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Un domingo en el Zócalo y sus alrededores

Fervores, olores y sabores

 Un domingo en el Zócalo y sus alrededores

 Aurelio Peláez ¡Esta es una familia mexicana, carajo¡ Así podría ir el corrido: El PRD se deshace; el PAN busca sobrevivir a Marta Sahagún; el PRI sobreponerse a su próximo pleito interno; Fox inventa un país a toda madre para los medios de comunicación y López Obrador descubre un nuevo complot en su contra: pero al centro de la mesa, camiseta mojada, cerveza en mano, el padre de familia, gordo y panzón, preside un convite como para una docena de su familia ajeno a lo que preocupa a los políticos en el país.

Es la Semana Santa en el Zócalo: el olor a caldo de pescado o a camarones al mojo de ajo; el aroma salitroso que llega del mar; la música de un trío cantando corridos en alguno de los restaurantes del centro, y el sol a pleno en este Domingo de Ramos con porteños saliendo de la iglesia, son un paisaje de sensaciones vendidos en paquete turístico.

La vida de los porteños y la vida de los vacacionistas. De los acapulqueños en su cotidianidad y de los chilangos en pleno goce de una ciudad que pese a sus restaurantes y discotecas de la Costera tiene su identidad propia. El Acapulco tradicional, sus restaurantes y bares, son un punto de referencia para el vacacionista: “aquí vine yo hace 20 años”, dice un pater familia a su amplia prole en uno de los restaurantes del centro. En la calle, terminada la misa de 12, la del Domingo de Ramos, se ve pasear a las familias con palmas tejidas en forma de cruces, de regreso a sus casas. También, jóvenes universitarios que regresan, camisa amarilla en mano, de un mitin del precandidato del PRD al gobierno estatal, Armando Chavarría. Y es que, la grilla sigue pese a las vacaciones.

En el Zócalo, está la vendimia de objetos religiosos y de palmas tejidas para la celebración del Domingo de Ramos. La campana suena a las doce y la plaza queda vacía. Una hora después la gente sale de la iglesia, ramo en mano, y la plaza se vuelve a llenar. De algún lado salen los vendedores de globos y los fotógrafos con cámaras de revelado instantáneao. De a cinco el ramo más sencillo de palmas: apenas unos cruces de hojas y las puntas sueltas. Familias enteras de la región de La Montaña aparecen vendiendo a los costados de la plazas. Niños descalzos y mugrientos, dormidos, ajenos al bullicio, a sus lados.

Más allá, hacia la calle José María Iglesias las familias de turistas salen a comer a los restaurantes. El ruido es otro: desde lejos se oye cantar a los tríos en los restaurantes, sobre todo en algunos de los más turísticos, como el Nacho’s, el Amigo Miguel o Pipo’s. Entrar a comer ahí implica que se ahorró todo el año para que en estas vacaciones no se vea miseria: caldo de camarón y filete, entre 100 o 120 pesos. Más las chelas o la botella de Bacardí.

El padre de familia mexicano, quemado ya por el sol, pide de comer y cervezas sin parar, y el trío detrás tocando una tras otra. ¿Cuál crisis? Aquí la oposición a Fox se queda sin argumentos; aquí López Obrador con su doctrina de ascetismo no tiene nada que hacer. Aquí se es mexicano y seguramente se le va al América.

En las calles apenas hay espacio para el estacionamiento de autos. A los costados puestos de venta de ropa para playa y de chucherías armadas con conchas de caracol y dulces de coco traídos de Michoacán y Guadalajara. La Puesta del Sol, bar y restaurant que fue por 50 años, es ahora un negocio de ropa playera.

Este domingo, ya se ven poco los vendedores de ostiones y almejas a pie de calle, de esos que se lavaban todos en una misma cubeta de agua tan negra y reciclada que parecía un coctel de anticuerpos para que quien los consumiera, quedara inmunizado a las infecciones de estómago para toda la vida.

Los vendedores de a cubeta y mesas ambulantes se fueron calles al lado, más al centro, por los rumbos de Parián y La Noria. No obstante, entre los callejones aledaños al Zócalo venden aún ceviche y ostiones, y alguna que otra oferta dicha al oído: “hay caguama, compa”, y más bien para el consumo local. Compiten deslealmente contra los restaurantes grandes, sencillamente, se quedan con los clientes locales.

El camino de regreso a las playas o al hotel es despedido por la música de los tríos o de alguna sinfonola. Cuerpos obesos o esbeltos se muestran al sol, aceitados con Coperttone o aceite de coco, sobre todo en esta temporada que ha sido una de las más frías en la ciudad de México y en el centro y norte del país, con temperaturas de diez grados o menos por la mañana. Pero en Acapulco está el sol y hay que aprovecharlo. Aunque queme.

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