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Jaime Salazar Adame

 Sobre la violencia II

 

Varios países del continente latinoamericano, México entre ellos, con regímenes políticos formalmente democráticos enfrentan un conjunto de problemas críticos, entre ellos el desafío de la violencia política, si bien la cuestión más seria es que en muchos casos estos regímenes se muestran insuficientes para producir la democratización e integración pendientes y necesarias de la vida nacional.

Por potra parte, hay que tener en cuenta que históricamente la violencia es un fenómeno humano porque sólo el hombre es capaz de ejercer su fuerza contra sí mismo. Sólo la especie humana es capaz de destruirse, precisamente porque ha perdido la capacidad de regularse, y por cuanto es una libertad que quiere forzar a otra. Entonces la violencia es el uso de una fuerza, abierta u oculta, con el fin de obtener de un individuo o de un grupo lo que no quiere consentir por propia voluntad.

Sólo arriesgando la vida se conserva la libertad escribe Hegel. Para Marx y Engels la lucha de clases es el motor de la historia, no es posible pues escapar a la violencia como no sea evadiéndose a la utopía o a la religión. Para Georges Sorel la fuerza es burguesa y la violencia es proletaria, de allí su justificación a la huelga general. Para Dostoievski la verdadera causa de la guerra es la paz.

Cuando surgen movimientos alzados en armas, se aplican estrategias antisubversivas y sistemas de seguridad interna que imponen una violencia extralegal al mismo tiempo incompatible con los procesos democráticos que se pretende afirmar y que además son ineficientes en su propósito de superar el problema.

La violencia institucional o estructural es la que se oculta tras máscaras legales y se ejerce pacíficamente, es muy distinta de la violencia revolucionaria o militar. Llaman más la atención las violencias abiertas que las ocultas, y por consiguiente son aquellas las que se denuncian con más vehemencia, son los casos de Aguas Blancas, El Charco, Acteal.

La conciencia de la violencia, la intolerancia ante ella, son fenómenos relativamente recientes o por lo menos que han adquirido recientemente dimensiones considerables de repudio a todas ellas, y sobre todo a las formas crecientes de violencia delincuencial, en sus modalidades de secuestro, robo, asalto, violación, y muerte.

La misma implicación se encuentra en la historia política. Es la polis, en efecto, la organización de una colectividad contra la violencia exterior e interior, porque es el pacto social que lleva al Estado asumir la empresa que consiste en sustraer la violencia a la iniciativa de los individuos y de los grupos y adjudicarla a una autoridad única, exactamente como hacía Max Weber al definir al Estado como el monopolio del uso legítimo de la violencia.

De allí que sea el Estado la autoridad que tiene todo el poder sobre la vida de los ciudadanos, no sólo por el derecho de castigar sino también por el derecho de defensa nacional. Y el Estado cuya instauración ha hecho retroceder al salvajismo, el bandidismo, la justicia sumaria, es precisamente el que instituye la violencia fuera de toda norma moral y jurídica, puesto que es siempre capaz de recurrir a los medios extremos de la fuerza si considera que su vida está amenazada. Entonces podemos deducir que la guerra es esa situación límite en la que el Estado coloca al ciudadano ante el dilema de matar o ser matado.

Ya se considere que el Estado contiene la violencia o la desencadena, en ambos casos está ligada a ella. A decir verdad, toda institución política está más o menos sumergida en la violencia, pues ésta es el motor de la historia, y hace aparecer en primer plano las clases dirigentes, las naciones, las civilizaciones.

También, la violencia es un recurso último, pero temible porque es contagiosa, porque destruye pronto a quien la emplea y destruye la finalidad a la que pretende servir; tal es, por ejemplo la lógica del terrorismo. Pero la formación histórica de los Estados latinoamericanos se produjo sin romper la desigualdad y la violencia de la sociedad colonial, es decir, sin instaurar nuevas bases de comunicación entre las distintas etnias, clases, culturas y regiones componentes de cada país.

Por eso, los países en nuestra área, particularmente aquellos que tienen su origen en civilizaciones precolombinas importantes, están enmarcados por tradiciones autoritarias y el formalismo de instituciones traídas de otros contextos y no surgidas de su propia historia. Así se produce el movimiento pendular entre democracias formales e inestables y dictaduras militares potencialmente muy violentas que durante décadas se justificaban con el argumento de que “ aún no estamos preparados para la democracia”.

Jean Paul Sartre escribe que el origen del conflicto está en la escasez. Pero ¿No puede afirmarse, análogamente, que en el origen de la escasez está la explotación, el acaparamiento y el la distribución desigual de las riquezas? En estas condiciones, lo que está en el origen de la explotación, es la violencia de un individuo o de un grupo. Lo que queda es reducir las dominaciones y las explotaciones mediante la práctica de la palabra, de la democracia, mejor dicho, de la justicia.

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