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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

 * Y después de la marcha, ¿qué?

Con esa pregunta sustituyeron muchos mexicanos la euforia cívica que los invadió el día de la marcha en contra de la inseguridad, no sólo a los que participaron directamente en ella, sino también a varios millones más de testigos televisivos. Una pregunta que era más un estado de ánimo, como ese que a menudo nos produce una cruda, sin nauseas ni temblores, pero más inquietante e incomoda.

Desde el analista especializado hasta el más modesto de los ciudadanos, todos compartieron el incierto entusiasmo que suelen producir los hechos extraordinarios, pero que carecen de un final previsible, que no ofrecen pistas suficientes para adivinar desenlaces ni futuros episodios.

¿Y ahora qué sigue? Ya demostramos que cuando la causa es colectiva, los mexicanos somos capaces de organizarnos y unirnos, mas allá de diferencias económicas, culturales, regionales o ideológicas. Pero después del primer paso, ¿qué se hace? ¿Qué hacen los españoles, los franceses, los argentinos o los gringos para darle continuidad y resonancia a sus voces, a sus denuncias y a sus exigencias? ¿También ellos tienen que derribar el muro de indiferencia, apatía y soberbia detrás del que se esconden sus gobiernos y sus políticos? Hay evidencias de que casi todos han resuelto ya ese problema.

Aunque algunos esperaban con impaciencia ingenua resultados inmediatos, respuestas concretas y súbitas de los responsables de la seguridad pública, la mayoría sabía que, aunque histórica por tamaño y resonancia, una marcha aislada no sería suficiente para quebrar inercias ni romper círculos viciosos.

De hecho hay quienes entendieron esa movilización como una advertencia, un aviso, una exigencia social. Otros piensan que detrás de la consigna central de la marcha se escondió el detonante principal para vencer la pasividad y la apatía ciudadana: el descontento generalizado por el nivel de nuestro gobierno y de nuestra política. Los más, coinciden en señalar como primer responsable a las expectativas frustradas de los mexicanos por la llegada de un cambio, que apenas alteró la alineación del poder y que en nada mejoró nuestros niveles de vida.

Por su parte, gobernantes y políticos, aludidos ineludiblemente, apenas atinan a señalar y proponer versiones parecidas a las mismas ideas de siempre: más dinero, más armas, más recursos, más reformas legales. Pero trágicamente nadie, que yo sepa, se atreve a exigir las acciones que sí son viables en el corto plazo, para resolver conflictos y deficiencias de sobra conocidos. Algunos ejemplos:

1.Según cifras oficiales, más de mil 500 secuestros express se organizaron y coordinaron desde los teléfonos celulares de reclusos en diversos penales mexicanos. ¿Por qué se permite el uso personal de esos aparatos si la ley lo prohíbe? Si las autoridades lo saben, ¿porqué no se hace algo para evitarlo?

2.Por cada 100 delitos que se cometen en México, menos de 5 de los responsables son castigados. La impunidad en México es escandalosa, abrumadora. El crimen paga; al que obra mal, bien le va.

3.El secuestro, el narcotráfico, el robo de vehículos y el tráfico de personas son industrias que existen y operan gracias a la corrupción y complicidad de autoridades y policías. ¿De verdad es tan difícil desenredar el hilo de esa madeja?

No se trata de simplificar un problema tan complejo e intrincado, tampoco de responder con demagogia a una demanda popular. Si así fuera, tendría que aprobarse la pena de muerte –reclamo mayoritario de la marcha– o exponerse a males mayores optando por un régimen policíaco lleno de excesos y abusos.

Pero al menos tenemos derecho a exigir pruebas de voluntad y valor para enfrentar una crisis que, en buena medida, ha sido provocada por la omisión, la negligencia, la complicidad y la deshonestidad de muchos de los que deberían ser defensores ejemplares de la legalidad y la justicia.

Y después de la marcha, ¿qué? Pronto lo sabremos.

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