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Renato Ravelo Lecuona

 Hombre en llamas

 

Man on fire se llama en inglés esta cinta dirigida por Tony Scott.

Su escenario geográfico y ambiente social es el de la ciudad de México. De alguna manera se presenta como una historia basada en hechos verídicos basado en un supuesto ex agente de la CIA, protagonizado por Denzel Washington, que –según la cinta– vivió desde los años cincuenta al 2003, año en el que muere tras rescatar a un niña secuestrada a quien creían asesinada, después de que la mafia policiaca se robó lo que los padres pagaron por su rescate.

Cuando Tony Scott presentó hace unos días su película en México, se sintió obligado a declarar que la violencia que contiene no es ninguna alusión particular a la inseguridad de nuestra capital, que, dijo, es tan insegura como cualquier gran ciudad del mundo.

Si hubiera dicho lo contrario, quizá hubieran si no prohibido, sí boicoteado la película y el director declarado perona non grata al estilo de los globalifóbicos. Sin embargo el británico Scott bien pudo hacerlo, pues efectivamente la cinta proporciona una convincente línea explicativa de las redes que se tejen en la industria del secuestro en nuestro país y nos presenta pistas muy claras sobre la delincuencia organizada que está entreverada y tiene asociaciones con los cuerpos y jefes policiacos amafiados entre sí.

Los medios reportan seguido el involucramiento de ex agentes o agentes en activo asociados a los secuestros. Desde aquella vez que el gobierno pricapitalino en tiempos de Ernesto Zedillo, despidió en un mismo día a dos mil agentes de la judicial “sospechosos” de tener nexos con la delincuencia, fue cuando con absoluta ¿estupidez? le entregaron a la ciudad el regalo de cuando menos dos mil bandas expertas de esa asociación de bandidos y policías.

Con los despidos masivos por parte del gobierno neoliberal del pripan, se mandan a las calles de la ciudad a miles de limosneros, delincuentes o bien promotores de la economía informal, esto desde la crisis de endeudamiento de1984, siembra que ahora estamos cosechando.

En ese senrido el hombre en llamas que da título a la cinta es más bien un hombre bajo el fuego del crimen organizado. Se trata de una historia realista o verosímil que se va armando a la manera del buen género policiaco estadunidense, a medida que la indagatoria avanza, pero con una característica importante: no es una utópica investigación de la justicia mexicana la que descubre la red de corrupción, sino un típico agente cinematográfico de la CIA, quien no se propone descubrir una verdad para que sea juzgada, sino vengar y liquidar a la banda, matar y torturar delincuentes, uno tras otro, hasta llegar al cerebro orquestador de la banda, relato que nos hace cómplices sentimentales de la venganza justiciera por mano propia que se despliega en toda la trayectoria del vengador en la que se va armando el panorama de una amplia red criminal que abarca a policías, jefes y gente de poder, muy cerca en el fondo de lo real.

Tiene que ser desde el extranjero y a su estilo, como se represente un aspecto de nuestra realidad, lo cual tiene dos inconvenientes, uno de fondo y otro de forma: la paranoia estadunidense ante el terrorismo y la violencia contra la ciudadanía, “justifica” las acciones de contraviolencia que la CIA y el gobierno de estadunidense emprende contra el terror, ejerciendo la tortura y la violencia extrema como la que ejerce en Irak, mismas que intenta legitimar ante la opinión pública mundial.

Puesto que la delincuencia y el riesgo del terrorismo no son controlados por los estados nacionales, esta película asienta la lógica estadunidense de que se tiene que atacarlos por cuenta propia, como el país “de la justicia infinita”.

Este resulta el fondo del mensaje subliminal, aunque en el argumento el justiciero sea un ex agente de la CIA que actúa por cuenta propia y no en misión especial.

La cinta tiene otro inconveniente de forma: Los centros de poder y el escenario de la delincuencia organizada, está en los barrios pobres y no en los palacetes de las Lomas, Jardines del Pedregal o en “partenones” tipo negro Durazo; la imagen se recarga demasiado pues prevalece un ambiente obscuro de la ciudad, hacinamientos, aglomeraciones y ruidos al estilo de Amores perros, escenario donde un solo hombre super armado al estilo de Rambo, hace estallar bombas, volar carros y casas, incendia edificios, penetra sin problema a todos los rincones, liquida con disparos a quemarropa a mafiosos al ritmo estruendoso de la música tecno en salones de baile tumultuosos que parecen rituales de la violencia que nos rodea. Muy neoyorquino el estilo de esta representación violenta, pero ambientada en nuestro paisaje urbano.

El lado humano que justifica esta acción directa contra la delincuencia de este ex agente de la CIA, empieza con la película cuando éste, que es alcohólico, comparte con un colega sus conflictos de conciencia por haber matado a muchos hombres en acciones de contrainsurgencia en Latinoamérica y, estando sin proyecto de vida, como desecho de guerra, recibe la oportunidad de trabajar de guardaespaldas de la hija de un empresario mexicano.

La niña, rubita de ojos azules hija de madre estadunidense, quizá la mejor actuación del film, se gana de manera muy convincente el amor perdido o extinguido del ex agente negro y de quien rompe los límites emocionales que quiere interponer mediante un ingenuo pero inteligente dialogar por encima de prejuicios raciales.

El secuestro de la niña, es algo complejamente orquestado y nada exprés; es todo un operativo bien planeado en la que interviene una patrulla policiaca que cierra el tránsito de una calle, mientras de otro bajan los gatilleros a capturarla para entregarla después a otro auto que la llevaría fuera de la escena. Pero el operativo no cuenta con la habilidad del guardaespaldas que se despacha fácilmente a tiros a cuatro hampones y hiere a más, pero resulta herido después de propiciar la fuga de la niña que regresa llorando a abrazarlo cuando lo ve caer herido, situación que cimenta la relación humana establecida entre ambos, base moral de la acción vengadora del guardaespaldas.

Esta acción del secuestro, plantea ya muchos elementos de esa red entretejida de la delincuencia que abarca hasta al propio padre de la niña que lo había concertado para salir de la ruina millonaria en que estaba sumido, la intermediación policiaca, las bandas proletarias que hacen el trabajo sucio y mas barato. No faltan desde luego, los cuates de principios que sacan al vengador del hospital y lo protegen de la policía, la participación de una periodista con valor que contacta al exagente y posibilita su campaña dotándolo de la información que no tendría manera de obtener.

Todo esto expuesto con la rapidez, economía de medios, dirección experta y bien medida de actores mexicanos, que le confieren credibilidad a la representación, con los excesos y riesgos ideológicos señalados.

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