Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

El templo de nuestra señora de La Soledad

 

 De humilde parroquia a imponente catedral

 Guillermo Torres Madrid

La lectura de cualquier ciudad, máxime las ciudades coloniales prohijadas por la cédula en la que Felipe II determinó las características a las que debía someterse la fundación de éstas en los territorios conquistados –como es el caso de la Nueva España y más concretamente de Acapulco– tiene un punto de partida esencial a partir del cual se desarrollaba toda la dinámica económica y social del asentamiento: La Plaza Mayor, espacio dedicado por la concentración del poder temporal de los gobiernos, civil y militar, y el poder intemporal de la Iglesia.

En nuestra lectura de Acapulco, primero habremos de reconocer que se trata de un caso de excepción donde no se cumplieron dichas condiciones, por razones que serían motivo de otro análisis de mayor envergadura.

Hemos conocido las vicisitudes que ha sufrido históricamente la ciudad para la ubicación de su Palacio Municipal y el estado actual de dicha situación. Una condición similar encontramos en el establecimiento del inmueble religioso representativo, la Catedral.

Por extrañas razones, aparte de su importancia en el comercio marítimo con Oriente, Acapulco jamás fue tenida como una importante congregación de fieles, si acaso tierra de misión y de evangelización; por ello, la presencia de las órdenes religiosas fue muy escasa, algunos franciscanos y curas párrocos, por lo que sus huellas se limitaron a dejar algunas capillas provisionales y elementos menores.

Es hasta 1701 que se decide erigir en la plaza mayor una capilla dedicada a la Virgen de la Soledad, seguramente la advocación favorita del comandante de la plaza; para 1707 se consagra como iglesia parroquial de Acapulco. En 1794, se ordena su demolición por haber sido severamente dañada por los sismos y se reubica el panteón de San Esteban, que formaba parte de la parroquia. En 1809 se celebró una función pública de maromeros y números circenses para recaudar fondos en apoyo a la reconstrucción de la parroquia, que se inició el año siguiente.

Una curiosa anécdota cuenta que en 1812, el gobernador Pedro Antonio Vélez colocó la banda de generala del ejército realista a la imagen de la Virgen de la Soledad para llamarla Generala y Patrona de Acapulco. Posteriormente, el 15 de febrero de 1813, el ejército realista arrebató el estandarte de la Virgen de Guadalupe a los insurgentes, y como a su vez era Generalísima del ejército del cura Morelos, la llevaron prisionera al Fuerte de San Diego. Le formaron Consejo de Guerra ante la imagen de La Soledad y el Capitán Antonio de Elorriaga le lanzó terribles cargos y pidió para ella la pena de muerte; por unanimidad se votó la pena de fusilamiento.

A un costado de la capilla se fusiló al estandarte de la Virgen de Guadalupe. Tiempo después, a la toma del fuerte por parte de Morelos, la imagen de la Virgen de La Soledad recibiría igual tratamiento.

El 5 de enero de 1820, el cura Felipe Clavijo declaró inaugurada la Parroquia de Nuestra Señora de la Soledad. Consta por ahí, que en 1817 Don Santiago Solano, vecino de Icacos, fabricó 14 mil tejas de barro que Don Dionisio Lemus transportó a Acapulco en 28 viajes de canoa, para la techumbre de la parroquia.

Este templo soportó los embates del tiempo y de los sismos hasta 1936, año en que un fuerte ciclón la destruyó parcialmente; entonces las autoridades eclesiásticas, junto con algunos acapulqueños distinguidos como Luis Martínez, Rosendo Pintos y Eladio Fernández, deciden su demolición y encargan al arquitecto Federico Mariscal la ejecución de un nuevo proyecto, pues en ese momento, se encontraba construyendo la Catedral de Chilapa.

El arquitecto Mariscal, con la colaboración de los arquitectos locales Pedro Pellandini Cusi y Jorge Madrigal Solchaga construyen la nueva parroquia tal como la conocemos ahora en el Zócalo porteño; una obra interesante, diferente, que no tiene equivalente en el resto del país; de expresión muy controvertida, que nos recuerda las características de los primitivos templos cristianos bizantinos.

Por otra parte, para que un templo alcance la condición de catedral es necesario que el mismo funja como asiento de la jerarquía diocesana en la figura del Obispo; y como desde siempre, ésta se ubicó en Chilapa, fue a esta población a la que se le proveyó de un inmueble diseñado y construído ex profeso para cumplir con los requerimientos litúrgicos y administrativos de una Catedral.

Sin embargo, hacia 1959, la administración de la jerarquía católica subdivide la diócesis existente, creando una nueva demarcación para Acapulco y las costas y la de Chilapa se comparte con Chilpancingo por razones de orden político, creando algún descontento entre la feligresía.

Con ello y ante la imposibilidad de erigir un nuevo templo en Acapulco en el corto plazo, se consagra temporalmente la parroquia de La Soledad para llenar ese requisito el 24 de Enero de 1959, con la visita a Acapulco del primer cardenal mexicano, monseñor Ernesto Garibi y Rivera, acompañado del delegado apostólico doctor Luigi Raymondi, quienes consagran al primer obispo de Acapulco, el doctor José Pilar Quesada y elevan a la categoría de Catedral a la Parroquia de La Soledad.

En fechas recientes, con el arribo del nuevo arzobispo Felipe Aguirre Franco, se revivió el añejo anhelo de los acapulqueños de contar con su catedral definitiva. Para ello, con una amplia convocatoria pública, se desarrolló un concurso de diseño arquitectónico entre los profesionales locales y se han iniciado las campañas para la recaudación de los fondos necesarios.

Lamentablemente, el sitio propuesto es un predio inadecuado en una localización muy conflictiva; asi que, a ver que resulta de este nuevo intento. Dios dirá.

Quizá todo este recuento, junto con las vicisitudes del Palacio Municipal podamos explicarnos un poco el porqué de                   la falta de raíces, de identidad, de memoria urbana de la población acapulqueña; el porqué nos hemos convertido en una especie de parias urbanos, donde para manifestarnos ante la autoridad civil no sabemos si ir al Zócalo, o al Asta bandera, o al Papagayo o a Mozimba; o si para celebrar a la divinidad debemos ir al Zócalo, o a Cristo Rey, o a Mozimba; o de plano hacer caso omiso de ambas expresiones y quedarnos en casa.

 Bibliografía

-Alejandro Martínez Carbajal: Acapulco, barrios históricos. Ed. Mpal.1993.

Acapulco, 500 años de historia. Ed. Sagitario 2001.

Tomás Oteiza Iriarte: Acapulco, ciudad de las naos y de las sirenas modernas. Ed. Diana 1973.

-Ramón Fares del Río: La catedral de Acapulco. Inédito.

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