Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

La plaza Álvarez

Eje secular de la vida política, social y cultural   de Acapulco 

Milagro

Plaza de Armas será la de Acapulco, como la de todas las ciudades de la Nueva España, hasta que se bautice, allá por 1889, con el nombre de Juan Álvarez, su hijo predilecto.

Lo de Zócalo le vendrá por reflejo de la Plaza Mayor de la ciudad de México. Se llamará así a partir de que el presidente Santa Anna proyecte en ese lugar un monumento a la independencia, del cual se construirá únicamente el basamento o zócalo para soportarlo.

La plaza de Acapulco estará determinada, con apego a la tradición hispana, por la ubicación de la casas parroquial y municipal. Cerrará el cuadrante con el atracadero de embarcaciones, con vía intermedia llamada Calle Real (Costera). El caserío formará un abanico siguiendo el contorno costero, por un lado hasta el barrio de El Rincón (La Playa) y por el otro hasta el cerro del fuerte de San Diego.

Una erupción del Popocatépetl sacudirá salvajemente a la ciudad destruyendo la parroquia de Nuestro Señora de los Reyes, fundada en 1551 por el fraile Francisco Villafuerte. Allí mismo, el sacerdote Joseph Matamoros Céspedes dedicará el templo en 1701 a Nuestra Señora de la Soledad y 250 años más tarde será elevada al rango de catedral.

El mar invadirá frecuentemente el Zócalo. La mayor tragedia ocurrirá la noche del 30 de agosto de 1754. La erupción del volcán de Colima sacará el mar de la bahía hasta 4 kilómetros tierra adentro. Cuando los sobrevivientes bajen de los cerros, desconfiados y ateridos, se encontrarán con la sorpresa de un galón instalado en pleno centro de la plaza.

La congoja y el temor sensibilizarán la fe dando origen a una de muchas leyendas en torno a la advocación doliente y solitaria de María. No serán pocas las personas que aseguren haber visto las huellas de sus pisadas sobre la arena, tomándolo como prueba inequívoca de que la Virgen habría bajado de su altar para alejar las aguas turbulentas.

Los pozos

Por aquellos años, el rey de España ordenará la perforación de pozos profundos para el abasto de agua de la ciudad. Pozos del rey se les denominará y el primero estará en la plaza. Mucho tiempo después, el gobernador Juan Álvarez dará cabal respuesta republicana con la apertura del Pozo de la Nación. Bautizará de paso a uno de los barrios de mayor tradición en el puerto.

Cinco meses después de la tragedia del Teatro Flores, Acapulco será sacudido durante tres minutos por un tremendo sismo que acaba prácticamente con la ciudad. A partir del 30 de julio de 1909 y durante un mes se sucederán los temblores, unos tras otro, de día y de noche, provocando tal pánico que todo Acapulco se mudará a la plaza Alvarez. Allí se instalarán toldos, carpas y enramadas         para la población y las oficinas públicas.

El cine Salón Rojo se abrirá en 1934 en el mismo sitio que hoy ocupa. Cerca tendrá en algún tiempo una refresquería exclusiva de la gaseosa Trébol, refresco de limón creado por don Rafael Pintos, mas sabroso que la Yoli, dicen.

La XEKJ

En el lado norte de la plaza, el 14 de julio de 1941 lanzará su primera señal la radiodifusora pionera del puerto, la XEKJ, hoy todavía en el 1400 del cuadrante. Allí estará más tarde la primera institución bancaria local, el Banco de Acapulco, luego Mexicano del Sur.

En esa misma área de la plaza Alvarez, tendrá asiento el primer mercado de Acapulco. Simples tenderetes donde se expendían sin ninguna higiene los alimentos para cinco mil acapulqueños.

A partir de noviembre de 1927, fecha de apertura de la carretera México-Acapulco, la demanda de gasolinas crecerá aquí lógicamente. Para satisfacerla serán necesarias hasta tres estaciones de servicio y las tres se localizarán en el Zócalo. La del “gallito”, símbolo de la Pierre Oil y Co., a la que pertenecía; la San Diego, de la Standard Oil Co. y La Huasteca de la Huasteca Petróleum Company. Por ahí, también, el primer lavado de autos de don Leobardo Cano.

Wells Fargo

La Wells Fargo y Co., legendaria operadora de diligencias en el Oeste norteamericano, tendrá aquí su representación como agencia internacional de cruceros. Llamarán la atención sus abanicos de petate armados en el techo con           vaivén constante.

En el Zócalo se establecerán las cantinas de mayor prosapia acapulqueña, por lo menos en las tres o cuatro primeras décadas del siglo pasado. La de don Delfino Funes (hoy Foto Acapulco); la de los Hermanos Santillán (hoy cine Salón Rojo); la de don Simón Funes (Hotel Alameda); La Marina, de Doroteo Lobato (Bancomer); El Siete Mares (hoy edificio Nick);         y la de Angel Mazini (esquina Madero e Hidalgo), mismo sitio de la posterior Bavaria, de Juan Muller. La cantina de Mazini será la única que ofrezca bebidas frías, particularmente cerveza del Pacífico, por poseer el monopolio local del hielo.

También en ese ámbito, los restaurantes La Flor de Acapulco, de los hermanos Salcedo; El Tropical, de Bella Hernández; El Colonial, de David Gómez; Caballero, de Miguel Caballero; El Tirol y 1-2-3, de Felipe Solís; el gringo Denny’s y El Astoria de doña Bertha.

El novelista B. Traven preferirá El Colonial para tomar café y coñac por las tardes; León Uris, por su parte, también novelista estadunidense, corregirá originales de su novela Éxodo en El Tropical, mientras que el poeta Jorge Villaseñor escribirá en una mesa de La Flor su soneto número mil.

El Instituto Regional de Bellas Artes funcionará en la azotea del edificio Pintos y un piso abajo el Casino de Acapulco. Billar y cubilete serán los juegos más atrevidos.

Un casino profesional se instalará bajo carpas en la Plaza durante la semana santa de 1934, jugándose de todo y sin medida. Se descubrirá que detrás del fullero Jorge Martínez estarán el gobernador Gabriel R. Guevara, asociado con los jefes militares de la entidad. Por lo menos dos acapulqueños llorarán la pérdida de sus casas en el chiquichiqui.

Correrá en ese garito tanto o más dinero que durante el saqueo de la Aduana, el 15 de marzo de 1918. Acosados por las fuerzas carrancistas de Fortunato Maycotte, la gente de Silvestre Mariscal volará la caja fuerte de la dependencia llevándose 250 mil pesos. Con todo y miedo, muchos porteños se aglomerarán en el Zócalo para recoger las monedas “aztecas de oro”, regadas por los soldados en la huída.

La banca

Acapulco tendrá su ágora en pleno siglo XX. Lo será la popular banca del Zócalo donde por décadas, noche a noche, se reunirán los hombres viejos de la comunidad para analizar críticamente los sucesos del día.

Nuestra plaza principal será sometida en 1976 a una cirugía mayor, incluida su integración a la moda nacional de las calles peatonales. Ante el enojo de los comerciantes del centro y los taxistas del sitio Alvarez, se cancelará la circulación vehicular en su entorno, además de suprimirse el gran estacionamiento de su explanada.

Kioscos

A los acapulqueños no les agrada para nada el kiosco construido en 1933 por un comité ciudadano. La voz pública califica el inmueble como “feo, tosco y malhechote”. Nada podrá hacerse, sin embargo, sino hasta 15 años más tarde cuando sea relevado por una pérgola modernista. Allí mismo, el alcalde Canuto Nogueda Radilla y el empresario Emilio Azcárraga Vidaurreta, captarán la primera señal del canal 4 de televisión, promovido para el puerto por autoridades y sector privado.

Añorarán los viejos acapulqueños el kiosco clásico levantado en 1908 para servir de escenario durante las fiestas del Centenario. La obra será ejecutada por un particular a cambio del usufructo por 12 años de la planta baja. Será la primera obra de esa naturaleza en la que se exija mingitorio por así disponerlo ya el Bando Municipal.

El diario El Imparcial llegará a aquí por correo con cuatro días de retraso. Lo distribuirá en el Zócalo don Benjamín Vargas Gómez, pionero de los voceadores en el puerto, cuya tradición seguirán su hijo Teodoro, nietos y biznietos.

A finales de los setenta, el alcalde Febronio Díaz Figueroa contribuirá al caos arquitectónico de la plaza con un kiosco colonial y varias fuentes sin agua.

Las serenatas tradicionales en la plaza no faltarán jueves y domingos, por lo menos en la primera mitad del siglo pasado. Estarán a cargo de bandas y orquestas diversas pero particularmente de La Minerva, de don Alberto Escobar, tío de Arturo Escobar, el cronista de la jai acapulqueña.

Díaz Lombardo

Propietario del Hotel La Marina, Antonio Diaz Lombardo intentará agandallarse una buena parte de la plaza Alvarez. Levantará con ese propósito una barda en la acera de enfrente, casi en dirección de la puerta principal de la parroquia, entre Juárez y Costera, y esperará.

El alcalde Luis Martínez Cabañas (1956) se pinta a sí mismo como “más cabrón que bonito”. No le impresiona tanto el poder inmenso de Díaz Lombardo como banquero y transportista. Incluso, su desempeño tres años atrás como director alemanista del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Una noche, acompañado únicamente por su director de Obras Públicas, una cuadrilla de trabajadores y su pistola al cinto, el también Notario número Dos dirigirá personalmente la demolición de aquél muro insolente y atrabiliario. Aquel gandalla no dirá ni pío.

Cuando en su tiempo algún periodista recoja acusaciones en contra del director del IMSS, en torno al desvío de recursos destinados a un hospital de segundo nivel, por ejemplo, el vicepresidente vitalicio de la Alianza de Camioneros exigirá pruebas. ¡Pruebas, pruebas!

Pasará por alto Díaz Lombardo, como muchos antes, después e incluso hoy mismo, que, como lo dijo un célebre legislador, se les acusa de rateros         no de pendejos.

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