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Renato Ravelo Lecuona

Las Fridas

Con motivo del medio siglo de la muerte de Frida Kahlo se ha reflexionado mucho sobre su vida y obra.

En esta ocasión, quisiera comparar las dos películas basadas en ella: la de Paul Leduc, de 1984, actuada por Ofelia Medina y la Julie Taymor de 2002 estelarizada por Salma Hayek. Esta se consigue en cualquier videopatito y la primera la vine a encontrar en oferta de una cadena de tiendas de autoservicio y la creía fuera de circulación.

La lectura común inmediata y obvia de la historia de Frida es la tragedia corporal que se le atravesó a su destino mundano, abierto, vivaz y creativo, del que dejó su testimonio pictórico. Pero se trata de dos películas diferentes. La de Paul se narra casi en silencio, con una imagen cuyo gran colorido no va más allá del culto que Frida y Diego Rivera profesaban a la artesanía y al gusto indígena y popular con los cuales atiborraban su ámbito doméstico, pero los silencios se usan elocuentemente para representar la soledad con la que construye la intimidad de Frida, para lo cual Paul recurre a los hechos de su vida cotidiana, plan en el que la actuación de Ofelia Medina, de leves gestos, reacciones con muchos matices, actitudes variadas en breves y sucesivas escenas, busca instalarnos en su intimidad y lo logra. Ofelia se hace Frida, no la representa.

No hay muchos diálogos en el relato, los mínimos necesarios alternados con varias canciones evocando las identidades de su padre culto y la de la pareja ligada a la izquierda revolucionaria, en situaciones festivas y melancólicas de sindicatos cuando bailaban el danzón, o bien juergas de la intelectualidad mexicana que aún ahora terminan con canciones populares cantadas a coro.

Pero la intimidad de Frida la describe en la soledad, dominada por el dolor físico que alcanza todo su cuerpo y se sublima en la pintura y en su espíritu alegre que flota y toca todo lo que la rodea.

Como ruptura a su soledad y como proyección de su identidad ideológica, se insertan la relación con Trosky y su esposa, su disfrute de la visita a Teotihuacan, sus alegatos con Siqueiros sobre Stalin y el comunismo, las fiestas de los sindicatos, manifestaciones por la paz, fiestas campesinas, rituales de muertos entre los indígenas y juergas con amigos e intelectuales.

Realmente no hay nada que explicar. Leduc hace la reconstrucción visual de su intimidad en un ambiente donde cada objeto está pensado y realizado con arte y un gran colorido, como queriendo significar el deseo de Frida de capturar en ellos una dosis de la alegría que la caracterizaba, acierto que pese al barroquismo logra captar con sobriedad a la Frida esencial, no la que se proyectó después con su fama mediática, escenas en que la actuación de Ofelia Medina alcanzan un momento de perfección cuando llega a su primera exposición montada en México, donde es llevada en camilla por sus amigos y al verse rodeada de afecto y admiración, en medio de su obra, siente su realización y llora de emoción, llanto de actriz que ama realmente a su personaje y puede rendirle homenaje. Paul, Ofelia y Frida en perfecta comunión.

La Frida de Salma Hayek es la imagen que se proyecta internacionalmente postmortem, la Frida más vital que trágica, la que ama y se rodea de folklor, la que muestra sus pasiones. Lo que Paul insinúa Julie Taymor lo muestra: Los amoríos de Diego con la hermana de Frida, los de Frida con Trosky y sus aventuras lésbicas, su primera experiencia sexual de adolescente, el accidente del que salió lisiada, el asesinato de Trostky, el mural del Rockefeller Center y su destrucción por llevar la cara de Lenin fuera de contrato, su exposición en París sin obviar la aventura lésbica con una cantante negra, quizá la famosa Josephine Baker; su desnudo e intensa actividad nos hacen olvidar sus lesiones. Todo aparece con un colorido pleno, todo muy iluminado. Frida esta representada por Salma a plenitud visual, y adquiere significación mediática por el mismo Diego, por Trosky, Tina Modotti, por Picasso saludándola en su exposición, con André Bretón y toda la fama internacional. El decorado en pleno de la plástica mexicana popular y de la pareja, quizá con excesos de iluminación escénica que idealizan hasta la saturación el ambiente con su colorido, toda la parafernalia de la crítica y la plástica internacional con visión hollywoodesca que da la apariencia de riqueza plástica identitaria y la música que nos rascan el fondo a los mexicanos.

Pero el filme tiene una fuerza que adquiere de la vida turbulenta y dramática de Frida y de su obra. Taymor hace girar su vida en torno a Diego, Leduc en torno a su intimidad solitaria enfrentada a su drama; Taymor destaca su sentido de lucha, su protesta y la extroversión de sus pasiones como estrella en el “gran mundo” de la aristocracia intelectual, siempre rodeada de personajes, en situaciones festivas y sólo hacia el final, como en contrapunto, su traumatismo corporal, sus huesos rotos, las intervenciones quirúrgicas y sus dolores.

Leduc con pocos recursos financieros, Taymor con todos los que quiso; el primero recurre a la esencia, la segunda a la imagen exaltada de la artista con su folklor y su plástica identitaria; la primera más silenciosa con referencias musicales breves pero sigificativas, la segunda estalla en la música que podría cifrar toda una época y su cultura; para el primero Rivera es una referencia, la segunda no puede sacarlo del centro de la historia de Frida; Ofelia lavive, Salma la representa.

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