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Dedica el panteón de Las Cruces ofrenda a los alcaldes de Acapulco fallecidos en el siglo XX

*El director de la dependencia, Anituy Rebolledo Ayerdi, estimó la llegada de unos 100 mil visitantes durante el fin semana en los cementerios de la ciudad que son administrados por el Ayuntamiento

Karla Galarce Sosa

Con una ofrenda dedicada a los acapulqueños que fueron presidentes municipales del puerto durante el siglo XX, el panteón de Las Cruces dio la bienvenida a las familias que llegaron a dejar flores a sus muertos durante el Día de los Ánimas Pequeñas.
Pétalos de flor de cempasúchitl, cirios, calabaza en conserva, veladoras, papel picado, moles rojo, verde y tamales, así como botellas de refresco y hasta juguetes, fueron colocados en los diferentes niveles que conformaron el altar dedicado a los acapulqueños que gobernaron este puerto.
Las imágenes de Juan R. Escudero Reguera, Virgilio Gómez Moharo, Jorge Joseph Piedra, Martín Heredia Merkey, Canuto Nogueda Radilla, Ricardo Morlet Sutter, Israel Nogueda Otero, Antonio Piza Soberanis, Rogelio de la O Almazán, Alonso Argudín Alcaráz y Antonio Trani Zepeda, fueron colocadas en el altar del panteón de Las Cruces, donde fueron colocadas también frutas como mandarinas, jícamas y manzanas.
El director de Panteones, Anituy Rebolledo Ayerdi, estimó la llegada de unos 100 mil visitantes durante el fin semana en los panteones de la ciudad que son administrados por el Ayuntamiento.
En un recorrido por el panteón privado Valle de la luz, por el de Las Cruces y el histórico San Francisco, se observó una nutrida cantidad de personas que llevaban flores a las tumbas de sus difuntos.
Los aromas de flores amarillas, blancas y rojas impregnaron los pasillos de los sitios donde eran colocados, y donde decenas de comerciantes ofrecían sus productos en las banquetas y fuera de los panteones.
Además de una caminata por los pasillos del panteón, la limpieza de las tumbas y el almuerzo o comida en al lado de los restos del difunto, incluyó parte de las actividades que se encomendaron algunas familias acapulqueñas.
Fue el caso de la familia Zúñiga Fierro, quienes llegaron desde muy temprano al panteón Valle de la Luz, y donde colocaron cadenas de flor de cempasúchitl de la pequeña cruz en la tumba que pendían hacia el piso, para después ocupar espacios sombreados y sentarse a degustar los platillos que llevaron para armar la ofrenda.
Afuera del panteón de Las Cruces, donde se observó una mayor cantidad de personas, además del bullicio que generaban los vendedores ambulantes asentados en la banqueta, sobre el bulevar Vicente Guerrero había una gran movilización de carros, camiones y hasta ambulancias y, fueron estacionados decenas de vehículos que ocuparon ambos lados de la rampa que conduce al Maxitúnel.
En contraste con el bullicio de la vendimia afuera de los panteones de Las Cruces y en el Valle de la Luz, en el cementerio San Francisco, hubo poca afluencia, aunque a decir de la administradora del lugar, Susana Curiel García, sólo entran los familiares de los difuntos allí sepultados, a quienes aseguró conoce.
Desde la entrada, atrajo la mirada el camino de pétalos de cempasúchitl que marcaba la tumban hacia el extremo izquierdo del panteón y que conducía a la tumba del llamado Niño milagroso. Se trata de la tumba de Raúl González, quien nació el 22 de abril de 1932 y murió diez meses después, el 22 de abril de 1933 y a quien le atribuye “la gente” milagros que van desde el salvar la vida, al hallazgo de niños perdidos y adultos extraviados.
Destaca entre el resto de viejas tumbas porque tiene en la pequeña choza construida para su protección, cientos de juguetes en su interior. Además, cuenta con veladoras, flores y pequeños detalles que la hacen única, como son la blanquecina lápida donde se indican el nombre con letras azules del “niño Raúl”, como se le conoce, así como el nombre de su hermano, Elivier González, quien nació el 22 de junio de 1933 y murió un mes después, el 19 de julio de ese mismo año. Dedicó la tumba, la madre de ambos, cuyo nombre no está escrito.
Curiel García contó que el testimonio más importante del poder milagroso del “niño Raúl” es el de Aurora, una niña guerrerense originaria de El Paraíso, en la sierra de Atoyac, a quien sus médicos desahuciaron después de haber sufrido dos infartos consecutivos.
La madre de Aurora, de quien no se sabe cuántos años tenía, al llegar a su casa en la sierra, la pequeña no moría, por lo que escuchó la recomendación de una conocida y llevó a su hija a la tumba de Raúl García en el panteón San Francisco hace siete años.
La administradora del campo santo narró cómo la madre rogó “con mucha fe” al “niño Raúl” que mantuviera con vida a su hija, a quien cargó en brazos, al tiempo que después volvió a su hogar. Durante la noche siguiente, una vez en su cama, la pequeña Aurora pidió comida a su madre, pero en lugar de alimentarla la llevaron en seguida al médico, allí los médicos le dijeron que el corazón de la niña estaba bien y que parecía que no había sufrido daño alguno después de los infartos.
Desde entonces y después de que había sido la tumba más abandonada por los visitantes, contó Susana Curiel, el niño Raúl recibe cientos de regalos, comida, visitas y hasta música cada 1 de noviembre, fecha en que se conmemora el día de las ánimas de los niños.
Durante el recorrido, se observaron módulos de información de la Procuraduría Federal del Consumidor, donde los trabajadores ofrecían folletos y atendían quejas y dudas de los consumidores.

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