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Marchan artistas de Tlatelolco a Bellas Artes; exigen la aparición de normalistas

*Una madre michoacana a la que le desaparecieron sus hijos lava una bandera mexicana manchada de rojo y negro

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Cuando la marcha de artistas por Ayotzinapa llegó al Palacio de Bellas Artes, fue tendida sobre una fuente una bandera mexicana manchada de negro y rojo, para ser lavada, y se subió a la pila también una mujer de Michoacán que desde hace seis no ha tenido descanso.
“Me desaparecieron a mis dos hijos Jesús Salvador y Raúl Trujillo Herrera, junto con cinco compañeros, en 2008”, dijo. “Eso es algo que te destruye todo, es un horror que se vive minuto a minuto, es un duelo constante que no termina, es como un duelo congelado, es como que te suspenden la vida”.
María Herrera, de 65 años, se ponía a llorar con un jabón blanco en la mano.
“¡La bandera está manchada de sangre mexicana!” Pasaban las 10 de la noche del sábado y ése era el coro de actores, pintores y jóvenes músicos.
La marcha había salido dos horas antes de Tlatelolco. La Plaza donde en 1968 el ejército masacró un Movimiento Estudiantil estaba oscura. Un hombre con un altavoz leyó el comunicado de la comunidad artística sobre el secuestro de los normalistas de Ayotzinapa el 26 de septiembre, cuando se preparaban para venir al Distrito Federal a la marcha del 2 de octubre: “Exigimos la presentación inmediata de los 43 normalistas desaparecidos, la aprehensión y consignación de todos los responsables en los tres órdenes de gobierno”.
Unas mil personas, o más, comenzaron a caminar hacia Reforma. Adelante se colocó una manta blanca con la leyenda en mayúsculas negras: “El Estado ha muerto”, seguida de cinco jóvenes en zancos vestidos de calaveras y catrines y, más atrás, la bandera manchada era sostenida por jóvenes que en su frente llevaban las fotos de los desaparecidos.
Era el sábado 1 de noviembre. Desde las aceras, catrinas, guasones y diablos disfrazados por Día de Muertos les decían adiós con la mano, aunque a veces hasta se acercaban a pedir su calaverita.
De vez en vez se contaba en coro hasta el 43 para terminar en un solo grito: “¡Justicia!”.
Cerca del Metro Garibaldi, Antonio Álvarez, un hombre de 57 años que cargaba una veladora, decía que se sentía culpable. “Sufrimos la matanza de Acteal y Aguas Blancas, las fosas de Tamaulipas, el incendio en la Guardería ABC y nunca salimos a las calles”.
El contingente llegó a Bellas Artes. Volvieron a contar hasta 43. Corearon los nombres de los estudiantes. Dijeron que analizan si sumarse al paro nacional. Se trajo agua de tinaco azul y se comenzó a lavar la bandera.
Llorando, la señora Herrera quería mandarle un mensaje a sus hijos: “Si mi voz pudiera llegar a donde están, quiero decirles que los amo, que los quiero, que los necesito y que no he dejado de buscarlos. Que no los voy a dejar de buscar nunca hasta que me muera”.

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