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Jesús Mendoza Zaragoza

Levantamiento ciudadano no violento

Ningún hecho violento relacionado con el crimen organizado de la última década había movilizado tanto al país como el sucedido el 26 de septiembre en Iguala. La indignación ha recorrido ciudades y poblaciones pequeñas a lo largo y ancho del país, incluyendo diversas manifestaciones internacionales. El hecho de que hayan sido jóvenes estudiantes de una institución controvertida como la normal de Ayotzinapa ha tenido su peso. Hasta los sectores más ausentes del escenario público se han hecho presentes para hacer sus reclamos.
La matanza de Iguala ha destapado la rabia y la indignación oculta en muchos miles de personas también agraviadas por hechos semejantes, y han salido a la calle a gritar su dolor uniéndolo al de las familias de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. La demanda explícita e inmediata ha sido la de encontrar vivos a los jóvenes estudiantes, pero va anexa la demanda por todos los demás desaparecidos y muertos en estos últimos años. Pareciera que el miedo y la indiferencia que nos han replegado hasta ahora están cediendo ante esta gran tragedia que ha logrado identificar a multitudes en un mismo dolor.
Hay que reconocerlo, hay una inmensa rabia acumulada desde hace años, tanto dolor guardado y contenido tiene una gran carga explosiva. Como nunca, el país se ha conmovido y mucha gente ha salido a la calle a expresarse de las más variadas maneras, desde las expresiones lúdicas y artísticas, hasta las más violentas. En situaciones como ésta, es comprensible que se den reacciones violentas, sobre todo en los más afectados directamente.
Ésta es una ocasión para entender lo que está pasando en la sociedad y lo que puede ser un punto de arranque de algo nuevo en el país. Ya las movilizaciones que en 2011 encabezó Javier Sicilia con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y que lograron visibilizar a las víctimas sumidas en el infierno de la violencia en las tres caravanas, al Norte, al Sur y a la Unión Americana generaron algunas dinámicas relacionadas con las víctimas de la violencia. Estas movilizaciones por los estudiantes desaparecidos pueden ser la continuación de aquéllas expresiones no violentas que sacudieron la conciencia nacional pero no lograron sacudir al sistema político que, de alguna manera ha sido funcional a tanta violencia, tal como quedó evidenciado en Iguala.
Sin embargo, hay una preocupación por algunas de las expresiones más violentas de estos días, que fueron afortunadamente las menos. Pareciera que algunos se han ido montando en esta ola de indignación nacional para confundir o desvirtuar el legítimo reclamo social de justicia y de paz. Preocupa la violencia como estrategia porque en nada se diferencia de la que viene del crimen organizado y de instituciones públicas corruptas. Las manifestaciones violentas son totalmente irracionales y hacen más difícil el futuro que queremos. Incendiar edificios públicos, por ejemplo, es una expresión de indignación pero no abre puertas a las soluciones, pues le hace el juego a las violencias que han producido desaparecidos y asesinados. Las opciones violentas de lucha, en el contexto actual no ofrecen posibilidades para superar la crisis en la que estamos metidos, pues se alinean en la lógica de la violencia en la cual los cárteles y las corporaciones de seguridad pública llevan las de ganar.
El caso de Iguala ha llegado a ser emblemático de lo que sucede en el país, y por ello las muchas expresiones ciudadanas de repudio al Estado y de solidaridad con las familias de los desaparecidos dejan entrever la posibilidad de un levantamiento ciudadano que empiece a responder, de una manera más directa a la incapacidad del Estado para dar seguridad a los ciudadanos y para establecer la paz como condición necesaria para el desarrollo. Se necesita esta movilización, de una manera alterna a las iniciativas de autodefensa y de las policías comunitarias que tienen que participar directamente en tareas de seguridad con armas en la mano, aunque sean más simbólicas que efectivas. En este sentido, es necesario un levantamiento ciudadano que empuñe el diálogo, la razón y, desde luego, la participación activa como herramientas para construir la paz. Debería ser un levantamiento no violento que, sin descalificar las iniciativas de policías ciudadanas y comunitarias controladas por sus comunidades, introduce los ingredientes de la verdad, la justicia y la reconciliación. Están a la vista los casos exitosos de Mandela, Gandhi y Luther King en Sudáfrica, India y Estados Unidos, respectivamente.
Esto puede suceder si, a la par de la exigencia de justicia y de castigo a los culpables de tantos crímenes, ponemos el énfasis en la construcción de una ciudadanía responsable mediante la educación y la participación. Nuestro déficit social y político está en que no tenemos una ciudadanía con las capacidades necesarias para empujar las transformaciones sociales y políticas que el país requiere y que no se van a hacer desde el poder. Esta ciudadanía se va fortaleciendo con disciplina, con valores éticos, con la fuerza de la verdad y, por qué no decirlo, con el poder del amor al prójimo.
Así las cosas, hay que pensar a largo plazo, recogiendo lo mejor de la sociedad civil que ya está interviniendo en la sociedad. La riqueza de las organizaciones civiles ya existentes no puede pasarse de largo. Son un gran potencial que puede conjuntar esfuerzos para fortalecer la cohesión social al grado de que se puedan lograr impactos en la conducción de la política.
Estoy seguro de que si todos nos enfocamos a la construcción de la paz, que implica reconciliación, democracia y desarrollo integral de los pueblos, es posible esperar nuevas condiciones económicas, políticas y sociales que den paso a la paz.

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