Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge Salvador Aguilar

En campaña  

(Segunda parte)  

A diez meses de los comicios para renovar la gubernatura de Guerrero, el PRD aún no ha nombrado candidato, a diferencia del PRI, que lo seleccionó con casi un año de anticipación. Mientras en otros tiempos la oposición procuraba tener candidato muy temprano, hoy que la oportunidad de ganar es mayor, la competencia interna se complica.

A partir de las elecciones federales de 1997, el PRD guerrerense se convierte en un partido competitivo en el estado, tendencia que se ratifica en las elecciones siguientes. A partir de entonces, la disputa por las candidaturas perredistas se torna conflictiva.

Así, frente a la posibilidad de un triunfo, el PRD aún no encuentra la forma de procesar su candidatura. De los cinco prospectos que existen; Armando Chavarría, Ángel Pérez Palacios, Adela Román, Felix Salgado y Zeferino Torreblanca, el primero y el último tienen grandes posibilidades de convertirse en el abanderado del perredismo. Tanto el senador Chavarría, como el diputado Torreblanca han puesto en la competencia todo su capital político para encabezar al partido más fuerte de la oposición suriana, concientes de que quien lo logre puede convertirse en el gobernador de la alternancia.

Hace ocho meses, no habría dudado en afirmar que Torreblanca tenía las mayores posibilidades de ser el candidato del PRD; a sólo unos meses de haber dejado la presidencia municipal de Acapulco, donde realizó un gobierno eficaz, recién llegado a la curul federal y con el apoyo de la cúpula nacional del partido, todo parecía indicar que el empresario acapulqueño sería el gobernador de Guerrero a partir de 2005.

Tres circunstancias erosionan la imagen triunfadora de Torreblanca. En primer lugar fue una cuestión de proyecto. En la medida que avanzaba su precampaña, su auditorio percibió que el centro de la oferta zeferinista era la eficacia administrativa; Torreblanca se ofrecía a la ciudadanía como una buen administrador, lo cual había quedado demostrado en Acapulco. Si bien al principio este discurso convenció a algunos sectores, un electorado como el suriano, politizado, educado en las posiciones de la izquierda, pronto cayó en la cuenta que una oferta administrativa para un estado afectado por grandes contradicciones sociales es insuficiente y este discurso empezó a perder penetración.

Otro factor que incidió en el debilitamiento de la candidatura de Torreblanca, es social. Nacido, crecido y educado en la abundancia, Zeferino se vio obligado a recorrer un estado donde el 91 por ciento de la población gana menos de seis salarios mínimos. La relación entre campesinos o colonos, que comen una vez al día, que tienen enfermo a algún hijo y que no cuentan con trabajo, y un empresario que nunca ha tenido esas necesidades, no resulta fácil. Más allá de anécdotas chuscas, cualquiera sabe que la cultura de cada uno de ellos es totalmente diferente y no es fácil de establecer puentes de entendimiento entre dos formas de ver y vivir la realidad.

El tercer factor fue circunstancial y de carácter político. Debido a que en la dirección del PRD se había establecido un acendrado pragmatismo, la cúpula nacional de éste había venido impulsando candidaturas que aseguraran el triunfo, aunque éstas no tuvieran mucho que ver con las circunstancias históricas y los principios del partido. Esta política se tradujo en un apoyo de la élite perredista a la candidatura de Torreblanca, de la que Rosario Robles era la principal impulsora, pero también contaba con el aval de René Bejarano.

Primero por la renuncia de Robles a la Presidencia del CEN y luego por la salida de ésta, Bejarano y Sosamontes del partido, estos apoyos quedaron debilitados; si a lo anterior se agrega la reforma estatutaria que prioriza la elección abierta, secreta y universal, entonces es evidente un debilitamiento de las ventajas de Torreblanca. Hoy todo apunta a que la elección se tendrá que resolver en las urnas, y no en encuestas y con este método, quienes tendrán la última palabra serán los militantes, no la cúpula.

El otro candidato fuerte es Armando Chavarría. Surgido a la lucha política del movimiento universitario, Chavarría dio sus primeros pasos políticos como dirigente estudiantil, en los tiempos en que la Universidad de Guerrero era uno de los escasos espacios donde la izquierda encontraba refugio para organizar la defensa contra el caciquismo.

Educado en las duras luchas de la izquierda contra el cacicazgo, donde la cárcel, la tortura y la muerte eran algo cotidiano, Chavarría pasa de líder estudiantil, a ser uno de los más fuertes dirigentes del movimiento universitario, lo que lo convierte en 1997 en diputado federal y en el 2000, en senador.

Aunque como miembro de la cámara alta es aspirante natural a la candidatura perredista a la gubernatura, su precampaña la empieza con desventaja, puesto que la disputa con un Félix Salgado que ha posicionado su imagen en dos campañas y un Zeferino que ha entregado buenas cuentas administrativas en el ayuntamiento más importante de Guerrero, lo colocaban a la zaga.

Sin embargo, después de un intenso recorrido por el estado, de un amplio trabajo legislativo, que incluye leyes como la de Adultos Mayores y Desarrollo Social y de un proyecto de gobierno que tiene como centro un compromiso con los sectores mayoritarios, Chavarría empieza a descontar ventaja a sus adversarios y, en este momento se encuentra sólidamente ubicado para enfrentar una elección abierta, donde difícilmente puede ganarle un candidato externo, tomando en cuenta que a estos procesos no suelen concurrir más del 20 por ciento de ciudadanos de la sociedad civil.

Aunque Félix Salgado marcó la vida del partido durante diez años, en estas elecciones no será el factor determinante, pero su decisión será importante. De ser congruente con ese perredismo pobre, radical, que lo impulsó durante la primera década del partido y estuvo a punto de hacerlo gobernador en 1999, tendrá que apoyar el proyecto de izquierda que representa Armando Chavarría, lo que le asegurará recuperar parte de su influencia en el perredismo suriano; de adoptar una posición contraria a su trayectoria histórica, habrá dado su última batalla como dirigente de primer nivel. En los próximos tres meses sabremos la decisión que han tomado los perredistas.

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