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Parque Papagayo

 

 La azarosa historia del corazón verde de Acapulco

 Aurelio Peláez De huerta de acapulqueños antes de 1930 a uno de los primeros hoteles de Acapulco; de proyecto de parque futurista a un espacio dejado en el abandono. Esa la historia del parque Papagayo, antes hotel, que tuvo entre sus invitados a la célebre pareja del México de los años cuarenta, María Félix y Agustín Lara.

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El 28 de febrero el parque Papagayo cumplió 24 años como espacio recreativo para los acapulqueños. Expropiado por el gobernador Rubén Figueroa Figueroa en 1980  para declararlo espacio de utilidad pública, el parque pasó del auge al abandono. Durante el gobierno de Alejandro Cervantes Delgado (1981-1987), el ahora considerado como un pulmón de la ciudad, padeció el abandono y el saqueo de sus haberes, sobre todo de sus aves exóticas.

El lugar es uno de los puntos de referencia de la historia de la ciudad. Hasta 1930 era una serie de huertas entre cuyos propietarios tenía a la familia de Juan R. Escudero, quien fue alcalde de la ciudad y uno de los primeros socialistas del país. Ese año, el gobierno del presidente Pascual Ortiz Rubio lo expropia también por “causas de utilidad pública”, aunque para ser repartida entre la entonces llamada “familia revolucionaria”, entre ellas el general Juan Andrew Almazán, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas.

La razón de la expropiación fue finalmente repartir la zona entre los amigos del presidente, y la zona del ahora parque Papagayo, de 22 hectáreas, se la quedó Andrew Almazán.

Para entonces, ya estaba en funciones la carretera México-Acapulco y, visionario, el empresario Emilio Azcárraga Vidaurreta aconsejó al político Andrew Almazán a iniciarse –y asociarse– en la actividad hotelera, por lo que éste construyó una serie de bungalows entre los que tuvo como anfitriones de lujo, a Agustín Lara y a María Félix.

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 En 1992, el gobernador José Francisco Ruiz Massieu pretendió asignar al empresario Moisés Assaduet la mitad de las 22 hectáreas del parque para finiquitar el litigio que venía desde la expropiación del parque por Rubén Figueroa Figueroa. Para entonces, el área era ya parte de la cotidianidad de la ciudad, por lo que hubo protestas a la decisión del gobernador.

Organizaciones como Los Guerreros Verdes, entre quienes se encontraban Delia Garduño y Carmen Chávez Varela, encabezaron las movilizaciones para frenar la mutilación del parque, una de las pocas áreas comunes de la ciudad. Finalmente, el gobernador dio marcha atrás e indemnizó al empresario –que pretendía poner en el lugar un supermercado­ otorgándoles terrenos en Punta Diamante.

Pero en 1992, el parque ya tenía concesionadas al menos la tercera parte de su espacio: el Restaurant del lago, a Benito Guitán, esposo de Mónica Sánchez Navarro, hija del actor Manolo Fabregas; la zona de juegos mecánicos, de 21 mil metros; un teleférico, que nunca funcionó, y un roller para patinaje. Todas concesiones a 25 años concedidas por el primer administrador del lugar, el figueroísta Jorge Coss Cortés.

Fueron concesiones leoninas. El restaurant del lago fue tan exclusivo que incluso, se discriminaba a los acapulqueños; en cuanto a los juegos mecánicos, asignados a la empresa Peirsa, su pago al parque es sobre el 10 por ciento de sus ganancias.

Además, se instaló en el lugar una biblioteca, administrada por el gobierno federal; el edificio del Ayuntamiento de Acapulco en 1989, sin contrato o convenio alguno, y en 1994, en el gobierno de Rubén Figueroa Alcocer, se permitió la construcción de una cancha de futbol rápido, una concesión por 15 años que apenas paga una renta mensual por 25 mil pesos, y que se dice, pretendió ser un pago de favores políticos a un grupo de panistas, entre ellos la arquitecta Jessica García.

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 Agustín Lara y María Félix se casaron en Acapulco en 1945. En 1947 la pareja regresa en su segundo viaje, y en lugar de instalarse en el famoso hotel Américas, llegan al nuevo hotel Papagayo, que ya administraba la familia de Juan Andrew Almazán.

El general, con afán de agradar a la famosísima pareja de aristas, manda a adquirir un piano de cola para amenizar las tardes del autor de María Bonita. De meseros, garroteros, barmans estaba una amplia tropa, reclutada por Almazán, del propio ejército. Es la época de oro del cine y de la bohemia mexicana, y es Acapulco una de sus sucursales. El Papagayo –primero hotel Hornos– cerraría el 15 de julio de 1972, por obsoleto y mal cuidado, sin nada que hacer ante la nueva cadena de hoteles Ritz, Hyatt, Continental.

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 La idea original del gobierno de Rubén Figueroa, era crear un parque futurista, con acceso al mar. Por ello, se construyó un paso a desnivel para que la gente tuviera acceso a la playa. El proyecto fue asesorado incluso por técnicos de Disneylandia. Una compañía francesa construyó un teleférico que llegaba desde el entonces cerro pelón –a un costado del ayuntamiento– a la playa, pero el mismo fue abandonado por incumplimiento de pagos del gobierno estatal, ya con Alejandro Cervantes Delgado, por lo que la estructura mecánica quedó parada.

En 1990 el alcalde René Juárez Cisneros permitió que sobre el paso a desnivel se instalaran comerciantes semifijos desalojados de diversas áreas de vía pública de la ciudad, y el acceso directo del parque a la playa quedó cancelado. Además, el paso a desnivel no recibió mantenimiento. En octubre 1997 el paso vehicular se inundó por el paso del huracán Paulina, y el gobierno federal decidió cancelarlo. Entonces, se habló del absurdo de crear una vía vehicular por debajo del nivel del mar. Nadie recordó que en el origen, se trató de una propuesta recreativa de técnicos de disneylandia.

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 Para su inauguración, se importaron aves exóticas de Sudamérica y del sur de México, para lo cual se creó un aviario con una red de 700 metros. La población de aves ha disminuido desde entonces, de manera que ahora hay una hiperpoblación de zanates. Flamingos, garzas, tucanes, llegaron a conformar una población de dos mil aves. Actualmente hay unas cien, de acuerdo al censo del actual director del parque, Eduardo Hernández Albarrán:

Hay tres pelícanos, dos avestruces, cuatro guacamayas, dos faisanes, un tucán, doce pavorreales, diez gallinas de guinea, veinte gansos y como 50 patos. Existen además cinco cocodrilos y diez venados, además de un tejón y cuatro monos araña.

Existe la versión de que algunas de las aves exóticas originales fueron sustraídas para adornar los jardines de políticos priístas, y de que algunos venados terminaron en la comelitona de algún director del parque.

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 Rubén Figueroa no se midió en gastos para acondicionar el parque. La piñata, así de simple como se ve, la realizó el famoso arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez; la escultura de Ignacio Manuel Altamirano, la realizó el escultor Chessal. Eso, además de importar cientos de aves exóticas. A finales de los noventa la Piñata fue desmontada del lugar, y fue reinstalada ante protestas ciudadanas en 1992, siendo administrador del parque Luis Torreblanca Galindo, padre del actual diputado federal Zeferino Torreblanca. En 1993 dejaría el cargo por decisión del alcalde Rogelio de la O Almazán, quien contendió por la presidencia municipal precisamente contra Zeferino Torreblanca. Se entendió la maniobra como una represalia.

Pero en 1992 fue la última ocasión en que se inyectaron importantes recursos económicos al Papagayo, recuerda el entonces secretario técnico del parque, Raúl Pérez García. En esa ocasión, la Secretaría de Desarrollo Social, que presidía Luis Donaldo Colosio, asignó un presupuesto extraordinario de 7 mil millones de viejos pesos, con lo que se repobló el aviario, se arregló la red de la misma y se reforestó el espacio con ceibas y bambúes, muchos de estos últimos, se dice, cortados para adornar las casas de funcionarios.

Desde entonces a la fecha, el descuido ha sido la regla, y las nuevas administraciones ha tenido que sortear con concesiones leoninas y con un bajo presupuesto.

Para este año, el presupuesto que le asignó el gobierno del estado al parque es de 6 millones de pesos, y la administración debe generar otros seis más, que servirán sobre todo para el mantenimiento de las instalaciones y el pago de personal de confianza, ya que de los recursos estatales el 95 por ciento es para los salarios de los trabajadores sindicalizados.

Eduardo Hernández Albarrán, quien tomó posesión en mayo del año pasado, afirma que por primera ocasión el parque funciona con números negros, y aduce que se debe a la renta de algunas de sus instalaciones, entre ellas el teatro al aire libre, los salones y los cobros que se hacen a la cancha de futbol rápido, al restaurant, a los juegos mecánicos –cuya concesión concluye en el 2006 pero con cuya empresa se trata de finiquitar el contrato antes, por el mal estado en que tiene sus instalaciones– así como la realización de algunas ferias, exposiciones y tianguis durante la temporada.

Acepta que estos actos extras podrían afectar algunas áreas del parque, aunque son daños menores.

Con la actual administración, sin embargo, el parque ha tenido mejoras considerables. Para empezar, ya no hay graffitis en las bancas ni en los árboles. “Es que ya no dejamos entrar a estudiantes con mochila”. Además, se reacondicionaron los baños, áreas como el roller –con un nuevo contrato de renta– el teatro, los cuatro snacks; hay ahora jaulas en donde se expone a tucanes y faisanes y en general, se ve limpieza en el lugar. Salvo el tianguis de Semana Santa.

Y es que, dice Hernández Albarrán, el lugar necesita de recursos para mantenimiento mayores al presupuesto que recibe, agravadas por el descuido de las instalaciones por los gobiernos anteriores.

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 Diariamente, unos cuatro mil  acapulqueños hacen uso del parque. Mañana, tarde y media noche, se ven a cientos de deportistas caminando o corriendo por sus dos kilómetros de circuito interior. A veces, un mango cae en la cabeza de algún desprevenido. Por los aires, vuelan de rama en rama las ardillas. En sus pastos, retozan parejas de jóvenes tempraneras, de esas que se van de pinta. Con todo, el parque sigue siendo una especie de corazón verde de la ciudad.

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