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Los estudiantes de Ayotzinapa son mártires, como los guerreros aztecas que morían en combate: artista

*Preparan en el Foro Oriente de Iztapalapa una ofrenda de 24 cráneos gigantescos para ubicarlos en el Zócalo del DF, para provocar la indignación y parar la violencia en el país

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Veinticuatro cráneos monumentales, de 3 metros de alto, de cartón, con sus ojos huecos, como rostros desollados por el narco, mirando hacia el Palacio Nacional… El artista César Martínez recuerda la primera idea que tuvo para la ofrenda del Día de Muertos en el Zócalo de la ciudad.
“Obviamente no podía ser”, dice. “Soy consciente de la carga simbólica que eso implica. Entonces decidimos hacer un mandala, una ofrenda que simboliza un abrazo al público como una respuesta a una tragedia”.
Es tarde, es viernes, es Iztapalapa. La Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, Faro, casi está en penumbras. Martínez, artista multidisciplinario, coordina la creación de la megaofrenda del Zócalo titulada ¡Puesto que muero existo!
Se trata de un último verso de Décima muerte, el poema de Xavier Villaurrutia que cita de memoria: “¡Qué prueba de la existencia / habrá mayor que la suerte / de estar viviendo sin verte / y muriendo en tu presencia! / Esta lúcida conciencia / de amar a lo nunca visto / y de esperar lo imprevisto; / este caer sin llegar / es la angustia de pensar / que puesto que muero existo”.
Frente a la fachada del Faro, un muro pintado con grafitis, seis cráneos de cartón con la boca sellada –como si eso significara algo– están sin terminar. “Para mí la vida es amortal, porque la muerte es parte de la vida”, expresa Martínez, tenis morados, pantalón verde, camisa gris, lentes de marco púrpura, y se queda pensando.
Hacia una esquina se ven otros cráneos, como cabezas olmecas de papel periódico y kraft.
A un lado hay una calavera blanca montada sobre una vieja bicicleta roja y un perro café que sacude su lengua a los últimos calores de la tarde. Sale una música de algún lado y pasa de Metallica a hip hop mientras una veintena de jóvenes con batas, las manos llenas de engrudo, van de aquí para allá, apurados, divertidos, silbando.
Son integrantes del taller de Alebrijes y Cartonería y del colectivo Última Hora. Ellos han hecho la ofrenda del Zócalo cada temporada de Muertos desde 2005: un tzompantli, un juego de pelota, un árbol de la muerte florido. Pero esta vez cuentan con un curador artístico, y de alguna forma responden a una coyuntura de país. En una pared del Faro, hay una cartulina con letras rojas pegada con masking tape: “Ayotzinapa Justicia”.
En el proyecto final, los 24 cráneos conformarán dos círculos. Las del primer círculo referirán a escritores cuyo centenario se cumplió en 2014 o que murieron recientemente.
Habrá también sobre la plancha un ring, pantallas para transmitir mensajes enviados por internet y, hacia la esquina de la Catedral y el Palacio, cuatro tablones para que la gente haga su propia ofrenda.
“Es menos barroca y más conceptual”, dice Marco Osorio, un estudiante de joyería, mientras le da forma a catrinas de cartón que estarán colgando en las salidas del metro.
Detrás de la fachada del Faro, 14 cráneos y un reguero de esqueletos, entre tambos de agua y bajo una lona azul, dan un panorama festivo, o trágico. Daniela Martínez Ruiz, de 27 años, una joven de pelo corto, dice que antes de trabajar aquí tenía un duro trabajo en una tienda de ropa. “¡Ahora a veces llego a mi casa y sueño que sigo aquí pintando una calavera de azúcar!”, dice.
El propio Martínez acaba de soñar con una calavera adentro de su casa. “En sueños me preguntaba, ¿cómo le hicieron estos cabrones para meterla aquí?”, cuenta. Las jornadas han durado más de dos meses.
El lunes los 24 cráneos serán llevados al Zócalo a bordo de un tráiler.
“¡Será como si entrara el dios Tláloc hace 50 años”, dice el artista, casi alegre. Y es casi porque hay en su voz un tono serio. Apenas se habla de los muertos reales, ésos que Ramón Espinoza, el encargado de la soldadura, lleva nombrados en la espalda.
“Ayotzinapa Justicia” es el letrero que Espinoza se colocó en la espalda cuando se enteró del asesinato, o desaparición, de los jóvenes normalista a manos de la policía. Lleva collares, pulseras y rastas con adornos con elementos de calavera. Dice que los estudiantes de Ayotzinapa son mártires, como los guerreros aztecas que morían en combate e iban directo al valle de los muertos.
“Creo que todos debemos de protestar desde nuestra propia trinchera, pero yo no puedo dejar mi trabajo”.
Cuando se quita la bata beige, se retira el letrero de la espalda y se lo vuelve a poner en su otra ropa.
Se ha vuelto por completo noche. Hace tiempo que el hip hop ha dejado de sonar. “Los normalistas han muerto, si es que han muerto, para que volteemos a mirar que México se ha vuelto una fosa al aire libre, que nos indignemos y paremos la violencia”, dice, y su voz es como un deseo de que las calaveras en su pelo vuelvan a ser sólo lo son, adornos, no un recordatorio.

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