Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Florentino Cruz Ramírez

Votos por la paz en Colombia

 (Primera parte)

Recientemente se ha dado a conocer el nombramiento del señor Andrés Valencia, ex embajador de México en Colombia, como Facilitador en el incipiente proceso de diálogos entre el gobierno colombiano y el Ejercito de Liberación Nacional, a partir de la aceptación explícita de ambas partes en conflicto, de permitir la participación de México en su intención de construir acuerdos encaminados al establecimiento de la paz en aquel país, que vive una situación de violencia prolongada y altamente extendida.

La participación de México en procesos de paz no es nueva y siempre ha sido vista de manera positiva por la sociedad mexicana y los gobiernos del mundo.

Hasta hace poco tiempo se tenía la certeza que ello correspondía a una postura político diplomática del gobierno mexicano hacia el exterior, de impulsar la autodeterminación de los pueblos, la no injerencia en asuntos de otros Estados, y en general una política de vocación pacífica, de oposición a los hegemonismos y a las soluciones militares; sin embargo es bastante evidente que esta posición política internacional de México fue cancelada a partir del gobierno de Ernesto Zedillo y que con el actual gobierno foxista ha llegado a situaciones que no sólo marchan en contrasentido de lo que ha sido una tradición diplomática positiva, sino a la ofensa de valores y sentimientos colectivos del pueblo mexicano, siendo paradigmático el caso de la virtual ruptura de relaciones con la República de Cuba.

México jugó un papel determinante en la construcción de propuestas para la paz en Centroamérica con motivo del profundo conflicto político militar que la región vivió desde principios de la década de los 80 hasta mediados de los 90; México junto con Panamá, Colombia y Venezuela conformaron el Grupo Contadora, que hizo aportaciones fundamentales no sólo para la construcción de la paz centroamericana, sino que apuntó, en contra de la política hegemonista norteamericana, una propuesta de desarrollo económico propio, regional, que buscaba la eliminación de las causas estructurales que generaron el conflicto armado en la cintura del continente americano.

México fue sede de la mayoría de los diálogos entre el gobierno salvadoreño y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, que culminaron con la firma de los llamados Acuerdos de Chapultepec, en enero de 1992.

En el proceso de  diálogos y negociación de los acuerdos de paz en el conflicto guatemalteco, México figuró junto con Oslo, Nueva York, San José, etc., como las ciudades elegidas por el gobierno y la insurgencia para ser sede de los diálogos, quedando en la historia como apoyos invaluables en la construcción de los acuerdos, que se firmaron en diciembre de 1996.

La diferencia cualitativa radica en que hasta el régimen salinista se mantenía un discurso hacia el exterior de independencia y autodeterminación, (lo cual no quiere decir que ese discurso correspondiera a un accionar político de corte democrático dentro del país, o en asuntos relacionados con problemas económicos fundamentales en el orden internacional); mientras que con Zedillo se inicia un proceso de desmantelamiento del discurso internacional mexicano, se muestra en toda su desnudez la dependencia y sumisión de la política del gobierno mexicano hacia el único triunfador de la Guerra Fría; ya    para el caso del gobierno de Vicente Fox, se llega (recordando un poema de Pablo Neruda) a una “competencia                                           por ver quién le sirve primero de alfombra y de asiento” al gobierno estadunidense, en lo cual el ex canciller Jorge Castañeda dio demostraciones absolutamente elocuentes.

Parece ser pues, que la solicitada intervención (propuesta por el gobierno mexicano y rechazada por la insurgencia colombiana hace casi ya dos años), no obedece a un retorno a la histórica política exterior mexicana; seguramente tampoco a una estrategia más o menos general de Vicente Fox; lo más seguro es que sea una idea dispersa, de las muchas que se han observado en el actual régimen, pero que en esta ocasión encontró una circunstancia propicia: la disposición de dos adversarios decididos a dialogar, que le otorgan a México su confianza para que contribuya a la posibilidad de un acuerdo entre el gobierno y el Ejército de Liberación Nacional.

Aun cuando esta colaboración con el proceso por la paz en Colombia no obedeciera a una estrategia de mayor fondo definida por el gobierno mexicano, y que fuera solo un hecho circunstancial, bien vale la pena reconocer la importancia de todo acto que contribuya al establecimiento de la paz en cualquier lugar del mundo.

El Ejército de Liberación Nacional (que es la organización guerrillera con la cual el gobierno colombiano iniciará ahora el proceso de diálogo), es una agrupación guerrillera fundada por Fabio Vázquez Castaño y un grupo de jóvenes universitarios, muchos de ellos provenientes de las FARC, a las cuales criticaban por sus posiciones ortodoxas propias de los partidos comunistas; los planteamientos políticos y la organización militar del Ejército de Liberación Nacional, se constituyeron en un polo muy atractivo sobre todo en los círculos universitarios e intelectuales.

En 1968 se realiza el importante encuentro religioso de Medellín, donde es asumida por grandes contingentes de la Iglesia católica latinoamericana la Teología de la Liberación; la opción por los pobres asumida por la iglesia y una gran cantidad  de jóvenes sacerdotes, revitaliza los movimientos sociales en defensa de derechos y fortalece también aunque de manera indirecta a las fuerzas guerrilleras.

En esa época en Colombia, el padre Camilo Torres Restrepo es un símbolo para la juventud; su prédica es la voz de los que luchan por un mundo mejor; Camilo Torres es cooptado por el Ejército de Liberación Nacional y muere en el primer combate en el que interviene.

Un hecho poco conocido son las fuertes pugnas internas en ELN, las cuales normalmente terminaban en juicios sumarios y fusilamientos; desde la época de su fundación participan el sacerdote español Manuel Pérez y un joven guerrillero de seudónimo Gabino; el primero de ellos se convertirá en el comandante en jefe del ELN hasta su detención a finales de los 90, y el segundo será el comandante que dirige el actual esfuerzo por construir acuerdos de paz.

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