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Renato Ravelo Lecuona

La joven con el arete de perla

El nombre de esta cinta es el de un retrato del pintor barroco Vermeer que lleva ese nombre, y sobre el que gira la película en todos sus componentes: la fotografía que reproduce con gran belleza la luz, el colorido y la vida de la ciudad de Delf, Holanda. construida enmedio del agua, como Venecia; las condiciones aún de servidumbre humillante e hierática que padece en particular la ocasional modelo; la “sociedad” urbana con su pompa y el ambiente chismosón del mercado popular que se entrevera en esa historia, sencilla pero intimamente intensa.

En torno a ese retrato se construye una historia que involucra a todos los personajes que giran en torno al gran pintor, quizá quien mejor haya captado la luz, con sus matices y reflejos en todas las cosas, hasta de manera obsesiva. Detrás de ese retrato admirado en todo el mundo, se teje la dramática vida íntima de Vermeer que transcurre en una especie de cautiverio, cargado de numerosa familia, acosado por su cliente y mecenas exclusivo que es un rico comerciante local, con los celos y el despotismo violento de la esposa y la ambición de la suegra que manejan la economía familiar y entre ambas ponen un orden monacal en su casa para hacerlo producir y administrar el patrimonio.

En estas circunstancias vemos al artista deprimido y aislado, pero produciendo su obra.

Cuando se percata de la sensibilidad de la joven campesina contratada como sirvienta, la empieza a ocupar en preparar sus colorantes y llega a preguntarle sobre su percepción de las cosas, la                                           luz y las imágenes que va plasmando, con una alta sensibilidad, aunque sobre ella pesa una tradición de incomunicación obligada, hierática, ante los patrones, inclusive acepta ayudar al artista casi a escondidas de la familia, como doble carga de trabajo, cuativada por el proceso creativo.

Nos presenta la cinta un Vermeer, sensible pero atado a las reglas sociales que esposa y suegra ejercen en extremo. Pero la cámara recorre todo con una mirada vermeeriana, bellísima, al exterior la ciudad atravesada por canales pero con su personalidad medieval cuya sola imagen es digna de verse como sucesión de cuadros y al interior registrando el colorido con una iluminación precisa, como el acercamiento incial de cebollas y verdauras que la joven corta preparando alimentos y que parece disfrutar desde el hogar materno y antes de emplearse como sirvienta.

En la casa del pintor se crea una identidad estética entre la joven y el artista que estuvo a punto de convertirse en una relación amorosa cuando resolvió hacer su retrato, dejando de lado un cuadro que contrataron como encargo al gusto del comerciante.

Él estudió el rostro de la joven, las luces favorales, los labios humedecidos, le pidió que se quitara la cofia que siempre usaba y que, según costumbre, no se dejaba nunca suelto para evitar toda sensualidad, y para pintarla, logró que la suegra le prestara unos aretes de perla de la esposa y con uno de ellos la retrató resgistrano con gran finura, los brillos y reflejos en ojos, piel, perlas, de manera que cubría todo con mucha sensualidad que los envolvía y que envuelve al espectador.

Este ambiente de seducción estética, que había sacado a Vermeer de una depresión, se sintió en el seno de la familia y desató los celos de la esposa y de la hija mayor que intrigó contra la joven y estalló cuando se enteró que la había retratado con sus aretes de perla. El enamoramiento fue violentamente interrumpido sin que hubieran llegado a amarse y ante la amenaza de destrucción de la obra por parte de la enfurecida esposa, la joven fue expulsada del hogar. No sé si la historia es real o una creación imaginaria a partir de ese retrato que como muchos otros registra un ambiente espiritual ligado a su representación simbólica perfecta.

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