Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Lorenzo Meyer

AGENDA CIUDADANA

*Muchos Méxicos”… con poco en común

*Las ligas que malamente unen a los muchos méxicos se están tensando no sólo más allá de lo justo –eso es obvio– sino también más allá de lo prudente.

Monstruoso pero racional. El asesinato de seis personas por policías de Iguala –una con desollamiento– y la desaparición forzada de otras 43 puede ser muchas cosas, pero no irracional. Al hacer lo que hicieron en Guerrero el 26 de septiembre, policías y criminales caminaban por un sendero ya muy andado, el de la impunidad. El camino lo construyeron las más de 20 fosas clandestinas en la zona, los más de 22 mil desaparecidos registrados por la PGR, o las 14 mil muertes asociadas al crimen organizado en este sexenio. Lo mismo puede decirse de los 22 ejecutados por el ejército en Tlatlaya el 30 de junio; el informe que acaba de aparecer de la Comisión de la Verdad de Guerrero (http://www.almomento.mx/images/InformeFinalCOMVERDAD.pdf) muestra que desde hace 45 años, durante la llamada guerra sucia, el ejército ya acostumbraba ejecutar a los sospechosos de pertenecer o auxiliar a los guerrilleros de Genaro Vázquez o Lucio Cabañas. Esa práctica simplemente revivió en Tlatlaya como parte de la siguiente guerra, la de Felipe Calderón contra los narcotraficantes.
Nada de lo que da forma a la actual crisis política por la violación de derechos humanos es realmente nuevo salvo, quizá, la menor tolerancia de las sociedades local e internacional a las monstruosidades que produce el Estado mexicano. Esas sociedades pasaron de la resignación, indiferencia o celebración de un presidente dedicado a saving Mexico (revista Time, 24/02/14) a exigir que ese mismo Presidente y su gobierno hagan algo más que simplemente intentar, sin éxito, administrar un desastre.
Muchos méxicos. Cuando apareció Many Mexicos, del historiador Lesley Byrd Simpson (Universidad de California, 1941), llamó la atención la definición implícita que hizo de México: a éste se le debería entender más como un mosaico geográfico, étnico, social y cultural que como una nación acabada. Su historia, desde la conquista española hasta la post revolución, era una amalgama de muchas historias. Tres cuartos de siglo después seguimos igual, para interpretar y enfrentar la magnitud de la actual tragedia nacional hay que aceptar no sólo que existen muchos méxicos sino que la relación entre varios de ellos es un juego suma cero, lo que uno gana otro lo pierde. Además, y a diferencia de la época de Simpson, esta vez el rompecabezas nacional no se puede pensar como una gran obra en proceso de armado porque, hoy por hoy, no hay ningún “gran diseño” que permita embonar las piezas.
Un abismo. Hoy la principal contradicción mexicana se tiene en la distancia social creciente. Los estudiantes de Ayotzinapa viven en un México de raíces rurales, de familias cuya forma de vida es cercana a la subsistencia, en una estructura política caciquil y forman parte de ese 20 por ciento de la sociedad que debe contentarse con apenas el 6.6 por ciento del ingreso disponible en los hogares (cifras de la Cepal, 2013). Sus formas de vida poco tienen que ver con las del 20 por ciento de mexicanos que están en el tope de la pirámide social y que disponen del 46.2 por ciento de ese ingreso y nada, absolutamente nada que ver con la de los amos de los poderes fácticos, los 16 super ricos que representan el 0.0005 por ciento de los hogares mexicanos y que aparecen en la revista Forbes con una fortuna combinada que en 2013 ascendía a 148.5 mil millones de dólares.
El significado de estas cifras se entiende mejor si se contrastan los entornos en que se mueven los normalistas rurales agredidos y sus familias y que la prensa ha descrito a grandes rasgos (ver La Jornada), con los propios de la cúspide de ese Everest social que es México. Y aquí viene al caso un reportaje de Dolia Estevez, la periodista que logró identificar, pese al secreto con que se guarda ese dato, al mexicano dueño de uno de los bienes mueble que son parte del ocio de los hombres más ricos de este mundo, el yate Tsumat. Se trata de una embarcación de 164 pies fabricada al gusto expreso del cliente por Trinity Yatch. Cuenta con tres cubiertas, seis recámaras, garage en vez de helipuerto, comedor para doce personas, una amplia zona para tomar sol, paredes cubiertas de piel, pisos de ónix con calefacción y todo lo que puede tener una nave de 50 millones de dólares. El fabricante no aceptó confirmar el nombre del propietario porque normalmente este tipo de bienes se pone a nombre de empresas off-shore (para disminuir o evitar impuestos o la incautación por disputas legales y, desde luego, la crítica social), pero se trata del dueño de una gran cadena de supermercados mexicanos, (http://www.forbes.com/sites/doliaestevez/2014/10/22/mexicos-five-luxury-superyacht-owners/).
Unas ligas. Entre la brutalidad de las fosas de Iguala y su entorno, y el lujo exquisito del Tsumat hay tanto un golfo como muchas ligas. El mundo de la gran empresa mexicana y la gran concentración de capital se asientan y, parcialmente, dependen de ese otro mundo tan mísero, inquietante e inquieto, donde ocurren tragedias como las de Iguala o Tlatlaya. Se supone que el Estado y su burocracia administran y controlan ese desequilibrio o abismo. Sin embargo, la ampliación de los extremos sociales y la enorme corrupción e incapacidad del aparato estatal están provocando que las ligas entre los muchos méxicos se estén tensando, no sólo más allá de lo justo, eso es obvio, sino de lo prudente. Es difícil que el Tsumat llegue a naufragar, pero el sistema que lo hizo posible hace agua y de tiempo atrás.

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