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Tomás Tenorio Galindo

CEN del PRD parte II

El lunes 12 de julio se publicó en este diario una nota en la que Claudia Corichi García, secretaria de Asuntos Electorales del CEN del PRD, formula una reprimenda (envuelta en el eufemismo de un “exhorto”) a Armando Chavarría Barrera para que se “sume” al esfuerzo por un acuerdo político.

En un confuso recordatorio, dice que la realización de una encuesta y la elección interna son mandatos del Consejo Estatal del PRD, cuando en realidad la encuesta fue solamente un acuerdo entre el CEN estatal y el nacional, sin obligatoriedad de ninguna clase para los precandidatos.

Claudia Corichi le pide también “que sea institucional”, sin precisar cuándo y cómo ha dejado Chavarría de ser institucional; o peor todavía, cuando Chavarría mantiene precisamente una postura estrictamente estatutaria.

Lo decíamos la semana pasada: el CEN del PRD se subió al escenario de la puja por la candidatura apoyando a uno de los precandidatos. Por el momento en que se dio y las expresiones empleadas por la secretaria de Acción Electoral del CEN perredista, el llamado a Chavarría constituye una presión para que decline su postura y acepte la encuesta como “método” decisorio para elegir al candidato. Curiosamente, es eso exactamente lo que pretende Zeferino Torreblanca.

Sin embargo, la presión del CEN podría resultar contraproducente. En lugar de impulsar el diálogo entre los precandidatos, podría provocar una profundización de la polarización y obturar las vías de comunicación entre las fuerzas de Chavarría y Zeferino.

El diputado local Mauro García Medina aportó la semana pasada un indicio más de la estrategia adoptada por el CEN. Denunció que el secretario general del PRD, Carlos Navarrete, ha estado presionando a los alcaldes de Acapulco y de Copala para que retiren su apoyo a Armando Chavarría y lo dirijan hacia Zeferino Torreblanca.

El hecho de que sea el CEN del PRD el que le saque las castañas del fuego a Zeferino Torreblanca es una señal de ruptura de la institucionalidad dentro de ese partido. Eso no ha sucedido en el estado, donde el dirigente pertenece a la misma corriente de Armando Chavarría y no ha intentado bloquear a ninguno de los contendientes. Y prueba, además, la total falta de oficio político del contador Zeferino Torreblanca.

En el último año sobraron las oportunidades para que Zeferino Torreblanca hiciera política con los otros precandidatos. Pero no lo hizo. Más aún: si hay un precandidato que obró con ínfulas de indestructibilidad, fue Zeferino Torreblanca. Hoy, cuando ve llegar la fecha del plebiscito y derrumbado su proyecto de quedarse con la candidatura por la vía de un dedazo disfrazado de encuesta, recurre a la complacencia del CEN.

La estrategia centralista consiste en envenenar el trayecto hacia la elección interna, con el fin de impedir que el plebiscito se realice; y si éste se lleva a cabo, que Chavarría llegue al 15 de agosto con sus fuerzas moralmente desanimadas a fin de impedir su muy posible triunfo. Por eso es que el CEN ha empezado a jugar con la idea de que Chavarría no es “institucional”. Luego aparecerá una encuesta en la que Zeferino Torreblanca irá adelante. Y más tarde la unidad de los perredistas guerrerenses y la institucionalidad partidaria quedarán hechas añicos.

El estilo Torreblanca

Si algún perredista cree que Zeferino Torreblanca está de veras comprometido con los principios del PRD y con la militancia guerrerense, que vuelva a leer algunas de sus recientes declaraciones.

El 27 de junio dijo que en caso de obtener la candidatura del PRD al gobierno de Guerrero en el plebiscito del 15 de agosto, no hará después ninguna negociación y ningún acuerdo político con los otros precandidatos.

Y dijo Zeferino que no lo hará porque él no entiende “de reparto de botín, ni reparto de posiciones políticas, ni truques”, porque “la unidad se construye de antemano, si no, sería imposición”, y porque “yo sí creo en el Comité Ejecutivo Nacional”. Léase bien: “Yo sí creo en el Comité Ejecutivo Nacional”.

Intentaba contestar así a una declaración de Armando Chavarría, el precandidato a quien se atribuye la mayor fuerza para ganar la elección interna, quien había dicho que la mejor prueba de la unidad se daría después del plebiscito, cuando los vencidos le levanten la mano al vencedor.

No hay ninguna razón para no creerle ese alarde de autosuficiencia; es más, el mismo Zeferino Torreblanca pidió que se le crea, porque ese mismo día dijo también que es “un político que habla con la verdad”. De manera, pues, que debemos creerle y que no “repartirá el botín” con ninguno de sus actuales contendientes ni con sus partidarios.

Estas declaraciones revelan el pobre concepto que Zeferino Torreblanca tiene de sus contendientes, a quienes ve como simples buscadores de chamba, pero sobre todo revelan la pobreza intelectual del ex alcalde de Acapulco. Aunque no debiera sorprender: Zeferino Torreblanca no es político, es un gerente metido a la política, que no entiende que la política es negociación y diálogo permanente.

Por eso el 29 de junio insistió en su declaración: “Entiendo que la propuesta de conciliar intereses es antes de llegar a lo último que se plantea en los estatutos”. Es inútil, dijo, buscar acuerdos después del plebiscito si antes no se puso la disposición para lograrlos. Fue bastante claro: al candidato “no se le puede condicionar a que negocie, cuando no se quiso hacer antes”.

De manera distinta se expresó Zeferino Torreblanca el 11 de julio, en ocasión de su registro en el Servicio Electoral del PRD. Ahí planteó a los demás precandidatos abrir un proceso de diálogo entre esa fecha y el día 31. Y “si no hay entendimiento, con nosotros no va a haber odios, preparémonos entonces para la elección plebiscitaria del 15 de agosto”. ¿Cuál es, entonces, el verdadero Zeferino Torreblanca: el que lanza amagos a sus contendientes o el que los invita a dialogar? ¿Cuál es el concepto que tiene de “dialogar”? ¿Qué los demás declinen graciosamente en favor suyo?

Octaviano Santiago Dionicio

El ex guerrillero Octaviano Santiago Dionicio ha sido de los pocos sobrevivientes de aquellos terribles años de la guerra sucia que han dejado escuchar su protesta contra el intento de exonerar al general Arturo Acosta Chaparro de su participación en el asesinato de decenas de personas.

Torturado personalmente por Acosta Chaparro en los setenta, el también ex dirigente del PRD en Guerrero dijo que la exoneración del general “sería un golpe brutal a la memoria de los más de 500 desaparecidos sólo en el estado de Guerrero” y una afrenta a la aplicación de justicia (El Universal, 11 de julio de 2004).

Pero si el reclamo de Octaviano Santiago Dionicio es enteramente compartible, no lo es en cambio su apoyo político a un compadre de su torturador para que sea postulado como candidato del PRD al gobierno del estado. El contraste es demasiado grande como para no reparar en él. ¿Acaso no es eso un golpe moral a la memoria de todos aquellos hombres y mujeres que fueron ejecutados por Acosta Chaparro?

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