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Tomás Tenorio Galindo

Armando Chavarría

Con su registro hoy como precandidato del PRD, el senador Armando Chavarría llega a una fase crucial de su campaña en pos de la gubernatura de Guerrero. A partir de ahora podría arreciar el golpeteo que ha sufrido de unos dos años a la fecha por parte de algunos reductos políticos heredados por Rosario Robles en el PRD.

Pero Chavarría es un hombre habituado a la adversidad, tanto la personal y familiar como política. Su carrera comenzó en los duros años de los setenta, cuando la Universidad Autónoma de Guerrero sufría el violento asedio del gobierno de Rubén Figueroa padre y se desarrollaba la guerra sucia emprendida por el régimen priísta. Fue en ese entorno cuando Chavarría llegó a Chilpancingo a estudiar en la Facultad de Economía. Antes de alojarse en una de las casas de estudiante de la universidad, dormía en la vieja terminal de la Flecha Roja.

Hacia 1978, a raíz de la desaparición (aún no esclarecida) del presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la UAG, Carlos Díaz Frías, Chavarría ocupó ese cargo y desde ahí encabezó las movilizaciones estudiantiles en defensa de la universidad, a la que Figueroa pretendía controlar. Más tarde Chavarría ocuparía diversos puestos en la administración universitaria, sería candidato a rector, delegado del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, diputado federal y senador.

Hace poco más de dos años hizo público su interés en ser candidato del PRD a gobernador. Contaba para ello con un liderazgo que, enraizado en el ámbito universitario, se extendió pronto hacia el Partido de la Revolución Democrática, donde su corriente obtuvo en 2002 la dirigencia estatal.

La consolidación del liderazgo chavarrista en el PRD y en la universidad despertó la activa hostilidad de la dirigencia nacional del PRD encabezada por Rosario Robles. Hostilidad que no cesó sino hasta la caída de Rosario Robles hace un año. El origen de esa hostilidad contra Chavarría parecía ubicarse en la pretensión de Rosario Robles de imponer a Zeferino Torreblanca como candidato a gobernador, en la tendencia adoptada por la dirigente nacional de tomar encuestas como instrumentos para decidir las candidaturas.

Con la caída de Rosario Robles y su posterior separación del PRD en medio del escándalo Ahumada, Zeferino Torreblanca perdió el principal apoyo político de su precandidatura. Entre tanto, Armando Chavarría basó su estrategia en la construcción de alianzas internas y externas y en la defensa de la normatividad prevista en los estatutos del partido para elegir al candidato. Esa actitud ha generado una fuerte embestida del grupo zeferinista, que ha visto frustrada su pretensión de que el candidato sea designado mediante una encuesta y no repara en medios para acusar a la campaña chavarrista de “facciosa” y “sectaria”.

Por encima de todo, Armando Chavarría es la opción más completa que pueda tener hoy el PRD. Es un precandidato de casa, cuyo liderazgo ocupa ahora el rol que en su momento tuvo Félix Salgado Macedonio; posee los atributos de integridad, capacidad y honradez para enfrentar exitosamente al candidato del PRI, y mantiene una incuestionable identidad ideológica con los principios y la historia del PRD. En suma, representa la posibilidad de implantar en Guerrero un liderazgo con visión y sensibilidad social. Es por eso que a su candidatura se han adherido personalidades históricas de la izquierda como el profesor Othón Salazar.

Sin embargo, una vez registrada su precandidatura, Chavarría debe poner el acento en la difusión de sus propuestas. La disputa por el método de selección ha producido un desgaste inconveniente dentro del PRD. Si Zeferino ha de obsesionarse con la encuesta hasta el último instante, Chavarría tiene una tarea más importante que realizar.

Compadres, amigos o casi hermanos

Los apologistas de Zeferino Torreblanca –pero ningún vocero autorizado ni él mismo–han tratado de rechazar que entre el ex alcalde de Acapulco y el general represor Arturo Acosta Chaparro exista un vínculo de compadrazgo como ha recordado este autor. En tanto el contador Torreblanca no aclare explícitamente la versión, que por otra parte es de dominio público, no puede aspirar a borrar ese dato de su biografía pública. Algunos dirán que ya lo aclaró cuando en diciembre de 2001 el también ex alcalde priísta Manuel Añorve Baños esgrimió una boleta de bautismo apócrifa para probar tal compadrazgo. Pero léanse bien las ediciones de El Sur del 8 y 9 de diciembre de aquel año, y quedará en evidencia que Zeferino Torreblanca no negó la existencia de un compadrazgo, sino que sólo exhibió la falsedad de aquel documento. Si aquel documento no demostraba el compadrazgo, eso no significa que el compadrazgo no exista. Más todavía, cuando el reportero de El Sur le preguntó con toda claridad si existía “tal compadrazgo”, el entonces alcalde evadió y respondió: “Bueno ahí les entrego unos documentos para dejar hasta ahí”. Es decir, se negó a contestar; y con ello, Zeferino Torreblanca perdió la oportunidad de aclarar, o desmentir, su compadrazgo con el encarcelado general Acosta Chaparro.

Pero supongamos –sólo supongamos– que Zeferino Torreblanca y Acosta Chaparro no fueran compadres. En poco cambiaría eso las cosas, pues en esa misma edición de El Sur del 9 de diciembre de 2001, Zeferino Torreblanca hace honor a su amistad con el general. Léase bien: El Sur del 9 de diciembre de 2001.

Digamos entonces que si son compadres, amigos o casi hermanos, lo mismo da para las graves implicaciones derivadas de esa relación. Porque –y se ruega al lector tolerancia para volver al tema– esa relación no es un asunto menor si se trata de un precandidato del PRD al gobierno del estado. Por el contrario, se sitúa justamente en el centro de toda la discusión. Volvamos a preguntar: ¿puede el PRD, sin incurrir en un conflicto moral de gran envergadura, postular como candidato a gobernador a un individuo en cuya biografía pública constan cercanos vínculos con el represor número uno del estado, responsabilizado de incontables asesinatos en la guerra sucia contra militantes de fuerzas opositoras? ¿Puede?

A quienes crean que el asunto es irrelevante, que le pregunten a Zeferino Torreblanca su opinión sobre la propuesta del secretario de la Defensa para conceder un perdón a todos los involucrados en la guerra sucia. En ese perdón quedaría incluido su compadre Acosta Chaparro, el hombre que en los años setenta mató o arrojó al mar a numerosas personas por la sola presunción de pertenecer a la guerrilla.

En cuanto al PRD, su postura sobre el tema es conocida. Este partido ha mantenido una postura invariable de condena contra la guerra sucia. Por esa razón, el 14 de septiembre del año 2000, el PRD presentó un punto de acuerdo en la Cámara de Diputados para que el caso Acosta Chaparro (y aludía también a Carlos Ulises Acosta Viques) fuera atraído por la Procuraduría General de la República bajo las acusaciones de genocidio, privación ilegal de la libertad y tortura. De manera que ¿puede el PRD por un lado acusar de genocidio a Acosta Chaparro y por el otro postular al cargo de gobernador a uno de sus amigos, compadre o casi hermano? ¿Puede hacer eso sin incurrir en un notorio conflicto moral e histórico?

De ahí la responsabilidad que pesa sobre los hombros del perredismo guerrerense. El hecho de que finalmente se haya optado, contra la necia oposición del compadre de Acosta Chaparro, por un procedimiento electivo para seleccionar al candidato, sanea el ambiente que se empezaba a crear en torno a la posibilidad de que una encuesta fuera habilitada como método para elegir al candidato. Aunque como ya se vio, al mejor estilo autoritario Zeferino Torreblanca no lo ha entendido.

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