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Tomás Tenorio Galindo

¿Madruguete en el PRD?

 

Hacia el fin de semana había serias dudas de que se realizara hoy en Acapulco la reunión “privada” en la que se darían a conocer a los precandidatos y a la dirigencia del PRD en el estado los resultados de las dos encuestas levantadas por instrucciones del Comité Ejecutivo Nacional de ese partido.

La revelación de que esa reunión tendría lugar generó una fuerte reacción por parte de Armando Chavarría, quien el viernes convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer un deslinde enérgico frente a las maniobras provenientes de la sede nacional del PRD, que el senador con licencia caracterizó como destinadas a beneficiar a uno de los precandidatos.

En esa conferencia, Chavarría señaló directamente a Carlos Navarrete, secretario general del PRD, como la cabeza de las maniobras encaminadas a cancelar la elección interna para favorecer a uno de los precandidatos, Zeferino Torreblanca. Y advirtió que de consumarse la maniobra recurriría al IFE para restituir la legalidad estatutaria dentro del partido.

La postura de rechazo a un madruguete como el que se intentaba practicar este lunes –cuya intención real era hacer públicas las encuestas en las que obviamente aparecería (o aparecerá) Zeferino Torreblanca en “primer lugar”– le produce a Armando Chavarría un rendimiento moral de gran impacto.

Porque en efecto, se trataba (¿se trata?) de un madruguete. Se había anunciado que los resultados de las encuestas estarían listos el 31 de julio, que no se harían públicos y que como lo establece la convocatoria no tendrían ningún valor decisorio sino sólo indicativo.

Pero repentinamente, Félix Salgado –aliado con Zeferino Torreblanca– comenzó a jugar con la posibilidad de hacer públicas las encuestas, en lo que trató de hacer creer que era una iniciativa exclusivamente suya; y también de repente, el secretario general del CEN citó a la reunión de este lunes nada menos que en Acapulco.

En los hechos, se trataba con ello de asestarle a Chavarría un severo golpe, al margen de la convocatoria, de la institucionalidad del partido y del más mínimo respeto a una competencia limpia; y de servirle la mesa a Zeferino Torreblanca en su propia casa. Porque a eso equivalía hacer esa reunión en Acapulco, donde la encuesta sería apropiadamente filtrada a los medios para obtener con ello un efecto político. Exactamente como anticipamos en artículos anteriores que podía suceder.

Si esa reunión se suspende como parecía, o si se traslada a la ciudad de México, la cordura se habrá recuperado por lo menos parcialmente. De lo contrario, quedará exhibido que, como denunció el senador Chavarría, una parte del CEN del PRD pretende votar a favor de Zeferino Torreblanca no en las urnas, sino mediante el uso distorsionado de sus funciones partidistas. En tal caso estaríamos en presencia de un absurdo e imprudente juego sucio; y lo que seguiría es la cancelación de las posibilidades de que el PRD gane la gubernatura en el 2005. Ese es el error que el PRI está esperando que cometa el PRD.

El vínculo Acosta Chaparro-Zeferino

El 29 de junio, Zeferino Torreblanca dijo que no tenía ningún vínculo afectivo con el general represor Arturo Acosta Chaparro (El Sur, 30 de junio de 2003). De haber dicho la verdad, se habría quitado un peso de encima y eliminado ese nocivo conflicto moral que lo acompaña desde los años ochenta. Pero no fue así; en esa declaración dijo una mentira.

La verdad la diría diecinueve días después, el 18 de julio. Así lo declaró a El Sur: “Lo traté (al general Acosta Chaparro) después y no lo puedo negar porque no soy ningún cobarde, la relación que tuvieron la madre de mis hijas con la señora de Mario Arturo Acosta Chaparro, pero nunca en el ejercicio de la función pública”. Cuando dijo “después”, se refería a que lo conoció después del gobierno de Rubén Figueroa padre. Explicó a continuación que las amistades se van generando y “tratamos con muchos hampones, que a lo mejor no sabíamos que eran hampones”. Sobre la guerra sucia, en la que Acosta Chaparro fue actor principal, sólo dijo “reprueblo totalmente lo que se hizo y los abusos que se dieron”, y pidió hacer un balance muy “ecuánime” y que se aplique la ley.

En conclusión: a) Zeferino Torreblanca sí mantiene un vínculo afectivo con Acosta Chaparro, originado por la amistad entre sus respectivas esposas; vínculo que no niega, como no lo negó en diciembre de 2001, aunque sí lo negó el pasado 29 de junio; b) cuando en Guerrero gobernaba Rubén Figueroa padre, Zeferino Torreblanca era seguramente una inocente criatura que desconocía la vida, por lo cual ignoraba que Acosta Chaparro era un “hampón”, como prefiere referirse a él para no aplicarle el término adecuado a su amigo, el de asesino; todo mundo sabía ya quién era Acosta Chaparro, menos él que solía jugar golf con el general en los campos de Acapulco; c) para Zeferino Torreblanca, en el trágico periodo de la guerra sucia sólo se cometieron “abusos”, nada que le merezca una condena un poco más contundente.

El reconocimiento de su relación personal con Acosta Chaparro le ha parecido a Zeferino Torreblanca un dato vergonzante, a juzgar por el tratamiento que le da y por la renuencia que ha mostrado para aclararlo públicamente. Y efectivamente lo es. Acosta Chaparro es autor de crímenes de lesa humanidad. Clasificarlo como “hampón”, que es lo que hizo el contador Torreblanca, equivale a descontar de su negra hoja de servicios los cadáveres que arrojó al mar; es también una falta de respeto a la memoria de sus víctimas y al dolor de las numerosas familias enlutadas en el estado de Guerrero. Ahí está, pues, el rostro que siempre ha querido conservar oculto el ex alcalde de Acapulco.

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