Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

El yate de la política y del amor

 Leonora y María

El yate Sotavento fue una figura familiar en la bahía de Acapulco durante la mayor parte de los 27 años que sirvió como embarcación de recreo del presidente de la República. Familia, amigos, invitados e incluso amores furtivos.

Cuando el presidente Miguel Alemán ordena en astilleros de Nueva Orleáns la construcción de un yate presidencial, para no ser menos entre sus pares americanos, lo hace por conducto y asesoría de su secretario de Marina, Luis Shaufelberger. El costo de la nave –600 mil dólares–, se considerará oneroso no obstante que para 1957 ya se identifica a la República Mexicana con el cuerno de la abundancia. La abundancia para unos cuántos y el cuerno para el resto de los mexicanos, distribuirá el cómico Palillo.

“Es un insulto para los históricamente juaneados                     habitantes de este país”, denuncia el Partido Comunista y nadie le hace caso. Atizan mejor la conciencia social los caricaturistas de la prensa independiente. Recomiendan al Presidente saciar sus ansias de marinero, mejor y mas barato, en los canales de Xochimilco o de perdida en las grandes inundaciones metropolitanas.

El mandatario veracruzano, en opinión del cronista Carlos E. Adame, era un apasionado del mar. Razón de sus frecuentes visitas al puerto para navegar en el Sotavento. Viajará unas veces a Zihuatanejo y otras a Puerto Escondido, Oaxaca, nunca solo. Se hará acompañar de su familia, de miembros de su gabinete, dignatarios o personajes extranjeros, amigos íntimos y damas.

Muchas damas. Damas misteriosas tocadas                     con sombreros como jongotes para no ser identificadas. Pretensión inútil para quienes se propongan lo contrario. Adivinarán en lontananza, por ejemplo, la grácil figura de María Félix o bien las rotundas formas                     de Leonora Amar. Quienes hoy recuerdan a la actriz brasileña, con largas temporadas en Acapulco y haciendo honor supremo a su apellido, la concentran en una sola y complicada palabra: un “¡viejorronón!”. Objeto, dicen, de los primeros sueños húmedos de muchos                     jóvenes acapulqueños de la mitad del siglo XX.

Con todo y ser un yate mas bien modesto y sin lujos, el Sotavento de Acapulco, como se le conocerá a partir de su llegada, será símbolo de poder y abundancia. Orgullo de una aristocracia emergente –“naca, naca, pero rica, rica”– que hará de este puerto, felizmente, su Cote d´azur.

López Mateos y Eisenhower

Contra los 56 metros de largo del Sotavento estarán los 144                     del yate Abdul Azíz, del rey Farad de Arabia Saudita. Si bien coinciden en sus cabinas decoradas con madera de teca, el árabe las supera con los añadidos de ébano. Son cinco pisos los de la nave saudí y dos los del “lanchón” mexicano. Los herrajes en el Sotavento provienen de la Ferretería Muñúzuri no así en el Abdul. Las manijas de las puertas son de plata, los grifos de agua de oro macizo y las bañeras de lapislázuli. Olímpicas sus dos albercas.

Tampoco tendrá nada que hacer el Sotavento frente al Britannia, de la familia real inglesa, con dotación de 256 tripulantes. O el yate Nabila, del mercader de armas Adnan Kashogui, con 86 metros de largo y 13 millones de francos de costo.

No obstante, el Sotavento                     tendrá sobre aquellos palacios flotantes la distinción de recibir al más grande héroe de la Segunda Guerra Mundial y al mismo tiempo                     presidente de los Estados Unidos, Dwigt D. Eisenhower. Ello durante la                     entrevista con su homólogo mexicano Adolfo López Mateos, el 19 de febrero de 1959, y entonces su imagen de sobria nave republicana dará la vuelta al mundo.

Las pláticas entre ambos mandatarios tienen lugar en el comedor de la embarcación mientras recorre la bahía y ahí mismo se servirá la comida. No faltarán periodistas fantaseando sobre la presencia de submarinos gringos en el fondo de la bahía y más allá de la Bocana, lista para entrar en combate, la flota estadunidense del Pacífico. Y no es que no haya habido una vigilancia estricta para proteger al único general de cinco estrellas en el mundo, sino que en este caso será muy discreta.

Y efectiva. Tanto, que para entonces la                     policía secreta mexicana y el FBI estadunidense mantendrán encerrados a los comunistas locales, en la cárcel o en sus propios domicilios, principalmente a Nicolás Román Benítez y a Emeterio Deloya Cárdenas. Operador este último de una lancha de pesca, resultaba sospechoso de odiar a los gringos e incluso de poseer torpedos de fabricación casera para lanzarlos contra el Sotavento.

–¡Poderosos pero fruncidos!–, respondía el también dirigente de la CROM, juntando los cinco dedos de la mano derecha.

Pípila

Sin miedo a la represión policíaca, doña Carmen Cortés de Deloya y su organización de lavanderas                     aprovecharán la presencia nocturna de Eisenhower en el Club de Skies. Lanzarán desde lo alto de La Candelaria sonoras trompetillas y delicados recordatorios maternales.

–“Go home, sanababiche, huevo de pípila” –rezaba una de varias consignas, referida esta seguramente a las pecas del general.

–¡Así es mi pueblo: sabe entregarse a los buenos vecinos y mejores amigos! –mentía López Mateos al oído de su rubicundo invitado.

Cardiaco

La entrevista entre los dos presidentes tenía como escenario Acapulco gracias a la recomendación de                     los médicos del presidente estadunidense, víctima de más de un ataque cardíaco. A la hora del banquete:

–Para mí, güisqui con agua –ordena Eisenhower.

–Yo prefiero una Coca cola –opta en su turno el presidente mexicano.

–¿Cómo Coca cola? –interviene extrañado el gringo –¿No sabe usted que la Coca cola es mala?. Lo dice mi médico –el doctor White– que es el mejor cardiólogo del mundo.

–Es que si bebo güisqui no me hará efecto la penicilina que estoy tomando –explica a manera de disculpa López Mateo.

Dice el doctor White que yo hubiera podido evitar mi primer infarto si 3 horas antes de producirse me hubiera tomado un güisqui –insiste Ike. Desde entonces no las dejo pasar sin tomar uno.

–Mi cardiólogo, el doctor Chávez, quizás no sea el mejor del mundo pero es magnífico; me ha dicho que más que el güisqui es bueno para el corazón el vino tinto.

–¡Yo que usted tomaba un güisqui!

(¿Cómo decirle “¡yo tomo lo que se me hinchan, pinche güero cagaleche!”, al hombre más poderoso de la tierra?).

Incidentes

Con todo, la entrevista Ike-ALM fue un suceso plagado de incidentes. El Ike era el tratamiento                     familiar de los estadunidenses para su presidente, desde su campaña electoral. “I like, Ike”, será entonces un pegajoso lema.

Incidentes como el de la conferencia de prensa de los dos presidentes en el Hotel Pierre Marqués. Habrá tanto periodista y en tan breve espacio que se armará tal batahola que impedirá escuchar las respuestas de los interrogados.

O el de la cena ofrecida por Eisenhower en el Club de Skies, con el show acuático de Carlos Ochoa. El gobernador Raúl Caballero Aburto, será rechazado en la puerta por no figurar en la lista de invitados. Caso contrario el del alcalde o mayor Mario Romero Lopetegui, a quien le abrirán valla los T-Men (así llamados los custodios del Tesoro y del Presidente estadunidenses, ex jugadores de futbol americano casi todos), sólo que él se negará a acceder sin su jefe. El malentendido será subsanado por el secretario de la Presidencia, Donato Miranda Fonseca, aunque no faltarán maliciosos que le adjudiquen el incidente. Nomás por joder.

Clark Gable

Durante la cena en honor del visitante distinguido, en La Perla del Mirador, con diez clavados en La Quebrada, destacará la presencia del el ex primer ministro de Gran Bretaña, Anthony Eden, dedicado aquí a la redacción de sus memorias.

Uno más. El incidente que describe a una media mentada de madre pronunciada por el propio jefe de las instituciones nacionales. Se da cuando han concluido en el Sotavento las pláticas presidenciales. Ike desembarca en el muelle del hotel Club de Pesca y López Mateos lo hace en el malecón de pesca, casi frente al Zócalo. El Presidente se lanza con un tranco largo para alcanzar el concreto y en ese momento

el fogonazo de un fotógrafo lo deslumbra haciéndolo trastabillar. Se asirá desesperadamente a las manos de sus ayudantes librándose de un histórico chapuzón presidencial.

–¡Hijo de tu chiinnnn…! –murmura irritado el señor presidente de los Estados Unidos Mexicanos, pero sin perder su sonrisa a lo Clark Gable (uno de los tres más grandes galanes del cine estadunidense de todos los tiempos).

Quienes escucharon tal expresión abjurarán en ese momento de una antigua devoción por la divinidad presidencial, en tanto que el fotógrafo meditará cambiar de oficio. O lanzarse a bucear monedas en el malecón –“Guimi-mony-laguara-plis-míster”– o bien debutar como trovador en Caletilla.

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