Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jaime Salazar Adame

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Pensar lo que pasa en la vida cotidiana, es confirmar cómo los hechos van moldeando a la teoría; no obstante, lo que pasa en las calles importuna, molesta, fastidia, machaca, envenena la buena conciencia, pero resulta que esta es amoral.

El asalto, la  vejación, el robo, la humillación, el malhadado golpe, el maltrato, es algo que pasa en las calles todos lo días y lo recogen los medios de comunicación en la nota roja. Estos hechos de violencia premeditada son los eslabones de la misma cadena de la miseria, el ocio, el rencor, la incuria, la frustración y la ignorancia que se entrecruzan como lo viejo y lo nuevo.

Todo el mundo lo intuía, los mejor informados lo sabían, pero hasta que no ha salido un grito desesperado a marchar y llenar calles y plazas públicas no ha despertado el imaginario colectivo, colmando incluso pantallas, planas a ocho columnas y bandas de frecuencia modulada con sus poliédricas aristas.

El acontecimiento es trascendente, porque reventó la conspiración del silencio, del aquí no pasa nada. El golpazo que ha recibido la mítica autoridad es un palo del que tardará en recuperarse, la respuesta no está obviamente en la ideología; lo resquebrajado requiere algo así como una cura de caballo o si el mal no tiene remedio para qué nos preocupamos: seguirá proliferando el discurso del maquillaje.

II

Despertar cuando los demás siguen durmiendo significa que el sueño se ha detenido en un individuo. Tambaleándose se incorpora, se cubre con la ropa que pacientemente le espera sobre un desvencijado mueble. Esa ropa le esperaba para horas más tarde. Aún no, parece decirle la chamarra, espera gritan los tenis.

Nada lo detiene porque el insomnio de la noche le ha despertado de repente, las imágenes de turbulenta pesadilla lo sobrecogen momentáneamente, pero ya el sueño voló y no lo tienta para nada.

Cierra la puerta y sale en medio de la penumbra al resplandor de la luz que ilumina el cielo. ¿Qué haría si acaso estuviera amaneciendo? ¿Tomar el pesero que lo llevaría al micro para finalmente llegar a la quebradora de piedra?, porque se trata de un privilegiado que tiene trabajo en estos tiempos de crisis. ¿A la esquina de las avenidas más importantes de la ciudad, a donde acuden los ciudadanos y amas de casa apremiados de una mano de obra que repare un desperfecto de última hora que urge?

¿A dónde pues iría en tiempos normales? ¿Al bar más cercano a casa a gastarse los rescoldos de la quincena? ¿A jugar naipes? A esta hora y sin automóvil no hay medio para salir de la barriada. Tampoco hay nada abierto en el barrio, ninguna cantina cerca ni puesto de fritangas, ni siquiera un lupanar de mala muerte. Únicamente una lucecita que apenas alumbra una puertecilla por donde sale una mano y una voz apremiante para cobrar los furtivos licores que expenden de contrabando. O este hombre va a delinquir o es una sombra.

Desde la calle puede mirar luces encendidas y muchas están en su propia vecindad. Puede oír las riñas que provienen de las luces más cercanas, porque las más lejanas le cuesta incluso calcular si en verdad hay luz.

También puede ver manos que golpean y se defienden; objetos que vuelan con vida propia hasta caer o chocar con paredes y provocar el estrépito. Entonces piensa que hay muchas familias que no descansan que son incansables.

Puede, incluso, echarse a andar, pero sabe que todas las casuchas que va a mirar son prácticamente igual de miserables que las que observa desde donde está, sin necesidad caminar. En definitiva, puede sentarse en lo que parece ser una banqueta y esperar a que le vuelva el sueño o que se le atraviese un despistado.

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