Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

¡Piratas al ataque!

Ingleses y holandeses frente a Acapulco

  Holandeses

Las campanas de la parroquia de los Reyes tocaban a rebato para alertar a la población sobre la cercanía de seis embarcaciones enarbolando la bandera pirata de la calavera.

Los acapulqueños, frente a la absoluta incapacidad para defenderse de aquellas máquinas flotantes de destrucción, tomarán el cerro cargando apresuradamente con sus cosas de valor. Los únicos que estarán en sus puestos serán los artilleros de setenta bocas de fuego localizadas en el cerro del Padrastro y otros sitios estratégicos.

Y es que las autoridades virreinales habían sido anticipadas de que piratas holandeses se dirigían al mar del Sur (océano Pacífico), tras los galeones de Manila. La flota estaba al mando del almirante Joris Van Spielberg.

Frente a Acapulco, las seis naves corsarias toman posición de ataque . Disponen de más de 150 cañones y bombardas. Tan sólo la nave almirante Groote Soane (El Sol), posee 48 bocas. Le sigue otra de ese mismo tamaño, Maane (La Luna), y cuatro menores Morsgesterre, Jaeer, Acoulos y Meetrwe.

El sol meridiano de aquél 11 de octubre de 1615 lo derrite todo bajo sus rayos y el aire es denso como para rebanarse. Un silencio expectante y espectral permitiendo incluso escuchar los latidos de los tensados corazones.

Y de         pronto: ¡Buummmm! un disparo. (se sabrán más tarde que por estar jugando se le habría ido a un artillero tuerto).

Bandera negra

Un grupo de adolescentes, únicos que no se han refugiado en la punta del cerro, festejan el obús que le pasa rozando al Morro. Guarecidos detrás de peñascos, se tapan las orejas en espera de una respuesta corsaria como para rasgar tímpanos.

¡Milagro! En lugar de una andanada feroz como para desaparecer a tan miserable caserío, las naves holandesas arrían sus banderas negras e izan las blancas de paz.

¡Avemaríapurísima!, clama un coro de mujeres postradas ante la Señora de los Reyes y un grito de júbilo estalla en todo el puerto. Hasta entonces bajará la gente a la playa, temerosos unos: –¡ Piedad, señor!; fanfarrones otros: –¡Se arrugaron los tulipanes! Sin faltar los aduladores: “Funcionó el programa de 700 puntos contra la inseguridad dictado por nuestro amadísimo señor virrey”. (El señor Bravo Mena tiene facha de encomendero de aquella época pero está comprobado que no fue él). (Su jefecito Diego Fernández de C., en su calidad de virrey de la Nueva España con título de Marqués de Guadalcázar, se llevará un año más tarde la tajada grande en la construcción del fuerte de San Diego).

Los enviados de Spielberg proponen el canje de 20 prisioneros españoles y peruanos por agua y alimentos. Aprobado por el alcalde mayor, se les entregarán 30 bueyes, 50 ovejas, 100 gallinas, verduras, frutas, leña y mucha agua.

Una semana más tarde, los piratas harán velas hacia abajo. Sin que se confunda con una crónica del corazón, media docena de potables acapulqueñas derramarán lágrimas al despedir en la playa a los güerejos malandrines. Se usará por primera vez el término Malinche para reprocharlas.

Adrián Boot

Otro holandés llegará al puerto 35 días más tarde (25 de noviembre de 1615), pero este no está dedicado al negocio de la piratería. El ingeniero Adrián Boot ha sido llamado por el virrey Fernández de Córdova para encargarse de la construcción de una fortaleza a prueba de piratas.

Los Países Bajos (hoy Holanda y Bélgica) emprenden su guerra de independencia para librarse de los españoles. Una de las acciones insurgentes será atacar al imperio tanto en el mar como en sus posesiones trasatlánticas. El príncipe Mauricio de la Nassau, gobernador de una región flamenca ya liberada, crea una flota con 11 barcos, 292 cañones y mil 600 hombres para lanzarla contra las naos de Manila. Por el deceso de su primer comandante, Jacobo L’Heremite, la fuerza quedará al mando del capitán Hugo Shapenham.

El 28 de octubre de 1624, nueve años después del amago de su paisano Spielberg, Shapenham ordena a su flota formar un semicírculo en torno a las bocas grande y chica del puerto, sellándolas por si se encontrase         algún galeón en la bahía.

Los porteños –clérigos españoles , mulatos, indios, negros y filipinos– observarán el espectáculo desde lo más alto de los cerros. Portan atados con sus magras pertenencias.

Shapenham, sin pizca de originalidad, arriará la bandera de la calavera e izará la blanca. Sus negociadores exigirán agua y vituallas a cambio de no atacar al puerto, pero esta vez le saldrá el tiro por la culata. El rechazo será tan rotundo como temerario. Algo parecido a un actual “¡ Y háganle como quieran, ojeises!”.

El holandés nomás sonríe . Él viene por los dos millones del galeón no para gastar pólvora en infiernitos. Por agua enviará a Puerto Marqués y aquí lanzará incursiones nocturnas para robar comida. Con tan mala suerte que unos guajolotes alharaquientos delatarán la presencia de los piratas y seis de ellos morirán baleados por una patrulla española. ¡Pa’ la pava! exclamará Shapenham desplegando velas el 8 de noviembre de 1624.

Piratas, corsarios, bucaneros, filibusteros…

La historia de la piratería (robo en el mar, literalmente) es historia antigua que nace junto con el comercio marítimo, allá por el año 2000 A. C. Se les conocerá también como corsarios, bucaneros y filibusteros.

Los corsarios se llamaron así por poseer cartas o patentes de corso que no eran otra cosa que autorizaciones reales para depredar los mares con beneficios compartidos (en México se les llama credenciales). Famosos corsarios fueron John Hawkins y su sobrino sir Francis Drake, ambos caballeros de la corona inglesa. Este último, considerado el más audaz de todos sus pares, habría estado en Huatulco, Oaxaca, con su nave almirante Golden Hind o Pelícano (con madera de ese barco, la reina Isabel se fabricará un sillón un grande y mullido, hoy conservado en la Universidad de Oxford).

Fueron bucaneros por la costumbre de cocinar barbacoa de res o cerdo casi como único alimento. Filibusteros porque “siempre estaban tras el botín”, significado de la palabra en holandés.

Tal como lo hicieran cien años atrás Spielberg y Shapenham, el comodoro inglés George Anson ordena desde El Centurión la clausura de las dos bocas de Acapulco, el 12 de marzo de 1742. La mantendrá hasta el 4 de abril, cuando se retire en busca de agua y comida.

El futuro primer lord del almirantazgo británico sabe que la nao de Manila está en Acapulco. Insistirá por ello en su acoso del 8 al 19 de mayo para luego aparentar abandono de la cacería. Se trata únicamente de un cambio de estrategia para atrapar a la presa.

Lo logrará finalmente el 14 de junio de 1743, en el cabo filipino del Espíritu Santo. Ahí estarán frente a frente El Centurión y el galeón Nuestra Señora de la Covadonga, que había zarpado de Acapulco el 15 de abril. Lejos de rehuir el combate, la nave hispana endereza su proa contra la corsaria hasta embestirla. Ello enardecerá a los piratas lanzándose a una carnicería atroz antes de apoderarse de la embarcación.

Anson remolca personalmente su presa en cuya panza se apila plata acuñada por un millón 313 mil 843 pesos y barras por 40 mil 473 marcos. Y otro tanto en mercaderías.

Cavendish

Paisano y contemporáneo de Drake, el explorador Thomas Cavendish terminaba en 1587, a bordo de su nave Desire, un viaje alrededor del mundo. A la altura del puerto San Lucas se topa con el galeón Santa Ana, de setecientas toneladas, y no resistirá la tentación de comérsela.

La persecución del Desire contra el Santa Ana será de película (y película se hará) con duración de casi 12 horas. Todo acabará para el galeón español cuando su palo mayor sea convertido en astillas por la artillería corsaria. La batalla cuerpo a cuerpo será cruenta y despiadada.

El botín alcanzará cifras jamás conocidas: seis millones de pesos en oro y millón y medio en sedas, damascos y toda clase de chinerías, además de la cuantiosa fortuna personal de un viajero chino.

A partir de entonces, la tripulación del Desire vestirá de seda, las velas serán confeccionadas con damascos y el palo mayor cubierto con polvo de oro. Puras mojigangadas, dijeran en San Jerónimo.

Las actividades corsarias tendrán como telón de fondo una querella religiosa nacida de sus propias creencias cismáticas –anglicanos, luteranos , calvinistas, etc.– y que llegarán a justificar conductas vesánicas frente a los españoles católicos. Se cuenta, a propósito, que en Huatulco, Oaxaca, el luterano Thomas Cavendish se propuso destruir una gran cruz de madera, fija en la tierra, objeto de veneración por parte de los nativos.

Cuando hubieron fallado hacha y fuego, el jefe corsario ordenará engancharla mediante calabrotes al Desire para, llegados los vientos propicios, arrancarla de cuajo. Las sogas, sin embargo, tronarán antes de mover el símbolo cristiano. Y entonces hasta los propios corsarios se postrarán impresionados por el prodigio. ¡Pinches idólatras!, reprochará un Cavendish muy encabronado.

Tierra

Nuestro puerto, como se ha visto, fue inmune durante tres siglos a los depredadores del mar. No sucederá igual en las centurias siguientes con los bucaneros de tierra.

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