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Jesús Mendoza Zaragoza

Hasta encontrarlos

El número es impreciso. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos desaparecidos hay en el país. Hay sólo aproximaciones en torno a su número. No hay un registro confiable. Se habla de 25 mil o más. De seguro son muchos más. Lo cierto es que representan una herida muy grave para el país que ahora se está manifestando con los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. El dolor que para una familia representa no saber dónde están o cuál es su suerte es indescriptible. Ante los asesinados se puede proceder a un duelo y se cierra un ciclo. Pero, con los desaparecidos la incertidumbre mata a la familia. En cierta forma duele más un desaparecido que un asesinado.
Con la exigencia de los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa se ha hecho más visible esta tragedia nacional. Porque es nacional y no sólo local. Decenas de miles de familias siguen esperando a sus hijos, padres o hermanos que un día ya no regresaron, y están empeñados en encontrarlos. Los han buscado y no los han encontrado. Buscaron a las autoridades que, como regla, simularon una búsqueda y no han rendido cuentas. Al menos en Guerrero, el Ministerio Público abre las averiguaciones correspondientes y las archiva. Ése es el procedimiento normal. Nada de investigación y sí muchas vueltas para la familia. No hay ni la capacidad profesional ni la voluntad política. Así están acostumbrados, a no buscar hasta encontrar, sino sólo a simular.
Ahora que está la presión de los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa, las autoridades se han encontrado con su propia negligencia e ineficacia. En realidad, los desaparecidos no han sido importantes para ellas. Han sido sólo una estadística mal hecha. Ahora se enfrentan con una exigencia firme y decidida. Una exigencia justa, legítima y legal que necesita una respuesta cabal. No se valen excusas o mentiras. Encontrar a un desaparecido es una obligación moral de las autoridades, no sólo ante su familia sino ante toda la sociedad.
Hay que buscar a los 43 y a las decenas de miles más. Hasta encontrarlos. Los padres de los normalistas desaparecidos nos están abriendo el camino. Encontrarlos es una necesidad vital y un deber. Muchas familias han buscado a sus propios desaparecidos y se han estrellado contra la pared de la indiferencia social y de la negligencia gubernamental. Esto ya no puede soportarse más. Estamos ante una oportunidad para que todo desaparecido sea encontrado con celeridad. Es más, una oportunidad para que se pongan las condiciones necesarias y ya no haya más desaparecidos.
Creo que, sumidas en la inercia de sólo simular búsquedas las procuradurías no tienen las condiciones para cumplir con esta tarea de una manera profesional y responsable. Lo hemos visto en este trecho desde el 26 de septiembre hasta ahora. Y por otra parte, el gobierno no ha tenido voluntad política para atender de fondo las precarias condiciones del país que favorecen que las organizaciones criminales mantengan su hegemonía en los territorios y, es más, se ha permitido que funcionarios del Estado estén de su lado. De ahí el grito recurrente que se ha extendido, “fue el Estado”.
Las movilizaciones que se han manifestado públicamente en el país tienen como primera exigencia encontrar vivos a los desaparecidos de Ayotzinapa, y como segunda establecer condiciones para que ya no haya desaparecidos. Ahí está su legitimidad. Lo que tenga que ver con vandalismos o con expresiones de ilegalidad está fuera de esta perspectiva. Estamos en un momento en el que, a partir de esta disfuncionalidad crónica del Estado se den pasos decididos para reconstruir esta relación tan dañada entre el gobierno y la sociedad. Y lo que urge es que el gobierno empiece a comportarse con dignidad. Esto significa que debe reconocer públicamente sus errores y extravíos. Están muy fuera de lugar las amenazas que, con el pretexto de grupos desestabilizadores, el presidente Enrique Peña Nieto ha hecho públicas. El mayor desestabilizador de la nación ha sido el gobierno cuando ha inducido la pobreza extrema con sus políticas neoliberales, cuando ha promovido legislaciones que favorecen a las élites, cuando ha permitido y ha administrado la violencia, cuando no responde a las demandas más sentidas de los pueblos. Nunca como ahora hemos necesitado tanto que el gobierno se haga humilde reconociendo sus propios límites, sus ilegalidades, y que se abra a la solución de las demandas ciudadanas.
La demanda de encontrar a los desaparecidos, a los 43 y a todos los demás, no debe detenerse. Y si las autoridades no pueden, han de tener la decencia de renunciar. Y hay que ir a fondo, a una verdadera reforma política. Hay quienes hablan de la necesidad de una refundación del Estado. Lo que importa es que el Estado no esté atrapado en las marañas del crimen y de los poderes fácticos.
Por lo pronto, hay que seguir buscando a los 43 hasta encontrarlos. Que ninguna familia llore eternamente a sus desaparecidos.

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