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Silvia Alemán Mundo

Los invisibles niños y niñas de la calle

Señora le ayudo con la bolsa. Señora cómpreme cebollas. Señora cómpreme ajos, cerillos, limones. Estas son las voces de los niños y las niñas que trabajan. ¿Cuántos son? No sabemos y tampoco queremos saberlo.  Son el resultado de un sistema social, económico y político injusto e inhumano. Así como la calidad del agua que resulta en el punto final de una cuenca sintetiza la salud de un ecosistema, así también se puede decir que la cantidad de niños de la calle sintetiza la justicia o la injusticia de un sistema económico-social. Si el agua que se obtiene al final de una cuenca está limpia quiere decir que el ecosistema completo se encuentra en buenas condiciones, pero si esta agua se encuentra contaminada, entonces quiere decir que el ecosistema está sufriendo serios disturbios. De la misma manera, si los niños de la calle son numerosos entonces se puede afirmar que el sistema social presenta serios desequilibrios estructurales.
Vemos con indiferencia a los niños y jóvenes que limpian los parabrisas de nuestros automóviles. Nos enojamos cuando los pequeños se suben al cofre de nuestro automóvil para poder limpiar mejor el parabrisas, sus brazos son aún pequeños ¿Desde qué edad empiezan a trabajar? Puede ser que desde los cuatro años. Los podemos ver descalzos(as) vendiendo chicles en las calles. ¿Dónde duermen, dónde comen, cómo se alimentan? ¿Quién los manda a trabajar, su mamá, su papá o alguna otra persona? ¿A qué peligros están expuestos? ¿Por qué están en la calle?
La indiferencia ante este fenómeno es generalizada, ya se trate de un presidente de la república, de un senador, de un diputado, de un presidente municipal, de un profesor, de un ciudadano o ciudadana  ¿Habrá alguna política pública que se dé abasto para atender a estos niños(as)? No, no la hay. No puede haberla. Porque este es un fenómeno que como muchos otros se reproduce como un efecto de procesos estructurales. En este caso existen estructuras económicas que producen sistemáticamente este efecto: los niños de la calle.
El número de niños(as) de la calle es un indicador importante del grado de progreso de una sociedad. Quienes han viajado a Estados Unidos se habrán dado cuenta que no se ven niños(as) mendigando en las calles. Todo lo contrario. Tengo una amiga que recibió de Estados Unidos a una pequeña nieta y ella me contó que la niña tenía que regresarse pronto porque la podrían investigar debido a que no estaba asistiendo a la escuela y eso podría ser motivo para que pusieran en la cárcel a sus padres. Según la información que tenemos, en México se ha dispuesto por ley que es obligatoria la asistencia a la escuela de niños(as), adolescentes y jóvenes hasta el nivel de preparatoria pero aquí tenemos otra bella ley que no se aplica, porque si se estuviera aplicando ¿tendríamos niños(as) de la calle?
Nos preocupan nuestros hijos(as), los hijos(as) de los otros ¿por qué nos van a preocupar? No son nuestros(as). ¿Pueden ustedes imaginar una infancia que no sea feliz? Altagracia, una de las hijas de Don Leandro, no podía imaginarla. Su infancia estuvo llena de fantasía y magia. Duró hasta los 5 años porque a los 6 años ya tuvo que realizar labores domésticas. Como una niña campesina empezó a lavar su ropa, traer agua del río, barrer, hacer dormir a su pequeño hermano y preparar café, aparte de ir a la escuela, donde además de aprender a leer y escribir, aprendió a bordar. Hacer dormir a su pequeño hermano era una de las tareas que más la impacientaba. La cuna tenía forma de columpio, la sostenía la viga más alta de la casa de teja, así que ella tenía que estar de pié moviendo la cuna para que su hermano se durmiera. Pero su hermano tardaba en dormirse, entonces ella le ponía sus manos sobre los ojos para cerrárselos pero su hermano volvía a abrirlos. Alta le decía: ¡Niño ya duérmete! Es que le urgía irse a jugar pero no podía hacerlo mientras su hermano no se durmiera.
Como ya se ha comentado, Alta a sus 6 años ya le ayudaba a cocinar a su mamá, doña Carilú. Un día estaban las dos juntas frente al comal de leña, junto a éste se encontraba un fogón con una cazuela de barro con aceite hirviendo. Doña Carilú tomó esta cazuela y le dijo a su hija: ¡agárrala de las ojeras y no la vayas a soltar, ponla en el pretil! Así doña Carilú podía poner otra cazuela en el fogón. Alta al sostener la cazuela por las ojeras sintió que los dedos se le quemaban pero no la soltó y alcanzó a ponerla en el pretil junto al metate. No quería ni pensar lo que hubiera ocurrido si ella hubiera soltado la cazuela. Desde entonces Alta aprendió a no soltar  ninguna cazuela por más caliente que estuviera.
Una infancia feliz es el mejor recurso que se puede tener para una adultez plena, porque se tienen firmes los recursos emocionales para enfrentar los retos que se pueden encontrar posteriormente. En cambio una infancia descuidada y sin incentivos afectivos puede ser el pase más seguro a una juventud y adultez problemática.
No se puede tapar el sol con un dedo. El fenómeno de los niños(as) de la calle refleja sustanciales desequilibrios en la estructura económica de un país. Pero no de ahora, ni de hace una década. En México, se puede decir que estos desequilibrios se iniciaron en los años 70. Según los economistas, el poder adquisitivo del salario, desde entonces  ha perdido su valor en un 70 por ciento. Este fenómeno se refleja en los recursos que se disponen en el hogar, pues no son suficientes para asegurarle al niño(a) el sustento y la recreación. Tal vez porque los padres no tienen empleo, porque lo que ganan no es suficiente, porque los productos que venden tienen un bajo precio, porque la cosecha que obtienen es escasa. De esta forma el niño(a) es obligado a salir del hogar para trabajar y así poder contribuir al ingreso familiar, si es que aún todavía tiene una familia.
El fenómeno de los niños de la calle es una de las características de las ciudades y de las urbes de los países periféricos. Y es un fenómeno ascendente en las ciudades medias, el acelerado crecimiento de éstas permite observar más crudamente este fenómeno. Las grandes y medianas ciudades han sido y siguen siendo receptores de inmigrantes rurales y campesinos. El decaimiento del sector agropecuario sigue siendo el motivo de la expulsión de la población rural a las zonas urbanas. Por ello muchos de los niños(as) de la calle podrían ser hijos(as) mayoritariamente de padres indígenas y campesinos.
En nuestro país, México, el fenómeno de los niños(as) de la calle continuará, sin importar los sendos discursos que se hagan en pro de la niñez. Las políticas neoliberales que se pusieron en práctica en México a partir del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado han fortalecido los procesos económicos y financieros de extracción de las riquezas nacionales hacia el exterior, fortaleciendo con ello el fenómeno de la pobreza urbana y rural, así como la degradación de la naturaleza. Estas crudas políticas neoliberales que se concretizan en la disminución de las funciones del Estado y el acrecentamiento del poder de la burguesía económica transnacional, que se manifiesta en la apertura de las fronteras a productos del exterior ha ocasionado un sinnúmero de fenómenos funestos, fundamentalmente una crisis económica que ha erosionado a la pequeña y mediana empresa y con ello los empleos. Está claro que el fenómeno de los niños(as) de la calle es producto de un sistema económico que no beneficia a la mayoría de la población sino a una élite que ahora tiene más características extranjeras que nacionales.
Dicen que las guerras tienen como sus primeras víctimas inocentes a las mujeres y a los niños(as). Lo mismo podríamos decir de las crisis económicas. Quienes pagan caro estas políticas económicas neoliberales son los niños(as), las mujeres y los jóvenes. El fenómeno de los niños(as) de la calle se corregirá en la medida en que se dé un giro importante en las políticas económicas que permita que la riqueza que genere el país se quede en el país y se promueve una más justa distribución de ésta, así como un mejor equilibrio en el desarrollo de los sectores primario, secundario y terciario.
En estos tiempos electorales en nuestro país, el mejor candidato(a) para los intereses de la mayoría de la población es quien se comprometa a hacer realidad un mejor equilibrio en la distribución de la riqueza que conlleve a la justicia social, a través de la reconstrucción de la economía nacional y de los mercados regionales.

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