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Federico Vite

Algunas rutas del adiós

Rock Springs (Anagrama, 1987, 192 páginas) es el cuarto libro de Richard Ford y el primero en el que muestra su contundencia y oficio de narrador en corto. Los 10 textos reunidos son piezas bien acabadas, redondas; los detalles son las fisuras por las que se cuelan los rasgos más humanos de los personajes, hombres y mujeres rotos, agotados por el peso grisáceo de las promesas amorosas. Ellos son portadores de una última oportunidad para ingresar, digámoslo de esta manera, a la bonanza de la vida sentimental, pero en ese proceso, el también autor de Incendios da cuenta de los esbozos de masculinidad que ejercitan los tipos crecidos en Montana, siempre el borde del límite existencial.
Después de haber pasado una larga temporada como reportero deportivo, Ford comenzó este proyecto que sigue la estética de un libro de Raymond Carver, publicado en 1981, De qué hablamos cuando hablamos de amor, y trabajó a la perfección la progresión dramática de las historias. El lector asiste a esos momentos esenciales en la vida de los personajes, donde las decisiones llevan a los protagonistas de estos relatos al cambio decisivo, al siguiente paso en la existencia de la gente que lucha contra sí misma mientras profesa la delincuencia y el amor por las armas.
Hay magia en la pluma de Ford, porque escoge historias melancólicas, pero no agranda el melodrama de sus personajes, los lleva a esa otra estancia de la humanidad en la que las heridas comienzan a cicatrizarse. En una entrevista que concedió a la revista Paris review, el también autor de Un pedazo de mi corazón muestra que la técnica con la que puso en marcha Rock Springs fue una alianza de tres aspectos: personaje, historia y tensión dramática. Esa fue la estrategia narrativa del libro. “Me enfocaba en el dilema ético de cada personaje, con eso tenía más o menos señalada la situación general de la historia”, dice y refiere tácitamente que al precisar el conflicto, ese choque entre las dos fuerzas del relato, el autor sabe muy bien cómo dosificar la información, cómo crear las escenas que prepararán el conflicto en el cuento: amantes en una relación que se extingue, familias que se despiden por un tiempo, personas que necesitan distancia para sentirse vivos. “Pensaba en personajes que después de haber intentado todo para sentirse mejor terminan fracasando o reincidiendo en sus errores, pero hay algo de entrega en esos actos. Llaman por teléfono, observan un auto, una foto. Esa la manera profunda en la que ellos se entregan, cuando aceptan sus errores y comienzan a entender la responsabilidad de sus actos”, así explica los motivos por los que eligió historias a punto de la catástrofe, aunque al final no hay un desplome contundente ni melodramático, sólo un cambio de ruta que sugiere el fin de una estancia vital. La herramienta que Ford utiliza con mayor acierto es el diálogo; trabaja muy bien el habla de sus personajes. Y en la traducción hecha por Jesús Zulaika se respeta ese aspecto, el de la reproducción oral de quienes se dicen adiós con la menor de las ilusiones posibles.
La tesis que mueve los conflictos de Rock Springs bien podría resumirse con la reflexión del narrador que cuenta el primer texto, alguien en busca del siguiente auto que robará mientras piensa en su hija y en esa mujer que ya no ama, pero aún duerme con ella por compasión. Y él, al ver los juguetes en el asiento trasero de un carro, sentencia: “De alguna manera, quién sabe por qué, tus decisiones un día dan un vuelco y pierdes tu dominio de las cosas. Y un día te despiertas y te encuentras en la situación en la que juraste que jamás te encontrarías, y ya no sabes qué es para ti lo más importante en este mundo. Y después de eso, todo ha acabado. Y yo no quería que a mí me sucediera; jamás pensé, de hecho, en la posibilidad de que llegara a sucederme. Sabía el significado del amor. El amor era no crear problemas, no ponerse en situación de crearlos. Era no dejar a una mujer porque se ha puesto el pensamiento en otra. Era no llegar nunca a estar donde se juró que nunca se estaría. Y no era vivir aislado, estar solo. Eso nunca. Nunca”. En estas sentencias, la voluntad de seguir adelante es conmovedora, casi al estilo de un kamikaze, pues la noción del fracaso es terrible, del choque, pero habrá algo más que la simple ruptura. En Rock Springs la vida es una suma de anhelos, de dolores breves e intensos que engrandecen el ansia heroica de la soledad, una meta para la reconstrucción personal, necesaria. Que tengan buen martes.

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