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Gaudencio Mejía

Mujeres indígenas: “…aquí no hay futuro”

 

El 28 de mayo, es el Día Mundial de Acción por la Salud de las Mujeres y es motivo de reflexión de la situación delicada de las mujeres, particularmente de las indígenas.

En Guerrero, las mujeres pagan con la vida durante sus embarazos, partos y puerperios por causas altamente prevenibles. Los padrones así lo muestran. La muerte materna es la segunda causa a nivel nacional. En el 2003 murieron mil 462 mujeres por razones al embarazo. Cuatro millones de mujeres mayores de 12 años dedican un promedio de 16 horas al cuidado de familiares enfermos.

La viva imagen de la discriminación de género y la injusticia social hacia las mujeres mixtecas, tlapanecas, nahuas y amuzgas, se encuentra en la Región de la Montaña y en la Costa Chica. La feminización de la pobreza es una realidad latente que se expresa en forma cruda en la desesperación de la mujer por dar alimento a sus hijos.

En México 32 de cada 100 mujeres indígenas no sabe leer ni escribir. El problema es mayor para las mujeres indígenas que hablan su lengua, que es de 43 por ciento. En el 62 por ciento de las viviendas de las mujeres indígenas, se cocina con leña o carbón. El 73 por ciento no tiene drenaje y el 53 por ciento  de sus casas son de piso de tierra y de material perecedero.

Los recursos destinados a las mujeres han ido a la baja, apenas entre 8 y 9   por ciento se destinó a proyectos de mujeres en el 2002, del total que se destina a infraestructura a pueblos y comunidades indígenas y que manejan directa y discrecionalmente los gobiernos estatales y el federal.

En el 2003, de los recursos a proyectos de mujeres indígenas sólo se destinó el 5 por ciento, a pesar que de los 13 millones de indígenas en el país, poco más de la mitad son mujeres.

En resumen hay ausencia de políticas públicas con visión de género.

Los pocos proyectos de mujeres se impulsan; no hay participación plena en la toma de decisiones en relación a la planeación y la ejecución de los recursos. Otra particularidad de los proyectos es que no son beneficiadas las mujeres en un sentido comunitario sino desde la visión de un organismo no gubernamental. Es decir, se ven obligadas a dejar ser comunidad y tramitar su registro casi familiar mediante la figura de una asociación civil, por lo que hablar de reconstitución de los pueblos indígenas, no es más que una ilusión o quimera.

Otro de los graves problemas de las mujeres es la migración y las consecuencias directas a su salud. Cierto, en los últimos años miles de mujeres, acompañadas de sus maridos y sus hijos, se van a los campos agrícolas de Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Baja California y al sur de los Estados Unidos, en busca de trabajo no calificado, sin saber que llegan a la boca del infierno.

Y es que las mujeres indígenas se llevan la peor parte por la alta desigualdad y precariedad, por su exposición a los insecticidas y pesticidas. Trabajan jornadas agotadoras de hasta 16 horas, con sus niños en brazos, incluso estando embarazadas, bajo un régimen de explotación inflexible y crudo, sin descuidar sus responsabilidades domésticas –lavado de ropa, preparación de alimentos, acarreo de leña y agua, cuidado y crianza de hijos–, entre otras labores.

Se calcula que la proporción de mujeres del sur asalariadas, en el norte del país, se incrementó en la década reciente de 58 mil en 1990, a cerca de 300 mil a finales del año 2000, pues debido a las pésimas condiciones en sus comunidades, se ven obligadas a incorporarse al mercado laboral.

Por falta de educación y de facilitación de condiciones laborales, las mujeres indígenas   y sus hijos se ven expuestas a los agroquímicos que se utilizan en las labores del campo de hortalizas, chile, jitomate, uva, pepinos. Las leyes laborales están ausentes, dándose una relación laboral de corte feudal, sino es que de casi esclavitud.

Poco se ha documentado, pero en La Montaña se han dado casos de leucemia, producto de la situación expuesta, como el caso de la mujer mixteca, Nieves Chávez Meléndez, del municipio de Metlatónoc, que anduvo muy decaída de salud tocando las puertas de la Secretaría de Salud en Guerrero para ser atendida en el mes de octubre del año pasado y que recientemente expiró en el olvido y ahora ni siquiera forma parte de las estadísticas oficiales de muerte.

En resumen, mucho dolor y mucha angustia. Indolente exclusión institucionalizada, al persistir normas, políticas y prácticas discriminatorias que exponen a las mujeres indígenas a graves riegos y desventajas.

Caben las palabras de las Mujeres Católicas por el derecho a Decidir, de Argentina que dicen, al contexto de México, “…este 28 de mayo, cuando celebramos el Día de Acción Mundial por la Salud de la Mujer, nuestro país está viviendo las horrorosas consecuencias de haber cumplido con un sistema que nos conduce al exterminio, donde la democracia es asociada con corrupción y la solidaridad quebrada con la vigencia del sálvese quien pueda”.

No hay que taparle los ojos a la luna, el sufrimiento de las mujeres indígenas, está a nuestros ojos. Detengamos la idea en las comunidades indígenas impulsoras del desplazamiento casi forzoso de que “…aquí no hay futuro”. Aceptarlo es aceptar un dolor sistémico que nos costará muy caro en el futuro inmediato.

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