Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge Camacho Peñaloza

Ángeles o demonios

Donde reina la justicia está de más la fuerza. Enrique IV.

Antes del 26 de septiembre Ayotizanapa era una palabra poco común y poco conocida para el país y el mundo, a pesar de los sucesos trágicos e igual de lamentables de otra fecha igual de catastrófica, el 12 de diciembre de 2011; seguramente que para quienes tenían una noción, Ayotzinapa era una escuela de estudiantes revoltosos, violentos, ideologizados que bloqueaban calles, carreteras y destruían una que otra oficina gubernamental o de partidos políticos, la noción más cercana los ubicaba con el término de “ayotzinapos”.
Hoy Ayotzinapa, después de los funestos sucesos de Iguala, es una palabra que ha trascendido y penetrado en la conciencia nacional, principalmente en movimientos sociales y estudiantiles, y que asombrosamente ha traspasado fronteras hasta ser motivo de exigencia de justicia lo mismo en Europa que en la Casa Blanca en Washington DC.
Más allá del dolor de los estudiantes y familiares de los normalistas muertos y desaparecidos, Ayotzinapa se ha convertido en un juicio político nacional e internacional al Estado mexicano por sus omisiones, complicidades e incapacidad para salvaguardar el Estado de derecho y a la sociedad de la ocupación criminal de los espacios gubernamentales por parte del crimen organizado.
La trascendencia del movimiento nacional e internacional que se ha generado en torno a Ayotzinapa radica en que ha trascendido a los normalistas mismos, la exigencia de justicia de los estudiantes y organizaciones cercanas se ha convertido en la exigencia de la aplicación del derecho y las leyes al mismo Estado, el grito de “vivos se los llevaron, vivos los queremos” se ha convertido en una exigencia de castigo a los responsables políticos de permitir que miembros del crimen organizado hayan podido gobernar no sólo Iguala sino otros tantos espacios de los tres poderes políticos constituidos.
Ayotzinapa se ha convertido en la gran develadora de la existencia de funcionarios y servidores públicos que para imponer sus intereses personales no sólo pisotean la política, las reglas y las instituciones, sino que también se alían a los criminales; en la gran develadora, no sólo ante la nación entera sino ante el mundo, del grave deterioro por el que atraviesa el Estado mexicano, y de la urgente necesidad de replantear la capacidad del Estado de autorregularse, de aplicar el derecho en el mismo estado, de funcionar bajo el principio del Estado de derecho.
Enrique Peña Nieto ha dicho que Ayotzinapa debe ser un llamado a la justicia y no a la violencia, pero la sociedad está diciendo que Ayotzinapa debe ser un llamado de atención a los gobernantes y representantes de los poderes políticos, una llamada de atención y sanción a los partidos y políticos, a los mismos representantes populares que no hemos sido capaces de proteger a la sociedad del crimen organizado; por eso Ayotzinapa se ha convertido en una punta de lanza de justicia para todo el país. Quien iba a pensar que de Ayotiznapa podría salir la fuerza civilizadora del Estado mexicano apoyada en todo el país y el mundo.
Por eso me es muy difícil asimilar que maestros y estudiantes con las violentas acciones que están desplegando, estén dando muestras de distanciamiento del movimiento nacional e internacional por la corrección del Estado mexicano, de su preferencia por la ley de la selva, por la ley del más fuerte.
No es aplicando la ley de la selva con la que van a obtener el apoyo de los guerrerenses, los mexicanos y el mundo, como sí lo tuvieron los universitarios de 1960 cuando el pueblo los arropó frente al gobierno corrupto y represor porque las acciones de esos universitarios fueron ejemplares.
Qué lamentables son los sucesos que han provocado toda esta crisis, pero más lamentable es que los estudiantes y maestros no estén dando una lucha ejemplar a la que todos nos pudiéramos sumar, que esta lucha no tenga la capacidad de ver más allá de la venganza y de la aplicación de la máxima de ojo por ojo.
Qué lástima que en lugar de elevar a mártires a los 43 estudiantes y los 6 guerrerenses fallecidos en estos inaceptables hechos, que su memoria sólo sirva como incentivo de la venganza y para imponer la ley de la selva.
El movimiento de Ayotzinapa no debe llevar sólo a la justicia y la venganza, no desaprovechemos esta oportunidad, debe hacer de la memoria de sus compañeros, de este dolor que todos sentimos, la imparable fuerza civilizadora del Estado mexicano. Si su movimiento es justo, no debe conllevar violencia, porque la violencia, venga de donde venga, conlleva por necesidad injusticia.
Vuela vuela palomita y ve y dile: a esos muchachos que se fijen bien, que pueden dar una gran enseñanza, que si quieren pasar a la historia como verdaderos revolucionarios trasciendan al sentimiento de venganza.

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