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PÁGINAS DE ATOYAC

* Salvador Téllez Farías: hombre de teatro y escritor de leyendas

Víctor Cardona Galindo

Hay quien afirma haber visto salir del panteón de Atoyac a las tres de la mañana a un hombre vestido de charro con botonadura de plata, todo de negro, un gran sombrero de charro le cubre la cara y su caballo negro danza al caminar haciendo sonar las herraduras en el piso. Se escucha el rechinido del metal en el pavimento.
Avanza despacio por la calle Matamoros. Acompañado de los aullidos de perros da vuelta por Anáhuac. Un rato se escucha el paso del caballo que se va perdiendo por Florida hasta llegar al río.
Ese hombre vestido de negro habita en un cerro por el camino a la sierra, antes de llegar al Rincón de las Parotas, donde está la Piedra del Diablo. Cuando estaban construyendo la carretera a El Paraíso se dio una situación muy particular, durante el día avanzaban en el trabajo, y al otro día, cuando regresaban los trabajadores, encontraban que lo que habían escarbado el día anterior había desaparecido, como si no hubieran avanzado nada. Así estuvieron hasta que el ingeniero llevó al padre Isidoro a bendecir el camino. Sólo así pudieron progresar en la apertura de la carretera.
Hace tiempo, alrededor de La Piedra había en abundancia toda clase de frutas y ahí acudían los hombres a pedirle favores al Malo o al Amigo como le llaman algunos. Dicen los que lo han visto, que en esa piedra habita un hombre hermoso, que viste elegantemente de negro que por las noches camina en los pueblos de la sierra montado en un caballo totalmente negro y de brillante pelaje, es el Diablo. Cuando pasa cerca de las casas entona un silbido muy fino y elegante, buscando a los que tienen compromisos con él.
Mateo Martínez, enfadado de la pobreza, un día acudió a la Piedra del Diablo a buscar al Malo para pedirle un favor. Cuando llegó cortó una caña, recolectó frutas, subió a la piedra y comió, luego comenzó a hablarle Cuera Negra, Luzbel, Amigo y otros nombres, pero nadie le contestó, tardó ahí, pero de pronto se escucharon unos balazos en El Ticuí y dentro de la Piedra se oyó la risa escandalosa de una mujer. Entonces Mateo exclamó ¡Ah cabrón no estás! y se retiró. Al otro día supo que habían matado a su primo en El Ticuí. Cuando El Malo sale de su piedra es para provocar maldades, riñas y desgracias.
El ticuiseño Salvador Téllez Farías ganó un concurso a nivel nacional con el cuento Cuera Negra, que está basado en estos relatos de nuestro pueblo, “donde un hombre, al que le da el nombre de su padre, hace un pacto con el diablo y logra, pese a ello, ser y permanecer como un hombre bueno, justo y honrado hasta su muerte”.
Demetrio quería “tener mucho dinero, disfrutar el amor con mujeres hermosas, comprar terrenos, comprar huertas de coco, huertas de café, potreros para el ganado, adquirir carros último modelo, casas para todas las ocasiones”. El pacto se hizo en la cima del Cerro Cabeza de Perro, que se localiza en las inmediaciones de El Ticuí. Frente al Cabeza de Perro está La Piedra del Diablo en las faldas de la “azul montaña” a la que le canta Agustín Ramírez.
Nuestro escritor Salvador Téllez Farías falleció el 29 de diciembre del 2003, a consecuencia de un coágulo en el cerebro. Acumuló 39 años como educador y 27 como director escénico. La vida de Téllez Farías fue una historia de entrega y amor a la enseñanza del arte dramático. Antes de morir participó en la obra Don Juan Tenorio montada en la casa de la cultura de Acapulco.
El maestro Téllez nació el 13 de mayo de 1928 en El Ticuí. Inició su trayectoria teatral en Chilpancingo, bajo la dirección de Luis Montaño.
En 1953 se recibió en la Escuela Nacional de Maestros de la ciudad de México y un año más tarde ingresó al Instituto Nacional de Bellas Artes, donde realizó las carreras de actor y director teatral, teniendo como maestros a personalidades de gran prestigio nacional e internacional como Saki Sano, Fernando Wagner, Salvador Novo, Emilio Carballido, Ignacio López Tarso, Nancy Cárdenas, Clementina Otero de Barrios, Wilberto Cantón, Dagoberto Guilleman, Hugo Argüelles y Alejandro Jodorowski.
Como maestro era entregado a sus alumnos, un promotor incansable de la cultura a través del teatro y la literatura. Fue de origen campesino, como todos los ticuiseños de su tiempo. Sus padres fueron don Demetrio Téllez e Isabel Farías. Hizo en Chilpancingo sus estudios medios y al casarse se trasladó a la ciudad de México.
Quienes lo conocieron dicen que sus tres carreras: maestro, actor y director de teatro se fusionaban y sus clases resultaban apasionantes. A sus alumnos de teatro, “no sólo les impartía expresión corporal, dicción y la manera de moverse en un escenario, también cultura general, valores y formación de la personalidad”.
En 1964, se integró al Instituto Mexicano del Seguro Social como director de teatro, iniciando una larguísima lista de producciones teatrales que gracias al auspicio de ese instituto fueron llevadas por muchos lugares del país.
En 1985 volvió a Guerrero, llegó al puerto de Acapulco, ya jubilado como maestro y para dedicarse por entero al teatro, a la promoción cultural y a escribir.
En el 2003 salió a la luz su primera y única obra publicada en vida Agustina, novela donde retrata la realidad que se vivía en la región en aquellos años, cuando tuvo que abandonar su tierra para irse a buscar nuevos horizontes. Por eso Agustina más que una novela es un testimonio, una crónica de cómo se vivía en los contornos de Atoyac en la década de los 30 del siglo pasado, como él mismo dice “muchos de los hechos que se aquí se relatan son verídicos”.
Salvador se introduce a fondo en la vida de aquellos hombres que caminaban por la veredas todos los días a trabajar en sus parcelas, “cargando su bule de agua, sus hachas, sus machetes; unos con huaraches otros descalzos”. Los hechos de violencia que enlutaban hogares, los bandoleros que se escondían por el rumbo del Río Chiquito y la presencia del desgobierno, “llegó una brigada de la policía montada que sólo fue a causar peores males”. Pues con el pretexto de buscar a los culpables de los crímenes entraban a las casas para llevarse lo poco que tenían los campesinos.
Narra la presencia de la partera que era como la segunda madre de todo el pueblo, cuando el mal de ojo y el ser jugado por los chaneques eran las enfermedades más comunes. Ese río encantador, donde todos acudían a bañarse por las tardes y de donde las mujeres acarreaban agua antes del oscurecer y que no dejaba de tener lugares peligrosos “un remolino, lugar siniestro en cual habían perdido la vida varias personas”.
Las pestes de las vacas eran comunes y las plagas de las langostas que azotaron los plantíos en ese tiempo causando hambre entre la gente que pensaba que era castigo divino por tantos pecados cometidos. Pero también se menciona con nostalgia aquellos cañaverales que producían melao y panocha. “Las moliendas eran grandes. La peonada parecía gozar de la vida, las moliendas eran ferias completas; había de todo, unos cortando las cañas, otros acarreándola al andén para ser trituradas, otros en las calderas esperando que la miel llegara a su punto”.
En esos tiempos en los que se desenvuelve la vida de Agustina hubo pueblos completos que se formaron con forajidos “la llegada a establecerse de varios criminales que se habían reunido formando un pueblo; pero un pueblo maldito, puesto que todos vivían fuera de la ley”. El robo permanente de las mujeres bonitas que eran arrastradas de los cabellos por la veredas, con la participación de uno o más robadores, ante los gritos de sus acompañantes. Agustina la protagonista de esta novela fue raptada por un hombre al que no amaba, quien la llevó a vivir a uno de estos pueblos fuera de la ley.
Salvador Solís dice que “Aún adolescente, el profesor Salvador Téllez salió de su natal Ticuí, huyendo de la pobreza y la ignorancia que imperaba en la región, y llegó a Chilpancingo. Ahí encontró buena acogida, pues fue protegido por la familia del propio general Baltazar Leyva Mancilla, entonces gobernador del estado”. Tuvo un primer trabajo como ayudante de la Orquesta Típica del Estado.
Dice Solís que fue fundador de la Casa del Estudiante del Pentatlón Militar Universitario y posteriormente alumno del Colegio del Estado. Ahí tuvo como maestros a Rubén Mora Gutiérrez y Luis Montaño Buis con quien comenzó a participar en la compañía de teatro de la capital del estado y que su última actuación fue en la obra de Don Juan Tenorio, donde hizo el papel de El Comendador don Gonzalo de Ulloa.
Jesús Jiménez Chino escribió que con el grupo teatral Santa Lucía, Téllez Farías montó cerca de 30 obras, entre las que destacan Nosotros somos Dios, El gato con botas, Cosas de Muchachos y Médico a la fuerza.
Participó en las Jornadas Alarconianas en la ciudad de Taxco con la Compañía Estatal de Teatro en el 2003, año de su fallecimiento, con la puesta en escena de la obra Retablos del Siglo de Oro.
Para rendirle homenaje el Instituto Guerrerense de la Cultura le puso su nombre al anfiteatro del Centro Cultural de Acapulco ubicado sobre la avenida Costera en Costa Azul.
Los restos mortales de Salvador Téllez Farías reposan en el panteón de El Ticuí, teniendo de frente al cerro Cabeza de Perro, lugar de su leyenda.

Nota aclaratoria: En mi trabajo anterior publicado el pasado martes 29 de mayo “Tirsa Rendón Hernández, un personaje de La Isla de la Pasión”  dice  “Eran once sobrevivientes los que desembarcaron del Yorktow el 21 de julio de 1916”, cometí un error en el año, el hecho fue ese día pero de 1917.

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