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El núcleo duro del horror está en estados como Guerrero, dice ganador de la medalla Bellas Artes

*El escultor Fernando González Gortázar recibe el galardón en el Museo de Arte Moderno

Yanireth Israde / Agencia Reforma

Ciudad de México

Hubo mariachis, abrazos, regocijo por el escultor Fernando González Gortázar, galardonado esta tarde con la Medalla Bellas Artes, un remanso en medio del horror. No era necesario pronunciar la palabra Ayotzinapa, asesinato o normalistas. Horror lo dijo todo.
“Esta medalla es una especie de sol que ilumina estos tiempos sombríos”, resumió la periodista Cristina Pacheco en el jardín del Museo de Arte Moderno.
Antes, la también periodista Adriana Malvido había dicho que González Gortázar, arquitecto, urbanista, paisajista devoto de las plantas, va por la vida sembrando un jardín y esquivando espinas en el camino ¿para que otros podamos pronunciar sin temor la palabra felicidad?.
“Hoy que México atraviesa por un momento tan doloroso, ante una barbarie que nos abruma y nos lastima, tenemos este instante feliz del día del que hablaba Borges, porque con la medalla Bellas Artes se premia a un creador en cuya obra podemos vislumbrar lo que podemos ser y reconocernos en lo mejor que somos”.
El horror, consideró luego González Gortázar, se deriva en gran medida de la injusticia y la impunidad, pero también del desinterés por lo más noble que una sociedad tiene, por ejemplo la posibilidad de hacer arte.
Porque la belleza es un artículo de primera necesidad, tanto como las tortillas o el pan.
“Sin ella no se puede vivir de manera plena. Me alentó, ingenuamente, cuando el actual gobierno federal, dentro de sus estrategias –más allá de la fuerza– para combatir la violencia, propuso el rescate de los espacios públicos. Eso quedó en letra muerta. No se ha realizado la menor acción en esa dirección, pero por ahí deberíamos caminar”, propuso el también arquitecto y escritor tapatío.
“Quien vive en un medio agresivo, responde agresivamente; la injusticia produce injusticia y la violencia produce la violencia. Es la violencia que nuestras ciudades nos ofrecen desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que nos dormimos por la noche, y desde que nacemos hasta que morimos”, dijo.
Pero el horror también revela los límites de los artistas, admitió.
“Cuánto daría yo por compartir la fe que tenían los muralistas mexicanos en el arte como forma de construir una sociedad. En realidad, los artistas tenemos poco que decir. Decir la verdad es mucho. Hablar de belleza, de justicia, es mucho.
Señaló la contradicción entre el optimismo por la ‘gran cultura’ de México y el abandono que padece.
“No es una casualidad que el núcleo duro del horror mexicano esté en Guerrero, Oaxaca, Michoacán, Chiapas, estados riquísimos en su cultura inmaterial, abandonados ancestralmente, carentes de buenas comunicaciones, de educación”.
El ejercicio de la arquitectura entonces es un acto de fe, de esperanza y de caridad –’pero no la católica, sino la derivada de la justicia’–, definió.
“Por eso he repetido tantas veces, fuera de cualquier implicación religiosa, la preciosísima frase de que nuestra capacidad de ser arquitectos se deriva de nuestra capacidad de amor al prójimo”.

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