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Tomás Tenorio Galindo

 De la encuesta a la realidad… y a la sensatez

 

Era previsible el fracaso de la propuesta de emplear la encuesta como recurso para seleccionar al candidato del PRD. Y la explicación de ello es simple: no existían –nunca existieron– las condiciones apropiadas para que tal método se impusiera como el más idóneo. Por eso las cifras publicadas, tan diversas como los medios en que aparecieron, cayeron en descrédito.

La fuerza política del senador Armando Chavarría impedía que tuviera viabilidad el proyecto del diputado Zeferino Torreblanca, consistente en ser designado candidato a partir de los resultados de una encuesta. Adicionalmente, había un grave equívoco en la postura de Zeferino Torreblanca, que era creer que la cifra que habría de esgrimir desataría por sí sola una avalancha que sepultaría a sus oponentes. Ya se vio que no fue así. En realidad, ahí donde un candidato ha sido resultado de una encuesta, lo que ha sido decisivo es el acuerdo previo en ese sentido, no la encuesta misma. Y en este caso nunca hubo un acuerdo previo.

El responsable de que no hubiera un acuerdo es el propio ex alcalde de Acapulco. En lugar de trabajar en esa línea, lo que habría exigido el despliegue de talento negociador, de dos años a la fecha Zeferino Torreblanca se labró una imagen con la que pretendía hacerse pasar como el candidato predestinado. Simultáneamente ató su suerte a la de la ex dirigente nacional del PRD, Rosario Robles, quien fue su más activa impulsora hasta que perdió su cargo hace un año.

Y mientras eso hacía Zeferino Torreblanca, Armando Chavarría construyó su precandidatura a partir de alianzas con grupos del PRD guerrerense y con grupos de priístas descontentos. Esas alianzas y la consolidación de su fuerza original le han permitido a Chavarría crecer considerablemente hasta el grado de mostrar una sólida alternativa frente a los intentos zeferinistas de imponer contenidos, tonos y métodos al proceso de selección del candidato perredista.

La popularidad –mejor dicho, una supuesta popularidad– no basta para hacer candidato a alguien. Popularidad y fórmulas políticas es ya distinto. Zeferino quiso imponer su popularidad, aquella que extrajo de su gestión en Acapulco, sin invertir ni tiempo ni esfuerzo en el desarrollo de un trabajo político. En cambio, poca popularidad original pero mucho trabajo político sí pueden hacer un candidato si hay el tiempo necesario para ello. Esa es la fórmula que explica el enorme capital político y la creciente ascendencia popular que Chavarría ha alcanzado.

Por eso era previsible que la revelación de los datos de una encuesta contratada por el Comité Ejecutivo Nacional del PRD fracasara en tanto instrumento de selección. No había ni podía haber, en las circunstancias en que se ha producido la contienda, un acuerdo que facilitara el reconocimiento de los datos como recurso supremo de decisión. También porque existe una convocatoria, con valor jurídico, que dispone la realización de un plebiscito, éste sí validado por los estatutos del PRD y por la práctica democrática como método incontrovertible de decisión.

Los zeferinistas y el propio Zeferino Torreblanca cometieron un error al obsesionarse con la encuesta. Otro al inculpar a Chavarría de pactar con los priístas para que acudan a las urnas perredistas, cuando es perfectamente natural tratar de restar fuerzas al “enemigo”; más aún, cuando el propio Zeferino hace esos mismos llamados a priístas inconformes y busca así mismo pactos con otros partidos. Uno más al buscar protección de un sector del CEN del PRD, que se prestó al fallido golpe del lunes pasado con la revelación de la encuesta. Y el error más reciente de Zeferino Torreblanca ha sido ceder a la desesperación y perder los estribos durante la entrevista de radio en la que participó también Chavarría el miércoles 28.

En esa ya célebre entrevista del periodista Jorge Zamora, Zeferino Torreblanca no se contuvo. La serie de epítetos que lanzó contra Chavarría, y que más tarde quiso vanamente justificar como una muestra de que tiene “carácter”, reflejaron a un individuo dominado por la cólera. Es posible que se haya tratado de un hecho aislado, pero es de temer que en ese episodio hayamos visto al verdadero Zeferino, a aquel que no acepta que la realidad sea distinta de lo que él piensa.

La cancelación de la reunión del Consejo Estatal del PRD, que se había programado para el sábado 31, es una manifestación más de esa realidad que le ha cobrado caro su autismo político. De haberse realizado, y de haber integrado a los temas de discusión el “acuerdo de un candidato de unidad”, esa reunión sólo habría provocado la intensificación del clima de confrontación que se respiró toda la semana pasada en el PRD guerrerense, sin resolver de todos modos la candidatura.

Dirimir ahí la candidatura era una insensatez. Eso no está previsto en la convocatoria, como no está previsto que un “candidato de unidad” sea resultado de un acto de fuerza. Y con eso volvemos al principio: un candidato de unidad supone la declinación acordada de un precandidato, se supone que débil, en favor de otro, se supone que más fuerte. Pero esa operación requiere de un periodo de maduración y de una negociación que no han existido en este caso. Aquí estamos en presencia de dos precandidatos fuertes, algo que el autismo le impide reconocer a Zeferino Torreblanca. De ahí que lo más razonable y civilizado sea el enfrentamiento en las urnas para que gane el que más votos obtenga. ¿O no?

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