Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

 El rostro oculto de Zeferino

¿Postularía el PRD como su candidato a gobernador de Guerrero a un empresario que se enorgullece de su amistad con el general Arturo Acosta Chaparro; que apoya la imposición del IVA a medicinas, alimentos y libros; que privilegia la aplicación de impuestos y la recaudación fiscal al más puro estilo neoliberal; que mantiene posturas gerencialistas y privatizadoras justamente como las que siempre ha repudiado el PRD; y que, por añadidura, desprecia a los perredistas, de los cuales se ha deslindado una y otra vez? ¿Lo postularía?

Ese es el dilema que tendrá que ser resuelto el próximo 15 de agosto, cuando se realice la elección abierta para designar al candidato del PRD, en la que contenderán el senador y ex diputado federal Armando Chavarría; el ex diputado y ex senador Félix Salgado Macedonio; Angel Pérez Palacios, colaborador del extinto José Francisco Ruiz Massieu, y el empresario Zeferino Torreblanca, ex alcalde de Acapulco y  actual diputado federal.

Esa elección será el escenario en el que medirán fuerzas los dos perfiles que se disputan la candidatura. Por un lado, el que está representado por los tres primeros precandidatos, que pertenecen al PRD y concilian sus posiciones con los principios de su partido. Por el otro, el perfil que representa Zeferino Torreblanca, que no pertenece al PRD y que mantiene posturas personales y políticas no sólo ajenas, sino opuestas a las que históricamente ha defendido el partido.

El dilema central consiste en si el PRD, su militancia y la ciudadanía permitirán que la candidatura les sea arrebatada por un proyecto político distante de las enormes necesidades sociales del estado, pero que oculta su verdadero rostro bajo la máscara de la “buena administración”. Este proyecto, planeado y dirigido por Zeferino Torreblanca, ha aprovechado hábilmente el excelente desempeño electoral perredista para filtrarse y hacerse pasar como “opción” de alternancia.

Zeferino Torreblanca pudo llegar a la alcaldía de Acapulco sólo en su tercer intento y gracias a la ola de crecimiento electoral experimentado por el PRD en todo el estado, pero la historia que cuentan sus amanuenses es distinta y dice que el PRD pudo llegar al gobierno municipal gracias a Zeferino. Hoy pretenden hacer lo mismo: propalan la engañifa de que sólo con él puede el PRD llegar al gobierno del estado, y concluyen por ello que todos los demás aspirantes deben hacerse a un lado para dejar pasar a su majestad el rey en las encuestas y recipiendario del favor popular.

Pero la realidad es otra. A su paso por la alcaldía de Acapulco, donde gobernó con sus amigos, Zeferino Torreblanca creó interesadamente el mito de su “popularidad” como una estrategia para obtener la candidatura a gobernador. El declive del liderazgo tradicional en el PRD guerrerense, el de Félix Salgado Macedonio, le facilitó las cosas. Convenció de esa “popularidad” a Rosario Robles, entonces presidenta nacional del partido, y se granjeó su apoyo incondicional. Confiado en el apoyo de Rosario Robles, Zeferino no hizo, entre tanto, ninguna tarea de acercamiento o de alianza con grupos perredistas en el plano estatal. Parecía creer que no necesitaba a ningún perredista local si contaba con respaldo de la dirigencia nacional. Llegado el momento de la selección del candidato, bastaría con hacer una encuesta en la que él saldría bien posicionado; quizá pensó que nadie tendría la fuerza para oponerse a su arrollador encanto popular.

Sin embargo, las cosas no le salieron bien: en un alarde de autoritarismo jamás visto en el PRD, Rosario Robles impuso candidaturas en las elecciones que le tocaron, y creó tanta animadversión interna que se vio obligada a renunciar a la dirigencia después de las elecciones federales de 2003. Zeferino vio perdido de esa manera su principal apoyo para obtener la candidatura, pero siguió actuando como si Rosario Robles no hubiera caído. No se acercó al perredismo, ni tendió puentes con las corrientes del PRD.

Al mismo tiempo, a partir del año 2000 un nuevo liderazgo ganó peso en el PRD de Guerrero, encabezado por el ahora senador Armando Chavarría. Con una trayectoria fincada en la política universitaria, Chavarría consolidó un proyecto y una corriente partidista que consiguió extenderse por todo el estado. Hoy, esa corriente cuenta con amplia influencia en todos los municipios. El líder del PRD estatal surgió de esa corriente y el alcalde de Acapulco ganó el municipio con el apoyo del chavarrismo. Chavarría ocupó el espacio que había perdido Félix Salgado.

Era inevitable, en esas nuevas condiciones, que el proyecto representado por Zeferino Torreblanca y el proyecto de Armando Chavarría entraran en una clara línea de choque. Por eso no podía prosperar la descabellada intención de que el candidato fuera elegido mediante una encuesta. La estrategia zeferinista podía tener viabilidad sólo en un contexto de debilidad interna del PRD, pero existiendo un liderazgo fuerte estaba destinada al fracaso. Aun así, el contador Torreblanca insistió hasta la necedad en el método de la encuesta, y continúa haciéndolo ahora después de haber sido aprobado el método del plebiscito.

Ensalzada la encuesta hasta el delirio como el recurso supremo, Zeferino revelaba así la ausencia de un compromiso con los instrumentos de la democracia y su desprecio a la militancia perredista, a la que ve como una turba de fraudulentos. Pero también algo más: la encuesta le permitía mantener enmascarado su verdadero rostro. Expuesto al escrutinio de la militancia perredista, era inevitable que su figura fuera sometida a un auténtico examen ideológico en el que de antemano se sabe reprobado.

Y volvemos al tema planteado al principio: ¿sería posible que el PRD elija como su candidato a gobernador al hombre que en los años 80 jugaba golf con el general represor Arturo Acosta Chaparro? Ese es el punto: Zeferino Torreblanca es para el perredismo un precandidato moral y políticamente inelegible, y para el estado un riesgo que el PRD no puede respaldar sin tirar por la borda la alternancia política. Sería una cruel paradoja y una aberración que la izquierda hubiera derramado sangre durante décadas tratando de derrumbar al régimen autoritario del PRI, para terminar años más tarde llevando al gobierno de Guerrero a un compadre de aquellos que en los años 70 hicieron la guerra sucia.

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