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Jorge Salvador Aguilar

El arte de las alianzas

 

La apolítica es, por antonomasia, el arte de las alianzas; el político hábil es aquel que es capaz de ubicar a las fuerzas afines, a las inconformes con su adversario, a las que se han distanciado del poder y puede hacerlas participar en una lucha común, enfatizando las coincidencias y atenuando las diferencias, sin desnaturalizar su proyecto original; dirigente que no entiende esto, puede dedicarse a muchas cosas pero no a la política.

El político moderno, inserto en una sociedad plural, multiclasista, diversa política e ideológicamente, es un artesano capaz de elaborar con paciencia los más complejos tejidos sociales. Sabe escuchar, valorar y jerarquizar las opiniones de sus interlocutores; entiende que en política no se puede tener todo, y prefiere lograr una parte de su proyecto.

Esto viene a cuento por las declaraciones que hace unos días externara Zeferino Torreblanca en el sentido de que si sus adversarios en la contienda por la candidatura perredista no se avienen a sus exigencias de declinar antes del 15 de agosto, él ya no está dispuesto a negociar después, por lo que el ganador tendrá que enfrentar con sus propios recursos la pelea contra el PRI. Estas no son sus palabras textuales, es el sentido implícito de sus declaraciones.

Esta afirmación de Torreblanca es muy peligrosa y denota la arrogancia característica de los políticos de viejo cuño, la soberbia de la que se alimentan los regímenes autoritarios. Esta actitud es la que ha llevado a un buen número de ciudadanos a desconfiar de la pertinencia de la candidatura del ex alcalde de Acapulco.

En mi lejana niñez había un juego de canicas en el que se empezaba estableciendo la regla de que el que gana una, gana todas; este juego se entiende entre niños que suelen ser maximalistas; quieren todo o nada, para ellos no hay término medio. Pero entre los adultos esto no es posible y sobre todo en la política; en esta actividad nadie gana todo ni pierde todo, en el triunfo hay derrota y el derrotado se lleva una pequeña porción de victoria. Las alianzas son el reconocimiento de la impotencia para ganar solo, y la necesidad de compartir el triunfo. Esto lo entendió Vicente Fox y ganó, compartiendo la victoria con los niños verdes, aunque después no supo qué hacer con el triunfo.

Esto que es una regla básica de la política debería saberlo Torreblanca, que ya lleva unos años en esto o, al menos se lo deberían haber dicho sus intelectuales orgánicos, que tan bien parecen conocer a Maquiavelo, maestro de las alianzas (“aún cuando uno cuente con un ejército poderosísimo, para entrar en una provincia es necesario el favor de sus habitantes”, dice el florentino, y esto sólo se logra con las alianzas); pero parece que se les olvidó o que el diputado no los escucha; ¿será que su arrogancia le hace creer que no necesita oír a sus consejeros?

Qué haría Zeferino gobernador cuando tuviera que negociar con los indígenas, con los campesinos que se oponen al proyecto de la presa de La Parota, con el EPR y con el resto de grupos guerrilleros, con los caciques, con los poderes informales que controlan muchas regiones. Qué haría ante la necesidad de tender puentes con ese enorme poder que significa el crimen organizado; sé que esto escandalizará a algunos, pero con la magnitud que ha alcanzado, según la nota de El Sur del lunes 6 de julio, no es suficiente aplicarles la ley; con un poder así se tiene que negociar; ya sucedió en Colombia y en muchos otros países. Así pues en política se tiene que hablar y quien lo haga tendrá que contar con la fuerza de los votos, de la legitimidad.

De Armando Chavarría se pueden decir                                             muchas cosas, unas ciertas y muchas falsas, pero hasta sus adversarios reconocen su capacidad para tejer alianzas. Me comentaba uno de sus críticos que “lo que hay que reconocerle a Chavarría es que es capaz de meter en un mismo morral a especímenes que afuera se están peleando”; esto es política y es lo que se necesita para llevar al PRD al poder.

Derrotar un régimen como el que ha gobernado a Guerrero durante las últimas siete décadas requiere una extraordinaria capacidad para armonizar propuestas diversas, historias distintas, intereses muchas veces encontrados; olvidar rencores, ofensas, agravios menores, vanidades lastimadas, supuestas o reales ingratitudes y poner por encima los intereses de la sociedad.

Esto tiene que empezar al interior del único partido que, por ahora, puede derrotar al PRI, el PRD, que fue constituido como un frente donde confluyeron muchas visiones y proyectos distintos, mayoritariamente de izquierda. Construir una candidatura que unifique al perredismo requiere una gran capacidad para armonizar esos proyectos que, a 15 años de existencia del partido siguen vivos.

Zeferino Torreblanca lleva casi 15 años de alianza con el PRD y parece que aún no lo conoce, por lo menos eso denota su obsesión por ser candidato de unidad sin pasar por las urnas y declarar que si es obligado a ir a la elección interna y la gana, prescindirá de sus actuales adversarios. Esto es realmente preocupante, y en nada lo ayuda en su carrera hacia la candidatura. Alguien se lo tiene que decir.

La resistencia de la izquierda histórica a ser representada por un candidato como Torreblanca, ha propiciado que desesperado por no poder imponer un método que le acomode, afloren en éste las tendencias más autoritarias, su desdén hacia las expresiones que representan a aquella tendencia, su deseo expreso a no verse atado por ningún compromiso.

Estoy convencido de que Zeferino Torreblanca representa una fuerza respetable de la sociedad guerrerense, a la que el PRD ha ayudado a consolidar y prestigiar. No creo que Torreblanca deba hacer desplantes pueriles para obligar al partido a que se acomode a su juego. Pienso que debe usar esa fuerza para ganarse un lugar en la izquierda; si es como candidato, bienvenido, y que busque el acuerdo con los derrotados, pero si no, que acepte el veredicto de la militancia y de la ciudadanía, y se siente a negociar humildemente con quien sea el elegido.

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