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Celebran en Cochoapa El Grande a su santo patrón Santiago Apóstol

Tiempo de vikó, de castillos y de toritos en la Montaña Alta de Guerrero

 Tlachinollan Cochoapa  

“Por la víspera conoces la fiesta”, sostiene un dicho popular que parece comprobarse en la comunidad Na savi (mixteca) de Cochoapa El Grande, donde cada 25 de julio sus habitantes celebran a Santiago Apóstol, su “santo patrón”. Sin embargo, la celebración comienza desde nueve días antes.

“El primer día del novenario va todo el pueblo a tomar atole a la casa de los cuatro mayordomos, de los fiscales y de los síndicos”, cuenta uno de los principales, el anciano de 68 años Lorenzo García Ortiz.

A ese encuentro comunitario que marca el inicio del principal festejo de Cochoapa le seguirán jornadas de procesiones, de misas, de rosarios por la mañana y por la tarde, de ofrendas cargadas de velas y buenas intenciones. La vida cotidiana estará signada por estos rituales hasta el 24 de julio, cuando la fiesta alcanza su punto álgido.

A las 5 de la tarde la gente se empieza a reunir alrededor de la iglesia y aparecen personajes emperifollados en trajes de colores. Están listos para realizar tres danzas distintas: una que representa la lucha entre moros y cristianos, otra que recrea la conquista de México y la del Terroncillo. Herodes, Pilatos, los moros, los cristianos, La Malinche, españoles e indígenas se confunden en algo que quiere ser la representación de la eterna lucha entre el bien y el mal. La banda de viento toca un son de guerra que combina a la perfección con el ruido metálico de las espadas de los danzantes enfrentados.

Salomón Martínez Chávez tiene 24 años y combate a los moros. Dice: “es costumbre de nuestros abuelos. Ellos bailaban, buscaban un maestro de otro lado que venía a enseñar aquí. Por eso aquí se quedó la costumbre y nosotros estamos siguiendo con esto”, relata.

Algunas personas se entretienen en la feria que se instaló en el lodo de la calle principal de la comunidad. Es la oportunidad para comprar una nueva falda, un huipil, un sombrero, un rebozo o un par de huaraches. Los puestos de venta de ropa conviven con los que ofrecen comales de barro “para tortilla”, pescado seco, aretes dorados, patas de pollo en caldo, velas, panes y pozole.

El cielo gris amenaza con dejar caer más agua y perjudicar la celebración. No obstante, los hombres de la lluvia no se quejan.

“En esta fiesta de por sí llueve”, comenta Francisco Cuéllar, quien concluye que “sin lluvia no se regenera la naturaleza; no hay río, no hay alimentos, no hay vida” y se pregunta, en voz alta, qué sería de ellos sin la lluvia.

Una hora más tarde hay misa. La iglesia se llena de mujeres, niños, ancianos y hombres. En sus manos traen obsequios para que el santo homenajeado les conceda favores.

“Estamos dando ofrendas, unos centavos, flores y velas. Pedimos por nuestra pobreza, para que consigamos trabajo, para que vivamos otro tiempo más”, señala el principal García Ortiz.

Por su parte, Julián García Luis expresa que ofreció “velas y un poco de flores” porque en tiempo de lluvias no hay muchas, además de un ramillete verde de “hojas de borracho” porque “huelen bonito también”.

“Pido por mi trabajo, para que Dios apoye más, siempre, por mi familia”, continúa.

Al terminar la liturgia realizan una procesión alrededor de la iglesia. Llevan la imagen de Santiago Apóstol. Adelante van los hombres que ejecutan la danza del Terroncillo. Lucen máscaras negras y sus cabellos son de lana de borrego oscura. “Andan por el cerro” y cuidan que “el ganado no se caiga al barranco ni lastime a la gente”.

“Van a ir a torear al toro”, agrega Felipe Ponce Bravo, quien personifica al vaquero que los manda. Viste gabán tejido artesanalmente, sombrero blanco y cubre su cara con un pañuelo. Sólo deja ver sus ojos.

El torito trae un cuerno que pita para llamar a los terroncillos, quienes lo persiguen y enlazan. “Es costumbre de anterior tiempo”, prosigue Ponce Bravo, que organiza esta danza desde hace 15 años por una promesa que hizo.

Los altos índices de marginalidad de la Montaña se encarnan en los rostros mixtecos de Cochoapa. Los niños están descalzos, las mujeres y los hombres curtidos y los perros flacos. Todos están enlodados hasta las rodillas porque aquí no hay una sola calle pavimentada. Los guajolotes bordados en el huipil de una niña se pierden entre los agujeros de éste. La pobreza se exhibe oronda, con toda su crueldad.

Pero hoy eso se olvida por un rato y a la noche queman cinco castillos que estallan en luces resplandecientes para alegría de todos. “El castillo significa que es fiesta, por eso hay cohetes, truenos. Y si no hay dicen que no es fiesta. No se ve la fiesta, se ve como oscuro, silencio. Pero cuando hay castillo, hay banda de música, entonces hay fiesta”, así resume García Ortiz la importancia de los juegos pirotécnicos en la tradición indígena.

A la mañana siguiente asumen los nuevos fiscales, los pixka. Los funcionarios salientes entregan la llave de la iglesia y los bastones de mando, símbolo de la autoridad que ejercen en la comunidad.

“Los fiscales van a cumplir la orden que les están dando para vigilar la iglesia, cuidarla, limpiarla, quemar vela, cuidar los instrumentos, vigilar a los cantores. Es gratuito, trabaja un año completo, regalo a su pueblo”, explica García Ortiz.

Elegidos por la asamblea de principales, los pixka son ancianos que “ya pasaron por todas las comisiones; fueron topiles, mayores, todo. Esos son los que sí funcionan”, sostiene.

Después hay otra procesión que se detiene cuatro veces, a rezar una vez en cada punto cardinal.

“Para retirar la enfermedad”, dirán.

La celebración sigue hasta que queman el último cohete para indicar que el tiempo de vikó, de fiesta, llegó a su fin. Algunos tendrán un año para demostrar que saben cumplir con responsabilidad el encargo de su pueblo; otros esperarán ver satisfechas sus necesidades. Para eso pusieron tanto empeño en sus ofrendas, en sus ruegos, en sus ritos.

Y si no sucede, el año próximo ofrendarán nuevamente con la misma devoción, con el mismo deseo de dejar de ser los más pobres y olvidados de La Montaña.

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