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Jaime Castrejón Diez

La alta política

Entre los políticos de mediados del siglo pasado era muy frecuente, al hablar de los sucesos que afectaban al país, usar la expresión “alta política” que se incorporaba muchas veces en los análisis que trataban de ser de profundidad. El análisis político de los sucesos actuales, con esta actitud de bajar a la política nacional a un pleito de lavadero, no merecería el de “alta política”, es decir en el siglo XXI estamos entrando a la etapa de la “baja política”. Baja desde el punto de vista de los conceptos, tal vez es la época más triste de la política nacional en la que los argumentos políticos o filosóficos-políticos, las ideologías, inclusive la planeación hacia el futuro y la adaptación a una sociedad mundial cambiante han dado paso a las acusaciones personales y a arrastrar las instituciones a un nivel nunca previsto. Nunca con la dignidad de un Juárez, nunca con el gran ejemplo que dio el Congreso de los liberales.

La política de lavadero ha traído algo muy nocivo a la conducción nacional. Porque la política de lavadero es una vecindad, la oyen quienes están en el lavadero, pero cuando el lavadero se vuelve nacional debido al poder de amplificación de los medios masivos de comunicación, están hundiendo a la actividad muy por debajo del nivel de dignidad que ha tenido en otras épocas. La política que hablaba de la integridad de la nación, de sus leyes, de sus instituciones, con la idea de que todo es perfectible por medio de los tres poderes, que para eso están, para buscar nuevas respuestas a viejos problemas.

De repente aplicar la ley se ha convertido en un pecado político. Los escándalos de los famosos videos abrieron la puerta para una serie de grandes generalizaciones que trataban de defender lo indefendible. Es decir, si nos cacharon en nuestra corrupción, vamos a revertirla y buscar la corrupción en los otros o vamos a decir que el mostrar la corrupción es un acto político más que un acto justiciero. El viejo dilema o la verdad o las apariencias.

De pronto la actitud de decir que no se acata la ley y que el único que puede decidir el futuro de un personaje que está acusado jurídicamente, es el pueblo. Es decir, esta es la amenaza que se cierne sobre muchos países que su transición no encuentra el camino. Lo estamos viendo en Venezuela, que el caudillismo y el populismo están luchando contra las instituciones y ahora con su referéndum nacional tratan de regresar hacia un concepto institucional de gobierno. La amenaza del populismo la hemos tenido en nuestro país en diversas ocasiones, a veces con políticas populistas nacidas en la Presidencia de la República, pero dentro de los márgenes institucionales establecidos. Pero los casos más extremos de populismo, lo vimos en varias de las universidades nacionales con la llegada de una forma de este fenómeno que se llamó “asambleísmo”.

No contaban las leyes, era la decisión de las asambleas y las asambleas duraban horas, la gente se aburría, se iba yendo y finalmente las decisiones era de los populistas o asambleístas promotores de las medidas, una democracia por cansancio.

Esto nos lleva también a ver la obsolescencia de los partidos políticos. Los partidos políticos están, sin excepción, luchando por defender a sus personajes. Atrás quedaron los aspectos idealistas o doctrinarios o el concepto de una continuidad de una revolución social que idealmente iba a llevar al país por el camino indicado. Es más, a los partidos se les dio tal presencia que sin un partido, nadie puede contender por una posición de elección popular, lo que hace nuestra tan cacareada democracia una democracia indirecta, los partidos son los grandes electores, a diferencia de las épocas del porfirismo donde las juntas de notables decidían, pues ahora esas juntas de notables están transformadas en las directivas de los partidos políticos. Una democracia indirecta no es una democracia ideal y lo único que ha hecho es una tremenda burocracia partidista que goza de los frutos del poder sin aportar gran cosa a la vida nacional.

Se habla de la transición, un término que se viene utilizando en la última década con una gran liberalidad. Pareciera que la transición es la meta final que se han marcado. La realidad es otra o no ha empezado la transición o la transición ha sido truncada y en esto gobernantes, partidos políticos y medios de comunicación tienen mucha de la responsabilidad.

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