Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

El pasante

(Decimotercera parte)

*Que el caso Ayotzinapa y el sacrifico de sus Jóvenes sirva como piedra de toque para que la sociedad obligue al cambio profundo que requieren las instituciones del Estado para dar seguridad, paz social e igualdad.

Don Atilano, el coronel

En el pueblo caían las últimas lluvias del temporal y el viento esparcía por el campo el perfume de las flores. Eran los primeros días de octubre que se anuncia con la proliferación de mariposas cuando se presentó en el centro de salud un conocido del médico.
–Quiero pedirle de favor, que venga a la casa para que me diga qué más puedo hacer por mi papá quien parece no tener ánimo para seguir viviendo, le dijo don Beto al médico en el centro de salud.
En el mismo momento el médico se dispuso a atender la solicitud, tomó su maletín con el estetoscopio para medir la presión, su lámpara de revisión para los ojos, los oídos y la garganta y salió tras don Beto que era de los prominentes integrantes del Comité de Mejoras Cívicas y Materiales del pueblo.
En el camino don Beto le platicó al médico que su papá había participado en la Revolución de 1910 y alcanzado el grado de coronel, que había realizado los trámites para que la Secretaría de la Defensa Nacional lo pensionara pero que a la fecha no había nada claro sobre la pensión.
La plática de don Beto había tocado la fibra de curiosidad que el médico tenía por los antecedentes históricos del pueblo, pues una cosa es leer en los libros los nombres y acciones de personajes importantes, y otra es verlos de carne y hueso, como ya la había sucedido en México cuando en su fiesta de graduación tuvo la oportunidad de conocer y estrechar la mano del general Lázaro Cárdenas, a quien admiraba por ser el actor principal en la expropiación petrolera y porque en su pueblo había oído de su labor incansable a favor de los pobres aún después de haber dejado la presidencia.
Cuando llegaron a la casa encontraron al coronel sentado junto a la puerta. Era flaco y lucía extremadamente delgado, sus ojos zarcos y su piel blanca y traslúcida le daban la apariencia de santo.
Entonces el médico no lo sabía pero muy lejos de ése pueblo, un escritor colombiano de pelo rizado y abundante bigote, escribía la novela de un personaje semejante al que tenía en frente, la que al paso de los años pudo leer en las librerías bajo el título El Coronel no tiene quien le escriba, quien con el tiempo llegaría a ser uno de los más afamados del mundo.
Para saludar al médico el coronel se quitó el sombrero y se levantó con dificultad de la silla. Ahí mismo lo consultó, le hizo las preguntas de rigor para conocer su grado de lucidez, le escuchó los pulmones y el latir del corazón, le midió la presión sanguínea y lo dictaminó.
–Su papá está bien, don Beto, lo único que necesita es mayor atención de parte de ustedes para la comida. Denle alimentos sustanciosos, ruéguenle que coma y chiquéenlo para que se sienta querido, porque un hombre anciano es como un niño, recomendó el médico.
Cuando concluyó la consulta don Beto tendió en las manos del médico el folder que contenía el archivo del Coronel, su acta de nacimiento, unas copias de las cartas gestionando su pensión y unos recortes de periódico que fueron los que le llamaron la atención.
Los recortes eran del periódico Excélsior y al médico se le hicieron familiares porque se trataban de un artículo que él recordaba haber leído y hasta guardado porque su autor era un político igualteco, muy encumbrado, que ocupaba nada menos que la Secretaría de la Presidencia de la república, cuyo titular era don Adolfo López Mateos.
Lo que más llamó la atención del médico era que Donato Miranda Fonseca, que así se llamaba el autor de la columna periodística, aludía a un hecho de armas en tiempos de la Revolución donde su padre a punto estuvo de ser fusilado y pudo salvar su vida gracias a la intervención nada menos que del coronel Atilano Ramírez, a quien tenía en su presencia.
Para confirmar lo que leía y salir de conjeturas el médico preguntó a don Beto qué más sabía del contenido en el recorte del periódico.
–Todo eso es cierto médico, le respondió don Beto, tenemos una carta escrita por ése señor en la que le agradece a mi padre lo que hizo por el suyo y se pone a sus órdenes para lo que necesite.
La historia de aquel hecho de armas ponía de relieve la valentía del coronel quien al saber que su amigo Donato Miranda Castro había sido víctima de una falsa acusación que lo ponía como traidor, delito que se castigaba con la muerte por fusilamiento. Don Atilano se dispuso a salvarle la vida sin importarle los riesgos de cruzar por territorio enemigo acompañado de apenas un puñado de hombres.
Después de cuatro días de jornadas nocturnas el coronel llegó a tiempo para presentarse como testigo que echaba por tierra todas las acusaciones que inculpaban a su amigo.
Desde entonces Donato Miranda Castro vivió agradecido del gesto del coronel, y aunque él no pudo en vida pagarle el favor, su hijo del mismo nombre vivía con ése pendiente, por eso en los escritos sobre su pasado, nunca olvidaba hacer alusión al pasaje revolucionario en el que su padre estuvo en riesgo de perder la vida y de pasar a la historia como un traidor.
Después de conocer a detalle aquella historia apasionante, al médico se le metió en la cabeza la idea de aprovechar la influencia de tan encumbrado paisano para conseguir la pensión del coronel y también algún beneficio para el pueblo.
Cuando le platicó sus planes a don Beto, éste se alegró y se mostró dispuesto a secundarlo.
–Creo que no debemos desaprovechar la oportunidad que se nos presenta. Si de veras quiere usted que su papá reciba la pensión del Ejército tenemos que ir a la ciudad de México con el coronel para entrevistar al secretario y pedirle que cumpla su promesa, pero antes tenemos que lograr que don Atilano se reponga para que aguante el viaje.
Como don Beto estaba entusiasmado con la idea del médico, él y toda su familia se esmeraron en atenciones para su papá quien al cabo de un mes no sólo podía caminar sin ayuda toda la cuadra, sino que suspiraba y decía piropos a las muchachas que pasaban por la calle. Ése era el mejor síntoma de que estaba recuperado para viajar, observó el médico.
Pero el obstáculo mayor para emprender el viaje era su financiamiento, porque se tenía que pagar un taxi que los llevara y trajera, más los gastos de cuando menos cuatro pasajeros.
Cuando el médico expuso su plan al presidente municipal salió del palacio con “cajas destempladas”.
–No tenemos dinero ni siquiera para pagar al mozo de oficio, médico, menos para otros gastos, le respondió el presidente que también se mostraba entusiasmado con el plan.
Pero nada de eso arredró al médico quien buscó apoyo con su propio casero que era uno de los hombres pudientes del pueblo y a quien fácilmente convenció de las bondades que tenía su iniciativa.
–Cuente conmigo médico, voy a poner todos los gastos de ustedes, menos los del presidente municipal, que él vea cómo le hace.
El hombre rico del pueblo se convirtió en el mecenas de la empresa y él mismo se encargó de llamar al sitio de taxis, los Bravo de Chilpancingo, donde contrató los servicios para el viaje a la ciudad de México.
Como la comitiva que salió de Quechultenango se fue inmediatamente al Palacio Nacional sin hacer cita para la entrevista, sucedió allá lo que cualquiera se puede imaginar.
Después de una espera larga para que uno de los ayudantes del despacho averiguara si el secretario de la presidencia los podría recibir, sus esperanzas se fueron al suelo:
–Lamento decirles que si nos atenemos a la lista de las audiencias programadas, calculo que el señor secretario los podrá atender en unos dos meses señores, dijo compungido el ayudante.
A pesar esa respuesta desoladora para los visitantes, el médico no se resignó, y con el mismo ayudante envió un pequeño recado para que alguien pudiera ponerlo a la vista del secretario y supiera que el salvador de su padre se encontraba en el palacio con el deseo de saludarlo.
El resultado del lance fue tan acertado que él mismo no lo creía cuando al poco tiempo miró que el ayudante regresaba sorprendido y contento, a toda prisa con la respuesta.
–¡Dice el secretario que los recibirá complacido! Pero por favor les ruego que no entretengan demasiado a mi jefe que tiene muchos pendientes que atender, porque han de saber que mientras el señor presidente anda de gira por el Japón, el que está a cargo del despacho es el licenciado Miranda Fonseca.

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