Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Pónme la mano aquí, Macorina

 Las noches acapulqueñas de Chavela Vargas

 

 ¡Ponme la mano aquí,

Macorina,

pónme, la mano aquí!

Tal era el santo y seña de todas las noches. Lo acompañaba golpeando con los nudillos la caja sonora de la guitarra y su voz maliciosa, insinuante, esparcía en aquél ámbito cachondería pura. La respuesta de la parroquia será una oleada de aplausos, gritos y silbidos ni más ni menos como si se vivieran momentos culminantes de un superbowl. Un público mayoritariamente gringo, por supuesto, dejándose pastorear humildemente por El Pato, un popular y “simpático” guía de turistas. La mayor parte de ellos, en definición paleontológica de la estrella del espectáculo, estarán “más p’allá que p’acá”. Frente a la cantante de Costa Rica, güeros y güeras estarán convencidos de participar en la quintaesencia de la mexicanidad. ¡“Oh, sí, mucho bueno Macorina!”.

Allí estaba Chavela Vargas, dueña y señora de las noches irrepetibles de Acapulco, integrada su figura autóctona a uno de los más hermosos escenarios naturales del mundo, ineludible por ello para las grandes corrientes turísticas. Se vive el medio siglo XX mexicano y unos cuantos años más.

Hoy, por cierto, quienes convivieron con ella largas temporadas invernales no entienden por qué Chavela no reseña en su biografía artística las noches embriagadoras de éxito, amor y tequila en el hotel El Mirador de Acapulco. Simple olvido, quizás, que el Alzheimer no perdona.

–¡Jamás! –responde categórica una sus cuatachas de antaño. Chavela vivió aquí la que fue seguramente la pasión más intensa de su madurez, “de esas perras que te hacen llorar sangre y que nunca se olvidan”.

Aunque la exclusión podría tener su explicación en otro punto de quiebre, este diferente aunque no ajeno al primero. El derivado de su gran afición al tequila y sobre la que hoy, superada con no pocos sacrificios, puede burlarse afirmando haber puesto provocado en algún momento la crisis                 nacional del agave azul.

Tus pies dejaban la estera

y se escapaba tu saya

buscando la guardarraya

que al ver tu talle tan fino

las cañas azucareras

sellaban por el camino

para que tú las molieras

como si fueses molino

Chavela Vargas había llegado al Mirador del brazo de Teddy Stauffer, creador de La Perla y del Hotel Villa Vera. El músico suizo había descubierto en ella a una genuina “entretenedora”, al más puro estilo del show bussines gringo, sin fieles en nuestro país. Aunque costarricense, la dama tenía estilo propio para interpretar la canción mexicana, profundizaba en el sentimiento vernáculo además de poseer una dicción depurada y un fraseo intenso. Su canto era profundo, apasionado y desgarrador en ocasiones, como lo sigue siendo hoy mismo con la ganancia enorme                 del añejamiento. Su personalidad, finalmente, imponente y atractiva. Un punto más de interés para la empresa será que la señora Vargas se acompañe con su propia guitarra y no necesite por tanto de los costosos mariachis o conjuntos musicales.

Auque Chavela poseía una mata oscura de pelo cayendo como cascada sobre sus hombros, para efectos del espectáculo lo recogía con chongo atrás o bien trenzado con lazos multicolores. Tocado para un vestido consistente en pantalón y blusa blancos de manta y calzada con huaraches. Se arropará a la hora de la actuación con hermosos jorongos multicolores o elegantes capas artesanales, fascinantes a los ojos de la gringuiza. Tal es, hoy mismo, a distancia de 45 años, su singular atuendo.

La interprete tica será una magnífica adquisición para El Mirador pues su espectáculo, además de barato será muy apreciado por el turista extranjero que, viniera de donde viniera, tendrá La Quebrada como escala obligada. Resultará ventajoso para Chavela en ese terreno no tener idea del idioma inglés, o por lo menos aparentarlo, y así no caer en la tentación de establecer diálogos bobos con gringos achispados. O, peor, en la detestable propensión de quién se para frente a un micrófono de contar chistes estúpidos. Una Chavela irreverente y provocadora se burlará a placer de los hijos del Destino Manifiesto, pendejeándolos incluso, como Brozo a Bejarano, a cambio de sonrisas imbéciles.

Tus senos carne de anón

Tu boca una bendición

de guanábana madura

Y era tu fina cintura

la misma de aquél danzón

Aunque se hospedaba en el Hotel El Faro, de Rosita Salas, cuyas órdenes en El Mirador no se discutían pues era la mano derecha del dueño Carlos Barnard, la Vargas se la pasaba en el lobby chacoteando con huéspedes y empleados. Hará sus cuatachas, como ella las llamaba, a Victoria Sabah, Adalilia López (de Ruiz), Señorita Acapulco en ese tiempo; Isalia García (de Báez); la hermosa Guera Fox (de Berreatúa); María López, Vilma Villalvazo (de Sánchez) Aidé López y Alma Rebolledo (de Pano). La fotografía de esta página está dedicada a la hermana del escribidor y dice “Alma, un recuerdo de tu cuatacha Chavela Vargas”.

Ninguna de ellas, en plan de riguroso ventaneo,                 recuerda el nombre de un estrella de Hollywood                 alojada en El Mirador mientras filmaba en escenarios                 acapulqueños. Chavela se convertiría en su chaperona y que al despedirse aquella le haría un obsequio de esos que suscitan exclamaciones de ¡guauuuu! O en el caso particular de ¡Oh my good!

El suscrito conoció a ChavelaVargas siendo un adolescente. Dos o tres veces visitó la casa cuya altura identificó con algunas de su tierra. La recuerdo platicando en la sala con mi madre y mi hermana.

Ani, ven a saludar a Chavelita; ella canta en El Mirador –me llamó Toña Ayerdi pero yo me hice el desentendido. Otra vez la escuché cantar durante una reunión familiar y de plano no me gustó. Se me hizo como muy machorra e incluso desentonada. Hoy la admiro tanto como Almodóvar, su redescubridor, y la crema de la intelectualidad madrileña.

Después el amanecer

que de mis brazos te lleva

Y yo sin saber qué hacer

de aquél olor a mujer

a mango y a caña nueva

con que me llenaste al son

caliente de aquél danzón

El Rey

Un simple rumor concita en 1957 el odio nacional contra Acapulco, absurdo, estúpido. El rumor de que vacacionaba aquí Elvis Presley, al creador del rock and roll, acusado de injuriar a las damas de este país y para quien por eso mismo se levantaban                 cadalsos a lo largo y ancho del país.

El Rey, según el columnista Federico de León, de Ultimas Noticias de Excelsior, más tarde dueño del diario Avance de Acapulco, habría declarado a la televisión de su país:

–Prefiero besar a tres negras que a una mexicana.

A partir de esa frase y habida cuenta de que el rock era considerado en sus albores peor que la peste, identificado incluso con el Anticristo, una histeria nacionalista se apoderará de México demandando la cabeza del creador de Don’t Be cruel.

Anatematizado el nombre de Elvis Presley, sus canciones serán retiradas de la radio, sus películas de las salas y sus discos destruidos en auténticos autos de fe. Las buenas conciencias justificarán con ese hecho la condena eterna para el “ritmo demoníaco”, insistiendo con mayor vehemencia en una declaratoria oficial de fuera de la ley para el rock.

Se llegará a excesos ridículos como censurar la película Los chiflados del rock and roll por una escena en la que bailan la danza maldita ¡Agustín Lara y Pedro Vargas!                 Lara culpará a la “jodencia” de tamaños desfiguros.

Acapulco estará al borde de un boicot nacional tan sólo porque alguien ubica aquí al despreciable                 ofensor de la “mujer mexicana”. La sangre no llegará al río, afortunadamente, por la oportuna intervención y buenos oficios del presidente municipal Mario Romero Lopetegui. El político costeño, enrolado más tarde en la diplomacia mexicana, hará lo que tenga que hacer para demostrar que El Rey Criollo no había pisado, ni antes ni después, suelo acapulqueño.

Ni lo pisará nunca. El gobierno mexicano negará más tarde a Presley el visado para filmar aquí su película Fun in Acapulco, con la exuberante Ursula Andrews y la mexicana Elsa Cárdenas. La cinta se hará sin el fenómeno del Heartbrake Hotel aunque el producto final presentará a un Elvis tostadito por el sol acapulqueño.

No faltarán, en este torneo de colmos, quienes afirmen que el presidente Adolfo Ruiz Cortines habría acordado el sufragio femenino para desagraviar a las mexicanas de la ordinariez de Elvis Presley. Erróneamente, por supuesto. La aptitud de la mujer para votar y ser votada se había reconocido tres años atrás.

Una última palabra sobre el asunto. Presley juró no haber dicho lo que dijeron que dijo. Todo habría formado parte, pues, de una conjura perversa contra el inocente rocanrrol.

Una más. Y es que todo tiene sus asegunes. ¿ No estaría de acuerdo el lector con Elvis si le ponen enfrente, para besuquearlas todas , a Naomi Campbell, Halle Berry, Janeth Jackson y a Irma Serrano? ¡No digo!

Otra y ya. Ese 1957 fue el año de la muerte del maestro José Agustín Ramírez y el nacimiento de canciones como Eso, Te me olvidas, Sabrá Dios, La barca, Un minuto de tu amor, El reloj, Todo y nada, Franqueza y Si me comprendieras. ¡Nomás!

La noche de Chavela

Maria Luisa Villarreal Cervantes, transcrita                 por Nikito Nipongo en su libro Perlas ( Lectorum, 2001) cuenta su experiencia de una noche con La Vargas:

“¡Buenas noches, pasen, pasen!”, gorjeaba alegremente Chavela Vargas a turistas bovinos quienes respondían con afables gestos de contento. “¡Qué linda pareja! por aquí, hijitos de la chingada. A ver tú, se dirigía                 a la mujer rubia, de ojos azules y arrugadita. Si, tú, pelos de elote, tan cabroncita, ¿no? ¡Ah!, pero también pendeja, pendeja”, añadía entre risas acariciadoras; “órale asienta la nacha acá, al lado de tu pinche marido”. A continuación Chavela iba al estrado y cantaba Macorina, de Alfonso Camín, para empezar, con tal picardía e intención que hacía bramar al auditorio.

Ponme la mano aquí,

Macorina

Ponme la mano aquí

Termina la canción Chavela daba la bienvenida a nuevos visitantes. “¡Entren gueyes gueros. A qué chingaos vienen, mensos hijos de la tiznada! Siéntense guevocintos. Y a su sonrisa ellos sonreían”. Chavela volvía a la guitarra                 conmoviendo a todos con su canto poderoso:

–“¡Voy a cantar un corrido sin agravio y sin disgusto!”

Mientras por un lado su arte nos cautivaba y gozábamos La Churrasca, Negra María, Aquel amor y mucha canciones más, las majaderías de Chavela nos mataban de la risa a los escasos                 mexicanos presentes en la función de aquella noche apacible y fresca.

Para el final de fiesta, los tequilas ingeridos antes y durante el show ya habían hecho su efecto demoledor en aquella aparentemente vigorosa humanidad. Resultaba propicio un último

“–¡Ay, ay, ay, pinches gringos, ojalá que se los lleve la puritita chingá!”

Ponme la mano aquí

Macorina

Ponme la mano aquí…

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