hermano y por ese solo hecho lo fusilaron en su propio pueblo. ¿Qué pueden decirme ustedes sobre estos hechos del gobierno a quién ustedes sirven con lealtad?”. Ninguno de los prisioneros respondió; sólo estaban pensando en lo que les esperaba.

Viendo el general que nadie contestaba les reiteró: “Muchachos, mi hermano fue fusilado, pero ustedes desde este momento son libres. Quedan en absoluta libertad sin que nadie trate de perjudicarlos. Pueden ir a comer algo y los espero para darles un salvoconducto”. Y además les dio 165 pesos.

El subteniente chilpancingueño Rubén Infante a nombre de sus compañeros cautivos dijo: “General, no tenemos palabras con qué expresar nuestro agradecimiento. Ningún hombre hubiera actuado de esa manera, usted ha demostrado su bravura en los combates y con nosotros los rendidos, su misericordia; gracias”.

Los enfrentamientos entre zapatistas y gobiernistas continuaban. Ya habían transcurrido dos años. Gobernaba el estado Jesús H. Salgado. Por esos días, las tropas zapatistas fabricaban sus balas de un metal que ellos creían era estaño, pero por sus enemigos se enteraron de que sus balas eran de una aleación de oro y plata. Al informarle del hallazgo al gobernador Salgado, éste ordena instalar un cuño de monedas de plata con ley de oro que circularon en el estado de Guerrero y en toda la república por ese tiempo. Se creó también el Banco Revolucionario de Guerrero.

Las últimas batallas que libró el revolucionario guerrerense, ocurrieron el Chilapa y Pantitlán. Eran los últimos días de 1916. En Pantitlán fue herido de un pie. Se fue a restablecer a Chichihualco donde vivía su esposa Micaelita Nava. Una vez recuperado, ordena a sus tropas se concentren ahí mismo.

El 16 de marzo de 1917, Heliodoro Castillo recibe una carta; la destruye muy molesto y le dice a su gente: “Ustedes se quedan aquí a esperar a las tropas que no han llegado, yo voy a Zumpango y como a las tres de la tarde estaré de regreso”. Esperaron el retorno de Castillo todo el día y toda la noche. Cuando había amanecido llegó un aviso de Barrio Nuevo, que a la letra decía: “Ayer peleamos en Zumpango. El general Castillo murió y su cadáver lo llevaron los del gobierno para Chilpancingo”. Cuenta un soldado apodado El Piojo que cuando él llegó a pie a un sitio donde vio al general Castillo disparándole balas a los que lo perseguían, quiso apoyarlo haciendo lo mismo, pero el general le dice: “Lárgate de aquí, sigue adelante”. No le hizo caso. Luego le vuelve a gritar: “Lárgate de aquí pendejo, que yo aquí me quedo”.

En ese momento sacó su pistola; les dispara dos balazos a sus perseguidores y volteando su pistola disparó sobre si mismo. Viendo que Heliodoro cayó muerto, El Piojo de nuevo se echó a correr salvando su vida. la fecha de su muerte el 17 de marzo de 1917.

Textos tomados del libro Heliodoro Castillo Castro. Relato testimonial del coronel Joaquín Nava Moreno. Ed. El Balcón. Chilpancingo, Gro. 199 pp.

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