Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Dichos y anécdotas calentanas / 1 de 2

Dos libros que parecen uno

Sobre el escritorio tengo dos libros: Dichos y comodijos, Tierra Caliente del Balsas (2010), de Viliulfo Gaspar Avellaneda, y Blog de historias (2014), de Offir Damián. Juntos, parecen ser uno. Los dos autores son calentanos. Los dos, especialistas en chismes sabrosos de la mencionada región. El primero recopila dichos, a los que suele incorporar la anécdota correspondiente. El segundo se especializa en las anécdotas, frecuentemente apuntaladas por un dicho. Entre los dos conforman toda una estela de díceres y sucederes que, frecuentemente enmarcados por la historia y la vida cotidiana, dibujan el espíritu de los pobladores de Tierra Caliente por lo que toca al uso ingenioso de la lengua y al ejercicio desbocado de la imaginación. Gaspar Avellaneda nació en 1942, es michoacano, ha publicado varios libros sobre relatos, leyendas y personajes de San Lucas (su pueblo natal) y de toda la región de Tierra Caliente, que, como sabemos, abarca de Guerrero a Colima a modo de brecha cultural. A él dedicamos este pozole.

Dichos y comodijos

Los dichos y comodijos son “frases cortas, pegajosas y elocuentes” que, pronunciadas por algún vecino, se volvieron parte del lenguaje popular. De acuerdo con el autor, en la Tierra Caliente del Balsas, las palabras citadas enriquecen “nuestro lenguaje” y “permiten una comunicación de más confianza entre los miembros de esa comunidad local”. Don Viliulfo aduce que “estas dos expresiones conservan su terreno propio, pues mientras el dicho refiere un sentido más general de trato, reflexivo sobre la conducta humana, en el comodijo aparece, casi como regla, la anécdota que lo produjo; se trata de un suceso ocurrido a persona que en la comunidad causó admiración y el deseo de platicarlo se repite. En muchos casos la corta historia del comodijo abona el conocimiento de costumbres y detalles que existieron en el pasado de esa localidad”. Se trata, dice, de pasajes cortos pero elocuentes de la vida real.
Gaspar Avellaneda sugiere que empezó su recopilación de dichos y comodijos a mediados del siglo XX (¡cuando tenía ocho o nueve años!), “con expresiones ‘simplonas’, distintas a las actuales, sin proponérselo, igual que otras revelaciones de esas épocas, se vuelven un intento de explicar el presente en función del pasado”. Luego abre su libreta: asegura que dichos y personajes lo remiten a un lugar que, a su vez, es portador de una historia heroica, productiva o correctiva, que por su espontaneidad, “originalidad” o lo que usté quiera, se volvió un dicho que todos entendían y por medio del cual se entendían. Don Viliulfo divaga por la paremiología (el estudio de la sentencia corta), pero de mangas levantadas advierte que “la dinámica contemporánea de modernidad globalizadora –aparte de imponer su control en lo político, cultura, industria, comercio…– establece un permanente traslado de ideas, vocablos e ideogramas entre regiones, países y continentes desfigurando lo que por tantos años permaneció de patrimonio lingüístico en localidades.”
Bien dice Gaspar Avellaneda que algunas de las expresiones populares calentanas que conjunta “son un tanto ingenuas pero con originalidad del momento que las produjo y lo cual generó esparcimiento a su población, fisonomía, historia y hasta arraigo, cariño y pertenencia”.
Don Viliulfo dividió su libro por temas. Decires, costumbres, “romanticismos”, regionalismos, asuntos religiosos, “el folclor de la medicina”, puntadas simpáticas de política, de bohemios y sobre hábitos y creencias recrean la vida y el hablar calentano proporcionándonos datos detallados y escenográficos sobre la vida y el proceso cultural de toda la región.
Así como para hablar del pozole el mejor primer paso es probarlo, la mejor manera de platicar sobre los dichos y comodijos tan recitados, es poniéndolos, para que todos los lean, sobre la mesa. De aquí y hasta que acabe en la página, van unos cuantos de ellos, en fila y de jalón.

Tragando chile y el agua lejos

El pobre es un extraño hasta en su propia tierra.

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Hay desprecios que se agradecen.

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Lección de Camerina. Chano Macedo le platicó a Sotero Romero sobre una cucha grande que tenía. Romero le dijo que se interesaba por el animal debido a que precisamente andaba buscando uno así para matarlo y vender la carne. Acordaron que Chano le esperaría en casa para cerrar el trato, pero después de aguardar un buen rato su llegada, Chano le encomendó a su esposa Camerina:
–Va a venir Sotero a comprar la cucha. Le haces ver que se la doy a veinte pesos; pero si se le hace cara, le dices que en dieciocho; y ya, por último, que se la dejo en quince.
Sotero llegó a poco rato de haber salido Chano y Camerina, con toda tranquilidad, le dio la razón:
–Dijo Chano que la cucha vale veinte, pero que si se te hace cara… te la da en dieciocho, y ya por último… en quince pesos.
–Bueno, pues me la llevo en quince, dijo Sotero.
La recomendación de “no le vayas a hacer como Camerina” se utilizó como forma de conducta popular por mucho tiempo.

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Pasando el rato y aguantando el llanto. Marcelino Avellaneda, La Mosca, desapareció del pueblo y no causó la más mínima preocupación entre la gente. Accidentalmente un paisano se encontró con él. Esto sucedió allá por los años cincuenta del siglo XX, en Acapulco, y después de saludarlo, el que lo halló le hizo la pregunta de rutina:
–¿Y cómo estás, Marcelino?
Sin perder su buen ánimo, el interpelado le contestó:
–A’i n’omás, gozándola –y aprovechando la oportunidad… La Mosca le solicitó–: A propósito, tienes un veinte que me prestes pal pozole?
El comodijo La Mosca: “A’i no’más, gozándola”, sigue disfrutando actualidad.

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“Le falta el culo y las dos piernas”, señalaban sobre un trabajo difícil de terminar, y que aún iba a tardar.

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Administración de las nostalgias. Adultos mayores en la región, testigos de los primeros años del pasado siglo XX, platicaban que en sus tiempos, en la escuela les hacían repetir frases apegadas a la realidad, una de ellas: “En la movediza rama, no pongas el nido, porque si viene el viento, corre peligro”. Después de repetirla se hacía entender a los alumnos la importancia de no hacer negocios sin suficiente razonamiento. Luego, para fomentar el arraigo familiar, con el cariño a los padres, les hacían aprender aquella composición, recitada:

Siempre que despiertes rosa, / bendice tu casa hermosa; / que en el mundo no has de hallar / ni el apoyo de tu padre, / ni el cariño de tu madre.

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¡¿Por qué con tamal me pagas, teniendo bizcochería?!…

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El toro por los cuernos. Aquí, Viliulfo Gaspar nos cuenta que a Rodolfo El Chango Casanova, campeón mundial de boxeo que terminó en la pobreza y destruido por el alcohol, “se le miró” en los últimos años de su vida chambeando en un taller de compostura de llantas, allá por Mixcoac, pero que el letrerito que había pegado por ahí El Chango en desgracia: “¡A chingar a su madre con preguntitas!”, prendió en Tierra Caliente, donde se empezó a emplear para sugerir: asume tu realidad, y para eludir imprudentes.

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¡Entre abogados te veas! El color oficial de los abogados… es “Vino por dentro y gris rata por fuera”. Otra opinión…, sugerida por las mismas personas, recomienda un método más preciso –infalible según dicen– para identificar a un litigante, momentos previos de contratar sus servicios. El método consiste en “poner un gato frente a él, y si el gato huye la señal es buena, se trata de que este es un perro en la defensa del asunto que se le encomienda; por lo contrario, si el gato se le va encima, cuidado, ¡es rata!”.

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“¡Sólo un milagro te puede salvar!”, dijo el Ministerio Público al acusado, éste sacó un billete de mil pesos de su bolsillo… ¡y se salvó!

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“No existe un sábado sin sol, ni una mosca sin amor”.

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“…Una lágrima soltó Ruperta… ¡no pudo más! Pues sólo tenía un ojo… ¡estaba tuerta!”…

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La religión budista recomienda la paciencia, como virtud: “saber espera y saber pensar”. Empíricamente en la región se manejó el precepto: “Si no hace bulla, la polla es tuya”.

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“La ironía es una tristeza que no puede llorar… ¡y sonríe!

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Pidió una prueba de amor. Tomasa Romero, nostálgica, le pidió unas palabras de amor a Marcelino Chávez, su pretendiente, y éste le declamó lo que, según él, era una poesía: “Una tortuga en la mar, soñó que se andaba ahogando, y la caimana le dijo: ¡No te ahogues, caraja!”…

Una persona que sabe reír mucho… ¡nunca será peligrosa!, pues tiene fe y le da sentido a las cosas, incluso voluntad para esperar y, basado en su paciencia, expresa: “Vale más una Esperanza, que sufrir la Soledad; aunque también es bueno –recomienda– mirar cómo se halla Esperanza, y cómo está Soledad”.

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El dinero y la carne, ¡nunca llegan tarde!…

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Comodijo el de Palmar Chico: “Mi vieja no me manda, pero tampoco yo a ella”.

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La vejez empieza cuando los recuerdos pesan más que las esperanzas.

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Hospitalidad y distinción en Tierra Caliente:

Ajuchitlán de las combas
que es comida regalada
con su rama de epazote
¡Qué manteca!… ¡Qué, más, nada!

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El que se empeña en bañar a un puerco –o convencer a un necio– puede perder jabón y tiempo.
Recuenta por ahí, don Viliulfo, como de la región, dichos y cuantachos que también se dicen o cuentan fuera de la franja calentana, gracias al intercambio viajero que poliniza las culturas regionales y plantea un corredor de identidad comunitaria, de Guerrero a Colima. Por eso es comprensible que aquí encontremos dichos, anécdotas y hasta leyendas que escuchamos en otros lados o no hace más de un ratito. El Pájaro Cu nos remite a El murciélago, el texto que Andrés Henestrosa escribió basándose en una leyenda zapoteca, y frases como: “¡Espanta la cucha!” o “Todos estamos hechos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro”, no faltan en los refraneros regionales de México. Lo demás es puro Tierra Caliente. Por ejemplo:

Acerca de la palabra Cocho… Cocho –discierne Viliulfo Gaspar– es un vocablo característico en el lenguaje popular de la región… Posiblemente la palabra cocho fue traída por los españoles durante los tiempos de la Colonia, pues en el sur de ese país peninsular existe la palabra, derivada quizá de cochambre… Se entiende que los españoles que se establecieron en las tierras bajas del río de las Balsas comenzaron a emplear el término para señalar despectivamente a los negros traídos en calidad de esclavos a trabajar en las minas, y les llamaban cochos. Pero al transcurso de los 300 años que duró el dominio español, en la zona fue creciendo el número de familias peninsulares, las cuales conformaron una casta social, déspota y vanidosa, que se adjudicaba el título de “gente de razón” para distinguirse de los demás y comenzó a llamar cochos no sólo a los negros sino también a mulatos y habitantes indígenas… A su vez, al trascurso del tiempo, la población local fue cambiando por la relación de la raza española e indígena que generó mestizos y algunos de éstos, por su origen de madre o padre de raza blanca, (al ser) dueños de tierras y ganado e integrantes indiscutibles del selecto club denominado “gente de razón”, alterando la uniformidad del color de piel, la palabra cocho comenzó a tomar otro giro y de lo discriminativo contra los negros, indígenas y mestizos derivó contra la vulnerabilidad de la mujer, procediendo a señalar su parte genital, que más bien lo negro de los vellos púbicos, adoptando el vocablo una versión folclórica y banal pero aplaudida por las mujeres y prohibiéndose a ellas pronunciar el término mientras en los hombres significa orgullo y triunfo en su vocabulario”.
Para finalizar, don Viliulfo registra varias maneras de decir e interpretar lo del cocho. Para reprocharle algo a un amigo, se le dice: “¡Eres muy cocho!”. Para reclamar se grita: “¡Esas son cochadas!” y para reclamar nada mejor que: “¡Déjate de cochadas!”.
Ya nos había advertido don Viliulfo sobre la palabra guache, como en Tierra Caliente le dicen a los niños. En una anécdota que titula Cocho perdido, cuenta que, tras llegar de su tierra al Distrito Federal, por la Flecha Roja, un paisano pidió a un taxista que lo llevara a la calle del Guache Perdido. “El taxista le dijo desconocer esa calle, el siguiente también negó conocer la calle, hasta que uno de esos trabajadores lo llamó:
–¡Súbete, cocho!, te voy a llevar”.

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