Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*El Pasante

Décima Parte

¿Alguien pagará por la dosificación de la información cuando el clamor popular es por conocer toda la verdad?

El pasante se titula y obtiene su plaza de médico

El pasante había enfrentado con éxito a la directora de la escuela primaria, responsable del atraso educativo en Quechultenango.
Con la jubilación adelantada que la Secretaría de Educación Pública le concedió, la profesora pasó a retiro, dejando en manos de un grupo de maestros entusiastas la formación de los jóvenes.
El problema que seguía pendiente y que se había agudizado era el que involucraba al anciano cura del pueblo quien no se resignaba a perder a la mayoría de sus feligreses que ahora abrazaban decididamente la causa del médico.
Si bien todos esos hechos, como el triunfo de la revolución en Cuba y la animosidad del síndico en su contra, junto con los rumores que corrían en el pueblo acerca de un complot de los caciques contra su integridad física, no eran asuntos que al pasante le quitaran el sueño, de todos modos tomó sus precauciones evitando salir en las noches de su cuarto, aunque lo solicitaran para una emergencia.
A los únicos que les abrió su puerta, pasada la media noche, fue a los dos campesinos conocidos que lo urgían a platicar porque les preocupaba el conflicto que lo enfrentaba directamente con el cura.
Se trataba de dos señores que le guardaban gratitud porque el pasante había curado al abuelo de ellos sin cobrarles un centavo.
-Médico, venimos a ponernos a sus órdenes por si quiere que le quitemos de enfrente al sobrino del cura, le dijeron.
Después abundaron en información sobre los negocios ilegales que el síndico manejaba en el pueblo. Aparte de especular con el maíz del diezmo, cobra por la protección que brinda a una casa de prostitución, y se ha visto en líos serios de los que sólo se ha salvado por el apoyo de su tío, y unos de los ofendidos somos nosotros, le confiaron.
Nervioso por la situación delicada en la que había derivado la plática con la que pretendían hacerlo su cómplice, el médico les agradeció el apoyo, al tiempo en que procuraba persuadirlos de que nada en el mundo puede valer tanto como una vida, y “los médicos, precisamente estudiamos para preservarla”.
En esos términos despidió el médico a sus visitantes, seguro de que no los había convencido para que dejaran por la paz sus malas intenciones.
Lo que de veras le alegró la vida al médico en esos días fue la inesperada visita que recibió del director de los servicios de salud en el estado, quien además de entregar el primer pago a los maestros voluntarios de los talleres que funcionaban en el Centro de Bienestar, firmó el contrato de trabajo a dos enfermeras voluntarias al tiempo que le anunciaba su contratación por parte de la Secretaría de Salubridad otorgándole la plaza de médico materno infantil.
Para el pasante el empleo ofrecido era el reconocimiento más esperado en su joven carrera, después de que en el mes de noviembre había recibido su título de médico cirujano partero con un brillante examen profesional con mención honorífica en la Escuela Superior de Medicina Rural del Instituto Politécnico Nacional.
Cuando el médico cayó en la cuenta del gran logro que significaba haber obtenido su plaza en el centro de salud, casi inmediatamente después de recibir su título y de terminar su servicio social recordó aquel dicho que su madre repetía cuando con resignación enfrentaba algún infortunio, “las cosas malas nunca llegan solas” porque “no hay mal que por bien no venga”.
Ahora que dejaba de ser un pasante, la vida parecía sonreírle de manera franca, y se mostraba confiado y satisfecho pensando que en adelante hasta podría disfrutar de sus primeras vacaciones, después de tantos años de trabajo y estudio.
En eso pensaba el médico planeando quitar el anuncio del consultorio privado que había mandado colocar en su puerta y que ahora ya no necesitaba, cuando llegó el sub recaudador con un recibo por la cantidad que debía pagar como impuesto por ejercer la profesión de médico.
El cobro le sorprendió, pero más la actitud prepotente del funcionario quien no sólo se negó a explicarle los fundamentos del cobro, sino que le puso un plazo perentorio para que pasara a pagarle a su oficina, bajo la amenaza de que podría actuar con otras medidas si veía su renuencia.
Así fue el primer encuentro que el médico tuvo con el cacique, cuya acción le recordó otros casos similares que en su vida le habían servido para aprender porque le impelían a estudiar, informarse y conocer sobre diversos temas que al final se sumaban al cúmulo de experiencias que lo enriquecían.
Por eso el médico pronto supo que había una ley de salud y que respecto a otras profesiones, la de médico estaba exenta en el pago de impuestos, de manera que antes de cumplirse el plazo impuesto por el funcionario para pagar, el médico llegó hasta su oficina y frente a él, de manera educada pero procurando que las personas ahí presentes le escucharan, le explicó que había cometido un error al pretender un cobro sin haberlo fundamentado, y que así ponía en entredicho no sólo su probidad, sino la suficiencia que reclamaba su puesto.
El sub recaudador, muy al contrario de su costumbre, tuvo que disculparse con el médico más a fuerza que de gana, pensando quizá que más adelante tendría la oportunidad de vengarse del fuereño que actuaba con tal suficiencia que ponía en entredicho no sólo su autoridad, sino su fama de señor de horca y cuchillo.
Después de ése nuevo altercado que lo enfrentó con el cacique, el médico volvió a su tarea educativa que lo mantenía siempre ocupado.
Desde la dirección de la recién fundada escuela secundaria Lázaro Cárdenas, el médico se convirtió en el referente de la educación y la cultura local.
Los concursos de declamación y oratoria, de aprovechamiento escolar, así como los de mecanografía, junto con los bailes y los torneos deportivos, fueron la constante y el medio eficaz para hacer participar a los padres de familia y al pueblo en general que se sumó a sus actividades.
Los paseos a los balnearios y a las internacionalmente conocidas grutas de Juxtlahuaca se hicieron costumbre, y así la convivencia del grupo se volvió intensa y fortaleció los lazos de la comunidad.

La excursión a la Costa Grande

Una excursión de los estudiantes de secundaria, organizada en vísperas de la Semana Santa al lejano puerto de Zihuatanejo, viajando en avioneta, fue uno de los más grandes acontecimientos para los jóvenes cuya vida hasta entonces se circunscribía a los límites de la cabecera municipal.
Fue el médico quien concibió la idea del viaje, aprovechando sus relaciones con funcionarios federales quienes ayudaron con el financiamiento del transporte a través del Instituto de la Juventud.
Después de ésa semana de vacaciones en la costa los jóvenes ya no fueron los mismos, el viaje amplió su horizonte provinciano porque desde entonces descubrieron que la realidad iba más allá de lo que abarcaban sus ojos y que el conocimiento no tenía límites para los que quieren verlo como aventura.
El médico se reía cada vez que escuchaba a los jóvenes platicar sus experiencias del viaje a la costa, donde presenciaron el proceso de transformación del agua de mar en granos de sal, al pie de la laguna del Cuajo en Petatlán, donde los lugareños de Juluchuca trabajan la Salina.
Mientras unos estudiantes habían quedado admirados de las interminables huertas de palmeras que tapizan el litoral como cultivo milagroso de tres cosechas al año, otros platicaban de los pájaros que habían visto en el mar, negros como cuervos, pero más flacos y “pescuezones” que pueden nadar, volar y bucear, refiriéndose a los cormoranes, esos pájaros de plumaje oscuro y brillante que se alimentan de peces.
-Además, agregaba alguien, hablando sobre la exótica vida de los costeños, en ése lugar la gente se come hasta las letras.
-¿Cómo es eso?
-Bueno, nomás se comen la s, la d y la z, porque en lugar de pescado dicen “pecao” y para decir arroz, dicen arró.
Esa generación de estudiantes es la que abrió brecha en su ingreso a las instituciones de educación superior, confiados en que los conocimientos adquiridos en su escuela eran universales.

468 ad