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Jesús Mendoza Zaragoza

Yosoy132: del pragmatismo a las utopías

La sorpresiva emergencia de los jóvenes universitarios en los escenarios públicos ha recibido las más diversas interpretaciones, todas muy provisionales, por el tiempo transcurrido desde el evento en la Universidad Iberoamericana que fue el detonante de las movilizaciones estudiantiles, las que han recibido cuestionamientos de actores políticos y mediáticos que sólo manifiestan su incomprensión y su apología de las instituciones y de las empresas que representan. Muy pragmáticos, como siempre, minimizan y exigen a los jóvenes que canalicen sus demandas a través de las instituciones vigentes. Incluso, algunos conductores de televisión se han empeñado en ridiculizar a los jóvenes sacando de contexto sus expresiones y dándoles un trato despectivo.
Estas movilizaciones han tenido una larga gestación en los ámbitos universitarios que han forjado la conciencia social de los jóvenes, dándoles herramientas para el análisis y para el diseño del futuro. Es sintomático que sean, precisamente, los ámbitos universitarios los que han generado las condiciones para que los jóvenes manifiesten sus inconformidades, para que hagan sus reclamos y para que empiecen a plantear sus exigencias. En estos ámbitos han aprendido a pensar, a estudiar la realidad nacional, a imaginar el futuro, herramientas que no suelen usarse ya en las instituciones políticas y en la mayoría de las empresas que administran los grandes medios de comunicación, tan desacreditadas entre los jóvenes.
Enrique Krauze ha planteado a los jóvenes, insatisfechos con los partidos políticos, la oportunidad de formar un partido político para institucionalizar esta creciente movilización. Este planteamiento corresponde a una visión pragmática de la política, que los universitarios rechazan, pues su visión de México y de lo que hay que hacer para recuperar al país no pasa necesariamente por la vía de los partidos, tan cooptados por el pragmatismo del poder. De hecho, en estos tiempos de campañas electorales se percibe en los partidos políticos y en sus líderes una muy clara fascinación por el poder, acompañada de una carencia de ideas, de proyectos, de interés en el bien común, que no los convierte en espacios atractivos para los jóvenes. El pragmatismo político, que se expresa de manera cruda en la búsqueda del poder por el poder, ha causado graves daños al sistema político y ha repercutido de manera cruel en la vida del país. Sin principios, sin ética y sin ideologías, las instituciones públicas se han extraviado y el Estado ha sido cooptado por mafias de poder.
¿Por qué se han dado en este momento, y no antes, estas movilizaciones de jóvenes manifestando sus ideas y sus inconformidades? ¿No había inconformidades anteriormente? Claro que las había, lo que no había eran las condiciones para que pudieran expresarse pública y masivamente. Desde décadas, después del trauma del 68, cuando los estudiantes fueron duramente castigados por tomar las calles, mantuvieron una actitud de repliegue y de silencio. Este silencio no ha sido señal de sumisión o pasividad sino de protesta. Por muchos años manifestaron su protesta silenciosa ante las decisiones políticas que los excluían y los trataban como deshechos. Pensemos en los millones de profesionistas que carecen de un empleo digno y de otros tantos rechazados en las universidades. El silencio ha sido una manera de protestar, distanciándose de aquello que los agravia.
Pero ahora, cuando ya hay posibilidades de comunicación horizontal a través de las redes sociales, cuando ya se hacen escuchar y se convocan entre ellos mismos, y descubren que sus voces tienen un impacto social, se han dando cuenta que tienen la capacidad de empoderarse al margen de los cauces tradicionales como han sido los partidos políticos o las instituciones gubernamentales. Se han ido empoderando a sí mismos para alzar sus voces silenciadas por décadas y han salido a las calles para convencerse a sí mismos de que tienen la fuerza suficiente para cambiar muchas cosas en el país.  Por ello, ahora han recuperado la palabra y han abandonado el silencio como herramienta de protesta. Hasta ahora se han dejado escuchar clamores fuertes en torno a demandas específicas que están doliendo mucho, que son como tumores cancerígenos que tienen que ser extirpados cuanto antes. El uso faccioso de los medios y el envilecimiento de la política han sido por ahora los demonios exorcizados. Pero irán apareciendo otros más en la medida en que esta gran movilización se convierte en un movimiento pertrechado de una estrategia clara con capacidad para fortalecer los esfuerzos de la sociedad civil por la democracia, la justicia y la paz.
Es de esperarse que este movimiento estudiantil vaya más allá de la coyuntura política y electoral y contagie al país de algo que los jóvenes pueden dar a este cuerpo social cansado: el dinamismo de la utopía. Las sociedades se envejecen y se atrofian cuando carecen de utopías, de sueños, de esperanzas. Este ha sido nuestro caso y es muy tangible en el mundo de las instituciones, de todas. El mensaje de los universitarios es de denuncia a aquéllas instituciones que están haciendo más daño al país, a las que llaman por su nombre: son el PRI y Televisa en un primer plano. Pero no son sólo ellas. Son las instituciones políticas y los monopolios, los poderes que tienen al país aprisionado en una espiral de violencia y sumido en la pobreza. Son los poderes públicos que avalan los desmanes de las grandes corporaciones, que no funcionan para el bienestar del país.
Pero no sólo hay una denuncia. Hay implícito el anuncio de una utopía que hace falta al país. Podemos tener otro país, distinto al actual si activamos la imaginación y alentamos la esperanza. Podemos tener un país distinto en la medida en que podamos sacar a las instituciones públicas de la lógica absolutista del poder y si podemos forjar un empresariado que reniegue del lucro como valor absoluto y se ponga al servicio de un desarrollo con rostro humano. Los jóvenes tienen fresca la imaginación y un gran vigor para la solidaridad, tan necesarios para generar esperanza en este país adolorido por la violencia y por la pobreza, ambas inmerecidas.
Los jóvenes cuestionan las reglas del juego que permiten la violencia y la miseria. Cuestionan las estructuras de privilegios y de exclusiones. Cuestionan las idolatrías del poder y del dinero, generadoras de tanta corrupción, impunidad y violencia. Pero a la vez, están urgidos de ser escuchados, de participación, de democratización y de solidaridad. Este puede ser un gran aporte que trascienda este tiempo electoral y abra al país hacia horizontes utópicos, tan necesarios para construir la paz con justicia. Este componente utópico es el mejor antídoto para la cooptación de los jóvenes que, si bien, podrían votar por alguno de los candidatos que contienden ahora, no estarían dispuestos a dejarse atrapar por instituciones de tan estrechas miras.
Con todo, es muy temprano para advertir cuáles serán los senderos que ha de recorrer este movimiento estudiantil. Lo que parece cierto es que miran lejos y no tienen un interés pragmático que los distraiga de su impulso por construir un México mejor para todos.

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