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Renato Ravelo Lecuona

Shrek 2  

Este personaje no es un antihéroe sino la contraimagen del héroe convencional. Es un héroe que puede ser ya entrañable para la ideología estadunidense, si hay algo que se le pueda llamar así. Marca quizá el cierre de un capítulo cultural en el manejo de la imagen del grupo Disney & Business, pues en esta segunda edición de Shrek, la Cenicienta, Blanca Nieves, Pinocho, la Bella Durmiente y demás, pasan a revisión, no sólo en cuanto a la fantasía de brujas, hadas y demás personajes mágicos que cuidan del destino humano, sino también en cuanto a estereotipos de belleza y su identificación con las virtudes humanas, modelo que proyectó Estados Unidos en su influencia transnacional.

Ahora un feo mounstrito puede ser el bueno y un güero guapo el malo, en tanto que las hadas pueden resultar perversas, ambiciosas y manipuladoras de sus intereses en el estado. En este caso la regordeta y nada justiciera hada resulta no sólo la proveedora de una injusticia sino manipuladora del poder en su beneficio. La realidad histórica le llegó ya hasta a las hadas en el desencantado panorama político cultural de los EU.

Aunque Shrek no rompe con aquella mitología ideológica y cultural que depositaba en fuerzas metahumanas el destino de la sociedad, logra como en la buena ficción, que los humanos logren imponer sus determinaciones sobre las relaciones de poder, de manera que el ogro y su princesa con carita de marranita, sirven de investidura a una historia donde la autenticidad de lo sentimientos humanos salen triunfantes.

No obstante, si Disney & Co. habían dejado descansar al Pato Donald y a Mickye Mouse, bastante rígidos, repetitivos y egocéntricos, vuelven a ser ogros y animales los responsables y depositarios de una supuesta capacidad imaginativa infantil que anhela un mundo mejor, más justo, divertido o bello, recursos que predomina en la oferta de la industria cultural de Estados Unidos, como alimento del imaginario infantil que cubrieron por décadas los dibujos animados de Disney.

Las historias como Charlie Brown y la familia Simpson, que suponemos le compiten en un auditorio persistente, son obras mas bien críticas e intelectuales de mucha mayor calidad que apelan con humor e ironía a la inteligencia y sin recurrir a efectos mágicos para proyectar la vida moderna. Si el rating de éstos se mantienen altos, serían unos indicadores mas fieles y convincentes que los cataclismos anunciados por la postmodernidad, sería un dato alentador de un cambio en la configuración cultural de los estadunidenses que, por cierto, en el reciente éxito ante la crítica de Fahrenhiet 9/11 se está viendo como “un cambió en nuestro país… que fue engañado”, según declaró Michael Moore su director.

En el terreno de la producción con vocación “infantil”, la industria cultural que homogeniza los públicos, no solo “cultos y populares”, sino “adultos e infantiles”, ha producido películas tan artificiosamente ricas, con formatos modernos, digitalizaciones y con actores, como son el Señor de los Anillos y Harry Potter, que abren un amplio espectro de mundos imaginarios a los que se endosa una problemática ética en el que las cualidades humanas se imponen a fuerzas sobrehumanas o sobrenaturales, como se planteaba la buena ciencia ficción y cuyo éxito rebasa a la producción de la ficción robótica, sexomaniaca o de violencia, según las estadísticas de ingreso.

Shrek pues, nos devuelve a la ingenuidad, a la búsqueda con simpatía de la autenticidad de los sentimientos humanos, a gozar viendo como su fuerza moral se impone por su propia justicia y logra desvanecer, pese a lo despolitizado, las maquinaciones instrumentadas desde el poder y nos da un buen rato de “entretenimiento”.

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